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Wendy Guerra nunca ha dejado Cuba, es literal y es literaria su estancia en la Isla que aún resguarda algo de la utopía revolucionaria. Su literatura ocurre en Cuba porque es el territorio que mejor conoce y es donde puede moverse con soltura, porque aunque escribe ficción, cada nueva obra suya es una revisión profunda del contexto que recrea, porque así lo necesita y lo hace a tal grado que aún tiene lastimado un oído como secuela de Negra, la novela en la que vivió por meses entre rituales y conjuros religiosos.

En su más reciente novela, Domingo de Revolución, la narradora nacida en Cuba, en 1970, cuenta la historia de Cleo, una joven poeta de La Habana que vive bajo sospecha. La Seguridad del Estado y el Ministerio de Cultura creen que su éxito ha sido construido por “el enemigo” como un arma de desestabilización, una invención de la CIA. Para el otro bando, el de los intelectuales en el exilio, Cleo es, con sus aires críticos, una infiltrada de la inteligencia cubana.

Esa obsesión por la Isla hizo que mientras Wendy creaba esta ficción, la realidad se metía por la ventana, pero ahora, con la muerte de Fidel Castro, le asombra la cantidad de coincidencias históricas que han ocurrido: “Ha sido increíble que la novela cuente, por ejemplo, en el centro de acción, la muerte de García Márquez, la muerte de una utopía, la muerte de la izquierda revolucionaria. Que de pronto muera Fidel Castro ha sido una conmoción tremenda, pero para mí, que había escrito Domingo de Revolución años antes, ha sido estremecedor”.

Wendy Guerra dice que nunca se imaginó la cantidad de mujeres cubanas que fueron acalladas, mujeres que nunca pudieron escribir, ni nunca pudieron decir lo que estaban viviendo a nivel nacional o internacional. “Después de escribir esta novela me pregunto cómo nadie antes escribió una novela sobre una mujer vejada; porque en el siglo XXI quitarle la voz a las mujeres es una vejación de alto calibre, me da tristeza no haberlo escrito antes”.

La escritora nunca ha sido complaciente con el régimen cubano, incluso ha sido muy crítica en sus novelas y en sus textos periodísticos, pero con todo dice que ella nunca podría irse de Cuba, también sus novelas seguirán en Cuba porque se siente incapaz hablar de la vida de otros mundos y de otros hombres que no sean los suyos.

“He vivido sitiada en Cuba, no hay fronteras, hemos vivido muy lejos del extranjero, todavía creo que eso que hizo Guadalupe Nettel de contar la vida de un cubano yo no lo puedo hacer, la crítica lo sabe y yo soy muy profesional, el día que yo haga esto es porque realmente viví en un país, realmente viví al lado de personas que pudiese yo reseñar. De hecho, cuando hice Negra me inicié en una religión que no profeso, pero hice ritos de iniciación físicamente muy duros, todavía tengo dañado un oído por los ritos y estoy segura que quien lea la novela, gústele o no, sabrá que el lenguaje es verídico”, dijo.

Sobre salir de la Isla, asegura que cree que Cuba la necesita, no porque sea tan importante, sino porque vivir en Cuba es necesario, ya que no todo mundo ha decidido tomar el asentamiento humano e histórico en sus manos. Esa certeza de seguir en La Habana, dice, la sitúa en la realidad actual tras la muerte de Castro, y es tan grave que Cuba está como en un campo minado.

“Ante cualquier palabra es un campo que estalla y lo que está más contaminado y más adolorido es la relación humana allá adentro, pero quizás esto se vaya emparejando con la utopía que quisimos ser alguna vez. Yo, aunque soy muy positiva, creo que Cuba no es un país que se parece a ninguno. Aunque quiero ser positiva, porque culturalmente nos hemos definido como un país que ha estudiado y se ha independizado, veo que paradójicamente hay una marcha atrás porque las privaciones del pensamiento crean un anquilosamiento de la sociedad”, dijo.

La escritora cita al vuelo la frase de José Martí: “Ser culto para ser libre” y luego asegura que cada vez hay más regueton y más prohibición, eso la lleva a reflexionar: “Soy positiva, soy orgánica en la idea de que la cultura nos va a salvar, mi desesperanza es que se haga énfasis en cosas prácticas, y que la cultura esté pasando a un tercer plano. Cuba vive una decadencia cultural. No hay cabeza para dirigir la cultura, no hay dirección, no hay liderazgo. Si en 60 años hubo un líder que a algunos les parece terrible, que otros les parece un dictador y a otros les parece un prócer, ahora realmente no hay nadie; hay cuerpos caminando sin cabeza por la calle, en un país donde el pueblo camina por órdenes de una sola persona, eso es bien peligroso”.

Guerra afirma que Cuba vive un momento peligroso, que vive el síndrome del nido vacío porque se ha quedado sin liderazgo, no sólo de Fidel, el país hace mucho tiempo que no tiene a líderes. Dice que tiene a Raúl, que es un hombre muy práctico y que ha hecho muchos cambios que la gente quiere, pero afirma que realmente Cuba es un país de líderes.

Wendy Guerra, quien se afirma más como parte de la generación de “Bogotá 39”, el grupo de escritores iberoamericanos donde están Jorge Volpi, Guadalupe Nettel, Alejandro Zambra, Santiago Roncagliolo y Juan Gabriel Vásquez, no piensa escribir la novela de la muerte de Fidel y los enfrentamientos que esa muerte ha traído.

“Yo no escribo a partir de la política, escribo a través del drama humano, es el drama humano el que me mueve, si encuentro una historia humana debajo de este iceberg lo haría pero no lo sé, si encuentro un drama superior a la muerte de Fidel debajo de esta muerte, lo haría, sé que hay muchos, solamente es cuestión de enfocarse”, señala.

Acepta que ha vivido con mucho dolor estos días, no es por la pérdida de Fidel sino por lo que ha generado esa pérdida. “Me doy cuenta que la locura de Fidel nos ha enloquecido a todos, esta locura de 60 años en el poder ha traído un enfrentamiento entre cubanos muy triste. Yo estoy muy triste, mi miedo es que no podamos ponernos de acuerdo como república, como país, como Isla”, concluye.

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