¿Te preocupa que en estas fiestas (y tantas otras) tus hijos coman muchos dulces? A mi también.

Resulta que por una cuestión misteriosa a los niños les encantan las paletas de colores brillantes , texturas pegajosas, formas irreverentes. Les atraen los chicles y chiclosos que no los dejan ni hablar de la cantidad de saliva que les hacen producir . Las pastillas ácidas, los polvos que explotan o pican o hacen que les lloren los ojos o se les “rompa la hiel”.

Y por una cuestión todavía más misteriosa los adultos hablamos pestes de ellos pero se los regalamos a otros niños en fiestas, reuniones y festejos. Eso sí, bajo el entendido de que pueden comer pocos, a veces y sólo después de haber comido lo que deben comer.

¿Qué hacer para superar las fiestas , entre ellas Halloween, y cómo no terminar queriendo tirar los dulces a la basura y mandar a tu hijo a su cuarto para que deje de hacer berrinche porque quiere comer más?

Hablando con él, con ella y quien haga falta (amigos, primos, nanas, papás/mamás, vecinos) para que les quede claro el tema.

Los dulces no son cosa mala, ni buena. En nutrición, o al menos en mí filosofía de la nutrición , hay una máxima que dicta que los alimentos no son buenos ni malos, todo depende quién los consuma, cuándo y en qué cantidades. Así, he de reconocer que hay algunos productos interesantes que basados en fórmulas químicas resultan graciosos, pintan, explotan, pican pero si, lamentablemente no nutren.

He visto batallas campales padre-hijo en donde el primero ha decidido limitar el consumo de la tan satanizada azúcar al segundo. Los dos pelean, nadie gana. El papá/mamá no puede ver que comer dulces es moda, es rico, es necesario para los niños y que además, está peleando con un ser que está súper revolucionado con niveles altísimos de azúcar en su cuerpo.

De la misma manera que he visto cientos de papás buscando ingeniosas alternativas para que sus hijos coman cosas dulces pero sin los químicos y colorantes de los dulces comerciales. Tratando de convencerlos que no hay nada como la miel de abeja, el amaranto orgánico y las mermeladas caseras.

Creo que ninguna de las dos opciones llevará a los padres a buen fin con sus hijos, es decir, pelear o prohibir derivará en engrandecer lo que quieren quitar de su vida. Si no se los permites, lo harán a escondidas porque hay un mundo allá afuera en donde los niños sí los comen, las maestras los regalan y los restaurantes también.

Creo que es mejor hacer responsable a tu hijo del consumo de estos productos , así como de su alimentación en general (y de su vida, pero ese es otro tema). Hablarles de lo bueno y lo malo de comer lo que comen. De las ventajas de aprender a autolimitarse y a sentir su cuerpo con relación a, en este caso, el azúcar. Que sepan que se les pueden “picar” los dientes, que las etiquetas muchas veces dicen cosas que no son verdad, que en exceso no son saludables, etc.

Creo que a los niños hay que tratarlos con inteligencia y sensibilidad para que la convivencia sea agradable y que las fiestas sean eso, fiestas y no campos de batalla.

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