El embrujo fue inmediato. La tesitura de su voz, de sus letras, combinada con sus movimientos cadenciosos y cargados de sensualidad provocaron que quienes miraban y coreaban la música de la rapera franco-chilena, Anita Tijoux, de pronto se vieran atrapados en una atmósfera de éxtasis.

Cada canción fue como un golpe en las entrañas: desgarrador y revitalizador. De pie, quienes se dieron cita en el Teatro de la Ciudad “Esperanza Iris” el sábado por la noche, lo recibían y en respuesta bailaban con los acordes del saxofón y las trompetas, y sin opacar la potente voz de la también activista cantaban la música de protesta social y de amor.

Uno tras otro fueron corriendo los versos, con los que Tijoux se expresó libremente sobre su entorno, sobre la realidad de México y sobre sí misma: la mujer, la luchadora, la madre, la cantante. Tomando el micrófono entre los temas para interactuar con el público, se dejaba ver su sencillez y honestidad: “Muchas, muchas gracias por estar en este hermoso lugar”, lanzó tras las tres primeras canciones que fueron encabezadas por “Mi verdad”.

Todo era un canto de libertad.

Sin dejar de mover su cuerpo al ritmo de los beats del hip-hop —por momentos deleitando a quienes no quitaban su mirada de sus piernas morenas— y levantando levemente su vestido, Anita daba paso a la atmósfera de embrujo en la que tuvo a su público por casi dos horas: de “Yo me voy”, una canción que la intérprete calificó de desamor, al estremecimiento de “Luchin”, melodía que Tijoux dedico a todos los niños que sufren las crisis económicas y políticas en sus respectivos países.

“Esta canción es para ellos. Esos niños que están muriendo en Siria, por la guerra, en Palestina. En nuestros países”, dijo con una voz suave. Las emociones hacían vibrar al teatro que está próximo a cumplir 100 años de vida.

Después,  con los acústicos de  “Calaveritas”, single de su más reciente producción discográfica y con el que realizó un homenaje a los muertos que viven en cada uno de nosotros, la rapera aprovechó para despedir al recién fallecido héroe de la Revolución Cubana. Y entre los acordes se despidió: “Adiós, Fidel”.

Con “Sacar la voz” quiso dejar el registro de su visita a México. Cuando el pasado 23 de noviembre, la cantautora visitó la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM para intercambiar ideas y pensamientos con la comunidad universitaria; los feminicidios y el patriarcado fueron el eje central de la tertulia.

Con los versos de aquella melodía, Tijoux quería construir el relato del encuentro con la realidad mexicana que la dejó sin palabras.

Y de pronto, como si el tiempo no hubiera pasado, todo terminó. Al ritmo de “Antipatriarca”, todos de pie bailando y cantando entendieron que el final había llegado. La bandera chilena que colgaba de uno de los balcones cesó sus movimientos, mientras que las voces de quienes la ondeaban gritaban por otra melodía más.

Así llegó “1977” y “Somos sur”. Después las luces se prendieron, Tijoux y sus músicos se tomaron de las manos y agradecieron la noche. El embrujo acabó.

cvtp

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