¿Por qué olvidamos tan rápido? Hace tiempo que me vengo haciendo esta pregunta, en particular cuando de crisis humanitarias se trata. Ya sea que éstas sean provocadas por fenómenos climáticos, desastres naturales o terrorismo, al principio, cuando la noticia se da a conocer, mostramos nuestra solidaridad, hoy particularmente digital. Hablamos de ello, incluso como doctos y buscamos aún más información sobre el asunto. Sin embargo, al cabo de unos días o unas cuantas semanas, el asunto comienza a pasar a segundo término, la gente empieza a olvidarse del tema por más desgarrador que sea y reiniciamos nuestros días de nuevo con ánimo hasta que un nuevo hecho desate nuestro activismo virtual.

Corría el año 2014 cuando el grupo armado Boko Haram secuestró a 276 niñas de una escuela ubicada en Chibok al norte de Nigeria. El revuelo internacional por el hecho derivó en una campaña que se hizo viral a las pocas horas de comenzar y que congregó a personalidades del mundo artístico, a políticos, a intelectuales y a ciudadanos de muchos países. Bajo el hashtag #BringBackOurGirls aún la entonces primera dama de Estados Unidos Michelle Obama exigió al grupo terrorista el retorno de las niñas.

Nada pasó. Las niñas no volvieron, los ánimos se apagaron, las reivindicaciones se olvidaron y como tantas otras veces en África o en México, el grito enojado, la exigencia de resultados sucumbió ante la rutina de nuestras vidas separadas por miles de kilómetros o a pocos metros, porque para el olvido las distancias no cuentan.

Más de 1300 días han pasado y hasta hoy sólo una parte de esas niñas ha vuelto a casa. De acuerdo con las cifras del gobierno nigeriano, en mayo de este año, más de tres años después fueron liberadas 82 niñas que se suman a otras 106 que Boko Haram habría dejado antes en libertad, a las 57 que lograron escapar. Sin embargo, aún quedaría una treintena de jóvenes por ser liberadas.

Para casi cualquiera que esté leyendo este texto, la liberación significaría el fin del sufrimiento, un largo camino a casa, no es así para las jóvenes de Chibuk ni para ninguna otra niña, joven o mujer que haya caído en las garras de Boko Haram. El regreso a casa es un regreso cruel y doloroso. Las mujeres que han logrado volver no sólo traen a cuestas hijos fruto de las constantes violaciones a las que fueron sometidas, vienen con cicatrices en el cuerpo y en el alma que se acentúan ante el rechazo de sus propias familias y su propio pueblo para quienes ellas se han convertido en annoba: una plaga.

La gente no únicamente las discrimina sino que también les teme, a ellas y a sus hijos. El proceso de readaptación está costando tanto que en muchos casos ha dejado a estas mujeres en un estado de vulnerabilidad otra vez. Abandonadas por todos los que conocen están a merced de ser nuevamente capturadas por los diversos grupos armados radicales de Nigeria que ya cuentan en su haber con más de 10,000 secuestros de mujeres de las cuales las niñas que motivaron el movimiento #BringBackOurGirls sólo fueron una pequeña muestra.

Hoy, a tres años y medio del secuestro de las niñas de Chibuk el reto sigue presente, el peligro es constante y la violencia no ha cesado. Los testimonios de aquellos que han regresado muestran la crueldad con la que actúa ese grupo y la necesidad urgente de una acción internacional. En 2014 el mundo fue capaz de unirse bajo una misma demanda ¿cómo logramos que esas demandas no se olviden? ¿cómo hacemos para transformar esa energía repentina en un esfuerzo de largo plazo y que esas niñas, mujeres y sus hijos -no sólo las de Chibuk- puedan volver a casa?

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