Una sorpresa del cine en competencia en el Festival de Cine de Morelia de hace dos años, ganadora de dos premios, a mejor película y mejor actor, El Vigilante, la ópera prima del director mexicano Diego Ros es casi una anomalía en el cine mexicano reciente. Estamos frente a un eficaz thriller urbano que a pesar de recurrir a una de las locaciones favoritas de los cineastas nacionales - Santa Fe-, se sitúa en la parte menos glamorosa de aquella zona: una enorme construcción que se erige en la parte alta de la zona, con una vista privilegiada de la ahora llamada CDMX.

La película se centra en Salvador (sorprendente Leonardo Alonso), el muy profesional vigilante de aquella construcción y que justo al llegar el cambio de turno se apura para ir a su casa lo antes posible y ver a su esposa, quien está a punto de parir. “Ya voy para allá” repite una y otra vez Salvador por celular a su mujer, pero el hecho es que, por más que haya cumplido con sus labores y por más que su turno haya acabado, el hombre no podrá salir de aquella construcción que ya para entonces parece un lugar amenazante.

Cual si estuviéramos en un clásico de Buñuel (El Ángel Exterminador, 1962) o en algún capítulo de la Dimensión Desconocida, siempre hay algo que le evita a Salvador ir a casa: ya sea que su compañero Hugo viene tarde (Ari Gallegos, también fenomenal), ya sea que tiene que investigar ciertos ruidos que se escuchan a lo lejos, que tenga que hacer báscula a los trabajadores por ciertos materiales que se reportaron robados. Para empeorar el panorama, la policía llega al lugar para pedirle que haga una declaración sobre cierta camioneta estacionada hace dos días afuera de la construcción y en la que al parecer encontraron a un niño muerto.

La noche avanza y la tensión crece. Con apenas dos personajes protagónicos (y otro par de personajes de reparto), filmada en una sola locación (esa obra monumental en Santa Fe) y a plena noche, Diego Ros logra construir atmósferas ominosas y perturbadoras con una eficacia que no es usual en el cine hecho en México.

La fotografía de Galo Olivares encuentra en las sombras que proyectan las grandes columnas de esta obra negra el modo para crear un espacio cinematográfico inquietante mediante un manejo excepcional del encuadre, las luces y las sombras, provocando eficaz tensión y angustia en el espectador a pesar de los pocos elementos con los que cuenta para el armado de sus escenas: grandes espacios grises, oscuridad plena, apenas uno o dos personajes en la pantalla.

Sin jugar al cine de denuncia ni condenar moralmente a sus personajes, Diego Ros hace con su cinta una pequeña fotografía/diagnóstico del México actual. Salvador como ejemplo del mexicano bien intencionado, honrado, pero que en su intento por seguir las reglas y hacer las cosas bien, la vida se le va complicando. No es un ser ejemplar y peca de omisión, pero en un universo corrupto como en el que vive (su compañero vigilante que, sin convertirse en un villano, encuentra natural el torcer la ley como medio de sobrevivencia) hacer lo correcto se torna increíblemente complicado. La corrupción como este lugar oscuro que poco a poco devora a sus personajes.

-O-

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