En la paulatina apertura política, económica, democrática y de libertad de expresión que comenzó a gestarse en el país desde finales de la década de los 80, hubo un sector que no se unió al viraje que se registraba en México: los sindicatos.

Estas agrupaciones se mantuvieron reacias a transformarse internamente, mientras en lo externo actuaron de forma acomodaticia en línea con el poder en turno. La costumbre venía de antaño.

En el siglo pasado la fortaleza de los gobiernos priístas se basaba en el apoyo que recibían de tres grandes sectores: el campesino, el popular y el obrero. En materia laboral, el ejemplo más acabado fue la Confederación de Trabajadores de México, que prácticamente monopolizó la representación obrera y se convirtió en el interlocutor de los sindicatos con el poder político.

Con el nuevo siglo, la otrora poderosa CTM vino a menos, y ahora, ante un gobierno emanado de la izquierda, que pretende borrar resabios de épocas pasadas, surgen voces que buscan convertirse en las nuevas opciones de representación sindical.

El dirigente del sindicato minero, Napoléon Gómez Urrutia, dijo este lunes, en entrevista con EL UNIVERSAL, que impulsará la creación de la Confederación Sindical Internacional Democrática, ante “el vacío en el sindicalismo mexicano y para ayudar en la transformación de México hacia la democracia, libertad y la defensa de los derechos de los trabajadores”.

Líderes obreros rechazaron la propuesta por considerar que busca el surgimiento de un sindicalismo a tono con el gobierno de Morena, además de que solo vendrá a debilitar, dividir y disminuir la credibilidad del sindicalismo mexicano.

En los hechos, los sindicatos están divididos desde hace años. Debido al férreo control de los líderes, a la nula transparencia y al olvido de la defensa de los trabajadores, prácticamente en todos los gremios surgieron grupos disidentes que prometían acabar con esas prácticas; al final esas escisiones con frecuencia terminaban incurriendo en las mismas acciones que criticaban.

En la vida sindical todo luce similar prácticamente en todos los gremios: dirigentes que se han eternizado en el cargo, opulentos estilos de vida, nula rendición de cuentas y sumisión al poder en turno. Este es el panorama que debe modificarse.

Igual que voces disidentes plantearon años atrás, en este momento se proponen cambios. No hay motivos para estar optimistas. El sindicalismo debe recobrar antes la credibilidad.

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