A los mexiquenses que defienden su portería

El Presidente de la República tira a gol contra las porterías de la legalidad y la cordura. En los últimos días ha superado sus marcas, cosa que parecía imposible. Como es aficionado al beisbol, se podrían reconsiderar los disparos como jonrones que sobrevuelan los diamantes al toque del bat presidencial.

Veamos las andanzas en la cancha de la República. En los partidos de la última temporada tiró contra las porterías de la ortodoxia electoral (agraviada por el activismo desbordante de altos funcionarios en los comicios), la paz pública (con presiones iracundas contra la Suprema Corte, que fracturan la división de poderes), el derecho a la información y a la verdad (bloqueo al INAI), la legalidad en los actos de gobierno (con el enredo de las expropiaciones), el orden financiero (con tiros en off side que generaron extrañeza y recelo).¡Vaya tiros a gol! El marcador es presagioso.

Ahora el jugador ha disparado nuevamente contra la Suprema Corte de Justicia (mejor dicho, contra la justicia que tanto lo enfada), imputándole un “golpe de Estado técnico”, expresión inadmisible, tan grave como errónea. La arremetida tiene un blanco favorito: la Presidenta de la Suprema Corte. Y el tirador ha permitido que su equipo más representativo dispare a discreción contra el proceso electoral del Estado de México: en la plaza pública, a la vista de la nación (y para que ésta escarmiente).

En el orden internacional tenemos tiros constantes, pese a los esfuerzos de quienes han intentado moderar el ánimo del jugador. En el pasado fueron tiros ejemplares las reticencias del caudillo para felicitar al nuevo (entonces) presidente de los Estados Unidos, después de las complacencias que tributó al inmediato antecesor (que se refirió, ¿con asombro o con jactancia?) a la forma en que México se había “doblado”.

En el epistolario del Presidente tienen lugar —y lo tendrán en el museo de los horrores— las cartas al rey de España, al Papa, al propio Biden, a los parlamentarios europeos y al Presidente de China (que no acusó buen recibo). Agreguemos —no faltaba más— la posición de México en el conflicto entre Rusia y Ucrania.

Entre los tiros espectaculares debemos mencionar —y no ignorar, porque es necesario advertir origen y consecuencias, estilo y destino— la situación en que nos hemos colocado en nuestra América, donde alguna vez actuamos con vigor y coherencia. Me refiero, por un lado, a la defensa de las dictaduras, que incluye infinita tolerancia a violaciones generalizadas de derechos humanos, y por otra parte, a la manifiesta injerencia en los asuntos de otros pueblos.

La no injerencia en esos asuntos (que no es aislamiento: lo muestra la historia de México en el siglo XX) consta entre los principios normativos de nuestra política exterior. Pero el gran tirador saltó los Andes y llegó a Perú. En esta acrobacia despreció nuestra mejor tradición e ignoró la doctrina Estrada, que excluye actos de reconocimiento o desconocimiento de gobiernos. El animoso caudillo derogó el Derecho internacional y echó atrás las manecillas de la historia.

No es fácil detener tantos tiros. Por lo pronto, harían bien los ciudadanos mexiquenses en cuidar la portería del Estado de México. Contra ella abundan los disparos a mansalva. Ceder en esa portería generaría un gran daño para el Estado y, no menos, para el país. Animemos a los porteros. No la tienen fácil, pero tampoco imposible. ¡Que se vea la ola, mexiquenses!

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