No hay silencio que valga ni retiro posible de la escena pública, para Cristina Fernández de Kirchner, después del 10 de diciembre, día en que culminará su mandato presidencial. Ella es candidata. No ya a la reelección, ni al Parlasur por una banca allá por el 2020. Su proyecto, no es otro que el de acceder a la Secretaría General de las Naciones Unidas, en reemplazo de Ban Ki Moon, el año próximo y para eso viene trabajando en algo parecido al silencio y con cierto ahínco.

Durante la última Asamblea General en Nueva York, a la mandataria argentina se le escapó un comentario, cuando hacía uso de la palabra el primer Ministro Danés, Lars Loekken, abogando porque en el organismo se termine con la “discriminación” contra las mujeres. Hasta allí, la prensa apenas se hizo eco del tema. Pero aquí en Buenos Aires, ya se observa todo un equipo a disposición de la todavía presidenta argentina para trabajar por el “proyecto” de Cristina Secretaria General. Hasta uno de sus secretarios privados dejó su cargo en el escritorio contiguo al de la mandataria para acatar la orden de “La Jefa”. “Vas a trabajar por la ONU”. Y el muchacho ya integra la comitiva que se mueve en pos de esa meta. Para que la presidenta sigua paseando su colección de carteras caras y luciendo vestidos y trajes que no repetirá jamás en público (salvo en una ocasión), en campaña por el mundo.

Más que un proyecto posible es el sueño de la viuda de Kirchner. Una mujer que durante su mandato, la política exterior, le importó poco y mal. Lideró un gobierno que, por ejemplo, pasó de designar a un canciller, como Héctor Timerman, a instancia del Congreso Judío Mundial y terminó aliado de Irán y con un fiscal, Alberto Nisman muerto.

Los cálculos de CFK son concretos. Si ya hay por lo menos 50 países que abogan por una secretaria General muer, sumado a los votos regionales que pueden aportar la estructura del chavismo para llevar un secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA),

como ocurrió en su momento con José Miguel Insulza y más recientemente, el uruguayo, Luis Almagro, las chances de Cristina van en aumento. Pero la política internacional y los pasillos de la ONU son más complejos que los que suele moverse la jefa de Estado.

La suya aparece como una candidatura tardía. Como un sueño con pocas posibilidades de materialización. Lo mismo que le ocurre a Dilma Rousseff y sus medidas de ajuste. Tarde, demasiado tarde y a destiempo. Si la brasileña hubiese recortado el gasto público y hubiese reducido la mitad de los ministerios de su gobierno en enero, cuando renovó el mandato, hoy su situación tal vez hubiera estado un poco menos dañada. Pero en Brasil, por estas horas, casi nadie cree en milagros.

En medio de esos sueños, la viuda de Kirchner tendrá otras necesidades más imperiosas. Hacer que su candidato, Daniel Scioli, el mismo que recibe el apoyo de sus enconados enemigos del grupo Clarín, triunfe finalmente y que cuando llegue el día de la devaluación y el punta pie inicial del ajuste, a ella y a su gobierno, los encuentre en tal situación que puedan esquivar el juicio de la historia. Algo que se presume más que difícil conociendo el tenor del déficit público y el escaso nivel de reservas que existen en el Banco Central.

No obstante, la señora ya se las arregló para retener el rótulo que más y mejor utilizó en su larga carrera política. El de “Cristina candidata”.

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