Desde los escombros de la II Guerra Mundial, un puñado de compositores europeos tuvieron la osadía de querer reinventar la música y romper con todo lo establecido: quizá el más temido y respetado de ellos fuera Pierre Boulez.

Del genio francés -compositor, director de orquesta y docente- fallecido hoy en Alemania a los 90 años, se recordarán tanto sus obras innovadoras como su peculiar manera de dirigir la orquesta (siempre renunció a la batuta).

Pero cuando se pronuncie el nombre de Boulez, este irá siempre acompañado también de sus bravatas y declaraciones altisonantes, en las que lo mismo daba por muerto al padre del dodecafonismo Arnold Schoenberg que llamaba a "hacer volar los salas de ópera".

Por eso estos días se agotarán los lugares comunes para definir al francés como "iconoclasta", "rebelde", "enfant terrible" o cualquier adjetivo que deje claro que lo suyo era cargar contra lo establecido para construir algo nuevo. Él mismo reconocía, no en balde, "preferir una buena polémica con espadas y sables que una especie de cortesía de conveniencia".

Formación

Como sucede tantas veces entre los superdotados musicales, a los ocho años el pequeño Pierre Boulez podía ya tocar piezas de Frédéric Chopin en el piano, aunque sus capacidades iban mucho más allá y se extendían a la física, la química o las matemáticas, carrera que eligió antes de dedicarse de lleno a la música.

Sin embargo, siempre quiso esconder esas dotes, como recordaba hoy el diario Le Monde, para evitar que su padre le obligase a dejar la música con el fin de centrarse en estudios científicos.

Nacido el 25 de marzo de 1925 en Montbrison (centro de Francia) dentro del seno de una familia acomodada. En el Conservatorio Nacional de París tomó clases de armonía con Olivier Messiaen y recibió clases de Rene Leibowitz en el disonante estilo del siglo XX conocido como dodecafonismo, o música de doce tonos, que lo influyó para formar su identidad sonora.

Aunque, más tarde, dio un paso adelante en la historia musical: se convirtió en el creador del serialismo integral que, a diferencia del dodecafonismo, no sólo aplicaba el concepto de serie a la altura de las notas, sino también a otras variables del sonido, como los ritmos, dinámicas y ataques.

Boulez se fue distanciando de Messiaen, con quien estallaría en varios de sus legendarios ataques de cólera y en 1946 compuso su primera sonata para piano, una obra radical mientras se ganaba la vida tocando piezas ligeras en el Folies Bergère.

En 1954, con el apoyo del actor y director teatral Jean-Louis Barrault, Boulez fundó el Domaine musical en París, una de las primeras series de conciertos dedicadas por completo a la interpretación de música moderna. Fue su director hasta 1967.

De acuerdo con la Deutsche Grammophon -sello con el que grabó a lo largo de su trayectoria- Boulez inició su carrera como director en 1958, con la Südwestfunk Orchestra de Baden, Alemania, donde tenía su residencia.

De 1960 a 1962 enseñó composición en la Academia Musical de Basel. Su labor como maestro, director y compositor hizo una decisiva contribución al desarrollo de la música en el siglo XX e inspiró a las nuevas generaciones con su espíritu pionero.

Sus grabaciones recibieron 26 premios Grammy, además de otros prestigiosos reconocimientos, como el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento (2012), el Premio Grawemeyer de Composición (2001), el Premio de la Fundación Wolf de las Artes de Jerusalén (2000), el Polar Music Prize (1995) de la Academia Sueca de la Música y el  Premio Theodor W. Adorno (1992) de la ciudad alemana de Fráncfort.

Obras

Muy pronto, en 1955, estrena Marteau sans maître ("Martillo sin dueño"), obra central de la música del siglo XX, en la que cristaliza el desafío de la nueva generación de compositores europeos a los cánones.

En consonancia con su temperamento, suscribe cinco años más tarde una declaración en favor de la insumisión en la guerra de Argelia, que condena al ostracismo a todos sus signatarios. Para entonces, sin embargo, el compositor ya se ha mudado a Alemania, en busca de mayores medios para desarrollar su actividad.

Si algo distingue a Boulez de otros creadores coetáneos suyos es su faceta como director de orquesta y como pedagogo, siempre llevado por el afán de divulgar una música difícil de apreciar sin una preparación previa.

Como director, permanece fiel a un repertorio en el que brillan Debussy, Ravel y, ante todo, Mahler (a quien Boulez idolatra, al igual que a Wagner), junto a otros grandes nombres como Bartok, Stravinsky o el propio Schoenberg.
El Boulez director roba cada vez más espacio al Boulez compositor.

Las grandes orquestas se lo rifan y en 1971 desembarca al frente de la Filarmónica de Nueva York, con grandes esperanzas de renovar su repertorio tras el paso de Leonard Bernstein.

Sus seis años al frente de la institución neoyorquina no consiguen darle el giro revolucionario que había pretendido y en 1977, llamado por el entonces presidente francés Georges Pompidou, regresa a Francia para ponerse al frente del nuevo Instituto de Investigación y Coordinación Acústico-Musical, más conocido como Ircam.

La indagación musical se convierte en la nueva obsesión del maestro, ya muy respetado en su propio país, donde con el paso de los años adquiere una estatura artística reservada a pocos.

Sus piezas laberínticas (aspiraba a que su música no siguiese un camino y a que no tuviera fin) se vuelven habituales en las salas de conciertos de Francia y dedica sus desvelos a la creación de su última gran obra: la Ciudad de la Música en el deprimido distrito XX de la capital francesa.

Hace justo un año fue inaugurada la Philharmonie, espectacular sala de conciertos diseñada por Jean Nouvel, que completa este ambicioso proyecto impulsado por Boulez para sacar la música de sus recintos burgueses y llevarlo al corazón del París multicultural.

sc

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