Alejandro Hope

La otra catástrofe

27/09/2017 |01:05
Redacción El Universal
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El país lleva más de una semana con los ojos fijos en un desastre, el que han dejado los ya demasiados terremotos de septiembre.

Otra catástrofe, menos vistosa, más lenta en sus efectos, pero altamente destructiva, se reveló ayer. El Inegi dio a conocer los resultados de la más reciente Encuesta Nacional de Victimización y Percepción de la Seguridad Pública (Envipe). Y lo que dicen esas cifras espanta casi tanto como el movimiento de la tierra bajo los pies.

En 2016, se cometieron 31 millones de delitos. Eso significa que, en promedio, hay en México un delito por segundo. Cierto, la mayoría son hechos relativamente menores, no violentos: mucho robo, mucha extorsión telefónica, mucho fraude. Pero son delitos, al fin y al cabo, que dejan víctimas. Muchas víctimas: 24 millones en total. De cada 100 adultos mexicanos, 29 fueron víctimas de algún delito el año pasado.

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Y además, una pequeña porción del océano sigue siendo mucha agua. No hay, en términos relativos, muchos delitos violentos, pero el número absoluto espanta de cualquier modo. Según la Envipe, casi 67 mil personas fueron secuestradas, así sea sólo por unas cuantas horas, en 2016. Y se cometieron algo más de medio millón de intentos de extorsión presencial, cara a cara (además de los más de ocho millones de intentos de extorsión telefónica).

De la inmensa mayoría de esos delitos, las autoridades ni se enteran. Nueve de cada diez delitos no se denuncian. En los pocos casos que son denunciados, no se abre un expediente de ningún tipo en cuatro de cada diez. En total, eso implica que sólo seis de cada 100 delitos detonan algún tipo de investigación. Y de ese número ya muy minoritario, hay una consignación ante un juez en sólo cinco por ciento de los casos. Dicho de otro modo, 99.7% de los delitos se quedan impunes.

Tanto delito y tanta violencia y tanta impunidad acaban aterrando. Casi tres cuartas partes de los adultos mexicanos se siente inseguro en su estado, casi dos terceras partes en su municipio, casi la mitad en su colonia o localidad. Y para las mujeres, la situación es peor: casi ocho de cada diez se sienten inseguras en su estado.

El miedo deja consecuencias, cambia hábitos y modifica comportamientos. Siete de cada diez mexicanos afirman que no permiten que sus hijos jueguen en la calle. La mitad trata de no salir de noche. Casi la tercera parte señala que ha dejado de caminar en la calle y un porcentaje similar intenta no tomar taxis.

La población toma además muchas acciones proactivas para tratar de sentirse segura. Según la estimación de Inegi, los mexicanos gastaron 82 mil millones de pesos en medidas preventivas (chapas, rejas, bardas, cámaras, perros guardianes, etcétera). Y el salario del miedo no acaba allí: los costos del delito se estiman en 229 mil millones de pesos al año (equivalente a 1.1% del PIB). Eso es probablemente más que el monto necesario para reparar todos los daños provocados por todos los sismos de septiembre.

No queda pues más que una conclusión: estamos aquí ante un desastre que desfigura nuestras comunidades, socava nuestra economía y empobrece nuestras vidas. Y es, por ahora, una calamidad que detona más indiferencia que solidaridad.

Es nuestro sismo diario, la catástrofe que nunca cesa.

alejandrohope@outlook.com
@ahope71