Dos hombres, unas copas, una camioneta, un malentendido, un linchamiento.  Fotos y videos tomados con celulares. Transmisión en vivo.

Así podría resumirse la crónica de una tragedia ocurrida ayer en la comunidad de Acatlán de Osorio en Puebla. Alberto y Ricardo murieron víctimas de una supuesta “justicia del pueblo”. Acusados sin pruebas, sin juicio, sin defensa, sentenciados por una masa con ganas de ver sangre.

Una turba de desquiciados los quemó vivos, una multitud de morbosos grabó el hecho. Unos cuantos indolentes y cínicos transmitieron en vivo las imágenes para que el mundo pudiera ver la agonía de dos seres humanos.

Es sumamente despreciable la violencia con la que los humanos podemos comportarnos con otras especies, pero nada más infame que la saña con la que muchos pueden tratar a otro ser humano.

Puebla es hoy el Estado con el mayor número de linchamientos en todo el país. Sin embargo, no es un fenómeno ajeno a otras entidades, no es un fenómeno ajeno a la Ciudad de México. No existe justificación, por más que existan quienes adjudiquen esta acción del pueblo bueno a la falta de seguridad en la que habitamos.

No existe justificación para quienes vitoreaban la muerte, para quienes se regocijaron con la imagen de dos cuerpos bajo las llamas, para quienes disfrutaron grabando un video que después compartirían en redes sociales como si de un “souvenir” se tratara. 

No hay, no puede haber perdón para quienes llevaron estas imágenes hasta la vista de la madre de uno de los hoy occisos. Las investigaciones del caso deberán dar con los responsables de incitar a la violencia de ese modo, y con aquellos que rociaron la gasolina y encendieron el fuego pues cometieron un delito, homicidio doloso y deberán pagar por ello, de otra manera, hasta que esto no se detenga y haya consecuencias, los linchamientos y ejecuciones públicas continuarán.

La barbarie seguirá pues la impunidad es un incentivo muy perverso para fomentar la violencia. Si deseamos que México cambie tenemos que empezar por repensar el tipo de sociedad que somos y el tipo de sociedad que deseamos ser. Por mi parte, no quiero una sociedad que se congratule con el dolor y la muerte y que su odio y disfrute de la violencia sea tanto que saquen el celular para capturar tan tristes momentos para la posteridad. Así no México, así no.

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