Cada vez se complica más el camino al 2018. Hace unas semanas el aún Presidente Enrique Peña Nieto reclamaba en un Foro que “hoy por cualquier cosa se quiere culpar a la corrupción”.

El semblante del Presidente en nada ocultaba su molestia por la pregunta cuando intentaba componer con unas pocas y no muy convincentes palabras lo que con los hechos durante los últimos años su gobierno ha venido destruyendo: la credibilidad en las instituciones. Peña Nieto aseguró casi en tono de sorna que “casi, casi, si hay un choque aquí en la esquina, fue la corrupción, algo pasó en el semáforo ¿quién compra el semáforo que no funcionaba?”.

El discurso es ofensivo, no sólo por su contenido sino por el momento en el que llega. Los escándalos de corrupción han dañado la lánguida democracia Mexicana al grado de corroer sus cimientos: la limpieza electoral, los órganos electorales, la autonomía y la garantía de un piso parejo para todos.

Peña asegura que se ha combatido la impunidad, sin embargo, el número de funcionarios de su gobierno y de los gobiernos estatales tras las rejas por escándalos de corrupción es bastante reducido. El informe de la Auditoría Superior de la Federación da cuenta no sólo de la insuficiencia de las denuncias para combatir estos casos, sino incluso de la ineficiencia de las autoridades responsables para perseguir esos delitos: más de 800 expedientes abiertos sin que se tenga claro cuándo podrán concluir esas investigaciones, especialmente con el fin del sexenio a la vuelta de la esquina.

Las acusaciones por malversación de fondos, tráfico de influencias, soborno, lavado de dinero y demás linduras han estado a la orden en este sexenio y ni el propio Presidente ha estado exento de ellas. Es por tanto claro lo hueco que resuenan las palabras presidenciales vistas en la tesitura de un gobierno que más bien parece estar tratando de cubrir sus huellas de cara al proceso electoral del siguiente año.

Albero Elías Beltrán, parece haber sido designado el hombre de la “limpieza”, el responsable de barrer el tan desvencijado piso que puede no sostener la maquinaria electoral 2018, quizá sus desatinos nos parezcan dignos de remoción, sin embargo, como buen bombero, su arribo no busca dejarlo en una gran posición sino limpiar las instituciones para adecuarlas a las próximas necesidades: crear instituciones a modo.

La Casa Blanca, Oderbretch, Grupo Higa, Malinalco, los helicópteros para ir a jugar golf o ir de vacaciones familiares. Las denuncias se acumulan y me temo que nos hemos acostumbrado tanto al escándalo que cada vez exigimos menos y ellos se vuelven cada vez más cínicos.

Decía el presidente que eventos como el socavón del Paso Express de Cuernavaca o las irregularidades en las construcciones que colapsaron en los sismos no son culpa de la corrupción. Lo desmiente el informe del Auditor, aunque en algo quizá si tiene razón el Presidente, el problema más importante de México no es la corrupción, nuestro principal problema es la impunidad.

Así, sin un partido que convenza plenamente a los ciudadanos, sin candidatos reales, ni partidistas ni independientes, sin propuestas claras, es que avanzamos en el camino al 2018.

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