Las tarjetas bancarias fueron creadas para facilitar compras, tener acceso a un crédito (nada barato, pero crédito) y convertirse en la puerta a la ampliación de la cultura financiera en el país. Para quienes no están familiarizados con las instituciones bancarias, siempre son el primer paso hacia más productos de crédito.

Sin embargo, de unos años a la fecha el número de plásticos en circulación creció exponencialmente y en la actualidad hay más de 27 millones en el país. Y eso es un gancho para los grupos criminales.

EL UNIVERSAL presenta hoy una serie de trabajos que exhiben la manera en que ha aumentado el fraude y el robo a tarjetahabientes.

De enero a noviembre de 2017 se registraron 2 millones 531 mil reclamos por fraude cibernético en operaciones bancarias, poco más del doble de lo que se tuvo en el mismo periodo de 2016, cuando se cuantificaron un millón 253 mil reclamos.

Pero muchos de los fraudes cibernéticos no se explican sin una probable participación del personal bancario. En dos de las historias que presenta hoy este diario hay al menos indicios. En uno de los casos se hicieron cargos por arriba del límite establecido por el propio banco. En otro, el afectado expone que al día siguiente de que obtuvo una tarjeta de reposición en una institución bancaria, su saldo a favor de 5 mil pesos se esfumó.

Y ante la denuncia, refieren los defraudados, los bancos hacen sentir a la víctima como si fueran el ladrón o el culpable.

Este tipo de delitos genera un choque entre bancos y usuarios, porque efectivamente, en muchas ocasiones, el tarjetahabiente ocasiona que le cometan el fraude al otorgar, por ignorancia, sus datos en falsos enlaces que llegan a su correo.

Los niveles de bancarización en México son muy bajos en comparación con el promedio de América Latina, por esa razón el impulso que se está haciendo para que más personas tengan acceso al crédito y los servicios bancarios deben ir acompañados por una “educación” para los nuevos usuarios, en especial para los más alejados del mundo digital como las personas de la tercera edad o aquellos que habitan en zonas marginadas, pues la mayoría recibe sus pensiones o apoyos sociales en tarjetas bancarias.

Al usuario de tarjetas la delincuencia lo acecha no únicamente en la calle, sino también en el mundo virtual, por lo que la banca debe garantizar controles estrictos de sus procesos y de su personal, pero sin olvidar que debe sumar al cliente para combatir el delito.

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