En México, la innovación tecnológica se ha dado históricamente como absorción pasiva de lo externo, siendo las compañías con sede en Estados Unidos, Japón o Europa las principales fuentes de nuevas tecnologías. Este modelo de transferencia tecnológica, si bien aporta beneficios al país, también expone a la economía mexicana a una dependencia significativa de las ideas y avances generados en otras partes del mundo. Nuestras carencias en cuanto a desarrollo activo de la ciencia nacional limitan nuestra capacidad para generar innovaciones propias. A veces solo llegamos a adaptar las tecnologías existentes a ciertas necesidades específicas. Este enfoque pasivo deja al país en una posición vulnerable frente a cambios en las dinámicas globales y de ahí la importancia de fortalecer los esfuerzos nacionales de investigación y desarrollo.

Para avanzar hacia una economía de punta, es imperativo que México promueva un desarrollo activo de la ciencia y la tecnología en el ámbito nacional. Esto implica una inversión sustancial en infraestructura científica, el fomento de la colaboración entre instituciones académicas y la industria, así como la creación de políticas que incentiven la investigación y la innovación. La formación de una fuerza laboral altamente calificada y la generación de conocimientos propios no solo reducirían nuestra dependencia tecnológica, sino que también posicionarían a México como actor relevante en la creación y aplicación de soluciones innovadoras, contribuyendo al desarrollo sostenible y a la competitividad a nivel global.

Lo he dicho en otras ocasiones: los tres pilares del desarrollo científico de un país son: a) la educación de calidad, b) centros públicos de investigación de excelencia, y, c) centros privados de investigación asociados a la innovación tecnológica. La base de esos tres pilares es una estructura tributaria sana, que le permita tanto a la federación como a los estados financiar su parte de inversión en educación y ciencia, convirtiendo a los estados en pares de la federación para la planeación y desarrollo científico. Por eso, hoy quiero referirme a los centros públicos de investigación y la necesidad que existe de consolidarlos con un nuevo paradigma.

Hay en México tres sistemas importantes de centros de investigación. Por un lado, tenemos a los institutos de investigación de la UNAM, concentrados muchos en la Ciudad de México, pero con filiales ya por todo el país. La UNAM es, por sí misma, un gran polo de investigación científica. Eso tiene raíces históricas, ya que, a falta de un sistema de centros de investigación, la UNAM llenó ese hueco desde hace más de 60 años. Tenemos además al CINVESTAV, que tiene también ya 12 sedes en diez estados del país. El CINVESTAV surgió asociado parcialmente al IPN, pero depende ahora directamente de la SEP. Alberga a múltiples centros de investigación, por ejemplo, en el área de las ciencias de la vida y la genómica. Y como tercer gran bloque tenemos a los 27 Centros Públicos de Investigación (CPI) de CONAHCYT. Algunos de ellos surgieron independientemente, hace décadas, pero se conformaron como sistema en 1992, para coordinarlos a través del CONACYT. Los CPI, debido a sus diferentes orígenes, han adoptado formas jurídicas variadas. Algunos son asociaciones civiles, como el CIMAT o el CIDE. Otros son sociedades civiles. Resulta extraño que después de tantos años de haberlos agrupado aún no hayan adoptado una forma legal común. Hay además un grupo importante de centros de investigación en medicina, que voy a dejar para otro artículo.

Centros de Investigación en España, Francia, Alemania

En México, ha llegado el momento de consolidar y fortalecer los centros de investigación nacionales mediante la creación de un conglomerado que se asemeje en potencia e impacto a instituciones de renombre internacional, como el Consejo Superior de la Investigación Científica (CSIC) en España, el CNRS (Comité Nacional de la Investigación Científica) en Francia y la sociedad Max-Planck en Alemania. Esta iniciativa no solo potenciaría la capacidad investigadora del país, sino que también fomentaría la colaboración interdisciplinaria, la generación de conocimiento de vanguardia y la atracción de talento científico de clase mundial. Un conglomerado de esta magnitud permitiría a México posicionarse como un actor clave en la escena científica global, impulsando el desarrollo económico, la innovación y la resolución de problemas cruciales para la sociedad.

El CSIC tiene más de ochenta años de existencia. Desde 2007 es una agencia estatal, pero es autónoma, es decir decide de manera independiente sobre su gobernanza y líneas de investigación. El CSIC cuenta con 121 institutos y tres centros nacionales distribuidos por todo el país, tiene cerca de 14 mil empleados y produce el 20% de los reportes de investigación en España. La rectoría del Estado se ejerce a través de contratos de financiamiento que se negocian cada cuatro años. La misión del CSIC es “promover y realizar investigación científica y tecnológica“, formar personal científico, transferir a la sociedad sus resultados y promover el modelo de ciencia abierta. Una cuestión muy importante es que el CSIC gestiona los instrumentos de laboratorio o infraestructura de lo que se llama “Big Science”, es decir, telescopios, aceleradores de partículas, laboratorios de bioquímica, buques oceanográficos, etc. Las universidades pueden acceder a estos instrumentos a partir de convenios de colaboración científica. Además, el CSIC participa en proyectos europeos y es accionista de grandes instalaciones de infraestructura europea. En 2019 el CSIC tuvo un presupuesto de 727 mil millones de euros. De ellos, el 36% fue obtenido por el CSIC mismo a través de su participación en proyectos europeos o industriales.

El sistema Max-Planck en Alemania (MPG) es el que mejor conozco y es una de las joyas de la corona de la ciencia europea.  Su presupuesto total fue de 2563 mil millones de euros en 2021 y cuenta con 24 mil empleados. El sistema fue fundado en 1948, para darle continuación a la llamada Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft. Hasta hoy ha albergado a 31 Premios Nobel y en los rankings mundiales de investigación siempre ocupa uno de los primeros lugares.

Los centros de investigación del MPG están distribuidos por todo el país, con una particularidad muy importante. Cuando se funda un nuevo centro, se busca distribuirlos homogéneamente por todos los estados, quienes contribuyen con el 50% del presupuesto. Compiten entre sí por el privilegio de albergar el centro y recibir el otro 50% del presupuesto de la federación. El sistema MPG ya alberga 85 unidades de investigación, en todas las áreas. Los institutos, una vez instalados, son autónomos, es decir que sus integrantes deciden sobre sus temas de investigación siguiendo el principio de la “libertad de enseñanza e investigación”.

Los institutos Max-Planck funcionan como punto de contacto con las universidades y de difusión de su investigación a partir de una particularidad del sistema alemán. Un director o investigador de un centro Max-Planck solo puede ser profesor si está afiliado a una universidad y sus estudiantes se gradúan en las universidades asociadas. Hay entonces una alta permeabilidad entre las universidades y los centros Max-Planck. Los egresados de las universidades pueden convertirse en investigadores o asistentes de investigación como primer escalón para una carrera científica o en la industria.

El Comité Nacional para la Investigación Científica (CNRS) en Francia es similar al sistema Max-Planck. Existe desde 1939 y contaba en 2021 con 33 mil empleados y tenía 3,800 millones de euros de presupuesto anual. El CNRS cuenta con 32 unidades de investigación, 135 unidades de servicio y 36 unidades internacionales. Una peculiaridad del CNRS es que está dividido en 10 Institutos Nacionales que cubren los siguientes temas: química, ecología, física, biología, física nuclear y de partículas, humanidades, computación, ingeniería y sistemas, matemáticas y ciencias de la tierra. Como en el caso del MPG en Alemania, el CNRS es un semillero de Premios Nobel y también de medallistas Fields, el mayor reconocimiento en el área de matemáticas.

Lo que tienen los tres sistemas mencionados es que a través de la integración de sus centros de investigación en una estructura común generan sinergias y crean redes interdisciplinarias muy importantes. Al estar situados cerca, y en muchos casos adentro de los campus universitarios, contribuyen a la difusión de la investigación en las universidades. Muchos de sus investigadores de talla mundial son docentes en las universidades asociadas.

Es importante resaltar que en Europa casi todas las universidades son autónomas. Eso no está a discusión, ya que es un derecho que los académicos lograron obtener para no poder ser controlados por la nobleza o realeza, y en los últimos siglos, por los políticos de cualquier color. La ciencia es así un proyecto nacional, de largo alcance y que debe estar al margen de consideraciones partidarias.

Un sistema de Centros Públicos de Investigación

En México no necesitamos inventar el hilo negro: hay que aprovechar la experiencia de España, de Francia y de Alemania, creando algo similar a los tres sistemas científicos mencionados.

La implementación de un sistema nacional de centros públicos de investigación, con una forma jurídica común, sería un paso crucial para consolidar y potenciar la capacidad científica y tecnológica del país. Siguiendo el modelo europeo, un sistema nacional mexicano tendría el potencial de centralizar recursos, coordinar esfuerzos y fomentar la colaboración interinstitucional. Esto permitiría una distribución más eficiente de fondos, la especialización de centros en áreas específicas de investigación y la creación de sinergias que acelerarían el ritmo de descubrimientos científicos y tecnológicos en el país. Además, al consolidar la investigación en un sistema nacional, se facilitaría la atracción y retención de talento, se promovería la transferencia de conocimientos a la industria y se establecerían estándares de excelencia que posicionarían a México como un referente en la escena científica a nivel global. La creación de un sistema nacional de centros públicos de investigación representa una oportunidad estratégica para impulsar el desarrollo sostenible y la innovación en el país.

En el caso de la UNAM, me parece que debería continuar con su propio sistema de centros de investigación, ya que están altamente entretejidos con su estructura institucional. Gozan de autonomía, ya que la UNAM es autónoma. En el caso de otras universidades con centros de investigación propios, sucedería los mismo, pueden seguir operando en sus universidades.

En el caso de los CPI coordinados por el CONAHCYT, ya hemos visto en este sexenio lo que sucede cuando no gozan de autonomía y no pueden tomar decisiones académicas y de gobernanza por sí solos. La destrucción del CIDE, al poner a un plagiario al frente de la institución, es emblemático. En el caso del CINVESTAV, han podido mantenerse al margen de juegos de poder, pero su dependencia de la SEP es anacrónica y no corresponde al modelo de centros de investigación de excelencia. Al CINVESTAV y a los CPI hay que liberarlos, y que mejor alternativa que unificarlos en un Sistema Nacional de Investigación Científica, o cualquiera que sea el nombre que se adopte. Un Sistema Nacional de Investigación Científica tendría las siguientes características:

1) Reuniría bajo un solo techo a los centros de investigación no universitarios, especialmente a los CPI y al CINVESTAV.

2) Se trataría de un ente estatal autónomo, con un presupuesto anual garantizado y con la posibilidad de recabar fondos propios a través de convenios de investigación y participación en proyectos nacionales e internacionales.

3) El Sistema Nacional de Investigación Científica contaría con una junta de gobierno para elegir al director general.

4) Dentro del Sistema, cada centro de investigación contaría también con autonomía para determinar sus objetivos, acordes a los criterios de coordinación que establezca la dirección general y la junta de gobierno.

5) Cada centro de investigación debería aliarse con una universidad, para absorber estudiantes y prepararlos en alianza con el centro educativo.

6) Como ente autónomo el nuevo sistema no dependería ni del CONAHCYT ni de la SEP. La rectoría del estado se ejercería a través de convenios multianuales para fijar metas científicas y tecnológicas, así como el presupuesto.

7) Centros de investigación, que hoy son independientes, podrían solicitar su ingreso al nuevo sistema.

El caso de la medicina, como ya se dijo arriba, hay que tratarlo por separado.

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