Miguel Ángel Alejo lleva 12 años de su vida en una prisión. Es mucho o es poco según quiera verse; apenas lleva 12 de los 50 años que le impusieron como condena por el delito de homicidio, que no cometió.

Miguel Ángel es uno más en la cifra negra de inocentes tras las rejas. Era soldador de oficio, como toda su familia. Solo tenía 21 años cuando su vida cambió y fue sesgada por la peor de las injusticias.

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Día de la tragedia: Miguel Ángel acudió a una boda. La fiesta transcurrió como cualquier otra de las muchas fiestas que se organizaban en el pueblo en el que vivía. Alrededor de la media noche, se retiró a su casa.

A los pocos días, al salir de un juego de futbol soccer del equipo local, que él entrenaba, fue detenido y llevado al Ministerio Público sin explicación alguna. No puso resistencia, confiaba en que las cosas se aclararían. Al llegar al MP y escuchar a los judiciales que lo detuvieron mencionar que él era el asesino de un chavo de 17 años que había muerto en la fiesta de hace unos días, se quedó frío.

“Oiga, de qué niño está hablando, yo no he matado a nadie” dijo a los judiciales frente al MP. Horas después fue liberado por falta de pruebas. Tan pronto llegó a casa su familia le aconsejó irse del pueblo. “Ya sabes cómo son de corruptos, no vaya ser la de malas hijo”, le rogó su mamá. Miguel Ángel, confiado en la justicia, sabiendo que no tenía nada que ocultar, decidió quedarse. “El que nada debe nada teme”, decía.

Al cabo de unos meses volvió a ser detenido por el mismo asesinato, sin saber que esta vez las cuatro paredes del reclusorio serían su nueva casa. En un abrir y cerrar de ojos, el juez que resolvió su caso determinó que Miguel era culpable de asesinar a Juan, un joven de 17 años.

Los supuestos hechos que le imputaron: lo habría encontrado de camino a su casa al salir de la fiesta, tuvieron una riña en la que Miguel le aplicó a Juan una llave china que le quitó la vida y posteriormente le arrojó una piedra en la cabeza… al menos eso dijeron los primos de Juan, todos menores de edad, cuando declararon.

El juez pasó por alto que los mismos primos de Juan, más adelante, durante el juicio, se retractaron de lo dicho, refiriendo que, en realidad, nunca habían visto a Miguel Ángel y que la pelea fue con los chavos de una pandilla rival a la cual Juan pertenecía. El cráneo de Juan no presentaba ninguna lesión, hecho que el juez decidió descartar. Tampoco consideró las causas del fallecimiento que establecieron los médicos legistas. Juan había muerto de asfixia por el vómito que provocó una sobredosis. ¿Y la supuesta riña?

En efecto, sí hubo una riña con una pandilla del pueblo, un hombre de esa pandilla fue quien golpeó a Juan y paradójicamente, ese hombre comparte hoy prisión con Miguel Ángel.

La mamá de Miguel Ángel ha estado encima de las autoridades peleando por la justicia de su hijo por más de 12 años. “Alguien tiene que pagar, así es la justicia de nuestro país”, dice casi con resignación.

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A la corrupción e impunidad que inundan nuestro sistema de justicia penal hay que ponerle nombre y apellido. Estamos rompiendo familias y vidas. No son cifras. Son vidas. Son cientos de personas que hoy se enfrentan a un sistema de justicia que de justo no tiene nada. Hoy se llama Miguel Ángel, pero también se llama Pedro, Rocío, Mariana, Daniel, Alejandro, Roberto y Fernanda. Son Érica, Vanesa, Pablo o Christian quienes están en prisión por delitos que no cometieron. Hoy por cada inocente tras las rejas, una víctima menos encuentra justicia.

Miguel Ángel llegó, por medio de la organización Reinserta, a manos del Despacho Ruiz Durán. Después de 12 años de una vida en pausa, tenemos la esperanza de un posible final feliz en su historia. Pero no solo es Miguel Ángel, son todos los demás. No olvidemos los nombres de todas y todos.

Presidenta y cofundadora
de Reinserta AC.

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