Huir, es uno de los mecanismos más usados de cualquier especie como supervivencia, sobre todo se habla de salir corriendo cuando se enfrenta a una amenaza o agresión y más si esta puede atentar con nuestra vida. A través de la historia de la evolución humana se siguen quedando ciertos códigos genéticos bien guardados en nosotros. No obstante, en la actualidad es difícil enfrentarnos a situaciones que pongan en peligro nuestra vida, pero si estamos ante emociones, sentimientos y experiencias que de algún modo nos hacen sentirnos vulnerables y esto nos hace creer que tenemos que huir.

La idea de no enfrentarnos a los problemas no es un único mecanismo de defensa, según la psicología existen muchos más, solo que de alguna manera es el más utilizado, últimamente, la evitación como tal. Es útil en el momento, pero a la larga no tanto, debido a que es un mecanismo de defensa rígido. A la larga nos provoca angustia, las emociones, sentimientos y pensamientos no nos pueden devorar literalmente, pero nos pueden provocar más daño del que imaginamos.

No se trata de decir si algo está bien o mal, como lo hemos hablado en diferentes escritos, todo depende de la situación. Evitar es otra forma de enfrentarse a problemas, y no se trata de dejar de usarlo si es tu caso, recuerda que no por evitar algo significa que deja de existir, se pospone, pero sigue ahí. Es fundamental aplicar esto de manera inteligente, para que no se vuelva en contra de nosotros. Tienes que ser consciente de que huir es una carrera que difícilmente ganaremos.

¿Tú en qué momento huyes? ¿Cuándo sueles aplicarla? Hay momentos en los que nos sobrepasan, y la única forma de salir bien librado de algo es no hacer nada. La gran mayoría de las ocasiones y circunstancias permiten evitar las emociones, es mucho más práctico que enfrentarlas, pero no resuelve. Eludir los problemas no los soluciona, sino que, por el contrario, suele atacarnos también por la espalda. Aunque el tiempo no puede solucionar las cosas, el tiempo aplicado de manera consciente puede ser útil.

Huimos de lo que nos preocupa, como si alejándonos dejara de preocuparnos, aplazamos lo que nos estresa, como si fuera ponerle pausa a la reproducción de una canción, y asumimos que no darle importancia a lo que nos duele, como si eso hiciera que tarde o temprano nos deje de doler por completo.

Nos asusta enfrentarnos a algo porque creemos que no podemos y que nos superamos, pero no lo sabremos hasta que no nos enfrentemos a ello, la mayoría de las veces sobredimensionamos más las cosas en nuestro interior, que lo que en realidad son en el exterior. A menudo, nuestra actitud de huida se debe a una experiencia vivida, un registro que guardamos, que nos lastima, también a algo aprendido en nuestro entorno, que vemos en los demás. Si tuviéramos que reflexionarlo un poco, lo más probable sería que no

salgamos huyendo, que lo enfrentemos. Puede ocurrir que nos equivoquemos al enfrentarlo, pero siempre se gana o se aprende, nunca se pierde.

Lo que sucede cuando huimos es que al final nos cansamos y todo termina alcanzándonos. Huir de nuestras responsabilidades no nos exime de cumplirlas. Las emociones no desaparecen, se educan, los sentimientos no dejan de existir, se enfocan, y lo que tengas que hablar con las personas, se hace y de frente.

Y tú, ¿de qué estás huyendo? No huyas, ni siquiera de tu respuesta.

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