Erase un país que tras cruento conflicto armado erigió un sistema educativo para alfabetizar al pueblo, con escuelas y libros de texto que fueron mejorando década tras década, sentando así las bases para la modernización de la nación. No era un país realmente democrático, pero en algo sí había consenso entre todas las capas sociales y entre las diversas fuerzas políticas: el compromiso era considerar a la educación como la llave maestra para el progreso y desarrollo de la sociedad. Ese consenso fundamental fue la razón de que fueran nombrados secretarios de educación personajes que por sí mismos eran valiosos intelectuales, pero que además siempre buscaron ser asesorados por los mejores pedagogos y científicos. Basta mencionar algunos nombres: José Vasconcelos, Narciso Bassols, Jaime Torres Bodet, Agustín Yáñez, Jesús Reyes Heroles y otros más.

Pero la educación pública mexicana fue declinando paulatinamente, convirtiéndose en rehén de un sindicato corrupto y de intereses políticos. Ese fatídico preámbulo le puso el escenario a un gobierno para el cual ni la educación ni la ciencia juegan ningún papel fundamental. Las escuelas públicas ya no son consideradas forjas de modernidad, sino laboratorios para la creación de militantes. Solo así se puede entender que al frente de la oficina en la que gigantes imprimieron su huella se instalara a pigmeos.

Pero mediocridad procrea más mediocridad en la segunda línea operativa, desgraciadamente aquella que se ocupa de la instrumentación de las políticas educativas y la elaboración de los materiales didácticos. Operando en la sombra, al margen de cualquier control social, han dado un golpe de estado educativo. Actuando contra el espíritu y letra de la Constitución, que le exige a la SEP consensuar los libros de texto gratuito (LTG) con las entidades federativas y con los maestros y padres de familia, decidieron eliminar todos los libros de materias (en primer lugar, el español y las matemáticas) para sustituirlos por un desordenado manojo de fragmentos educativos que el maestro debe utilizar en clase, como malabarista, para implementar proyectos en las escuelas o en la comunidad. Los niños de primer año ya no ejercitarán en los libros su caligrafía ni comprensión de la lectura. No existe en los cinco libros engendrados por la “nueva escuela mexicana” una sola página para escribir soluciones de problemas de matemáticas. No se explican las construcciones geométricas ni como operar con los números. Los niños aprenderán todo eso discutiendo en asamblea el problema del agua en su comunidad. Y es típico de los ineptos que se enorgullezcan de sus “logros”. Las impulsivas declaraciones de una senadora de Morena, la presidenta de la Comisión de Educación en el Senado, lo confirman: “Si están esperando encontrar un libro de texto para cada materia, si están esperando encontrar páginas de una materia, se van a equivocar”. Para la senadora, tener libros de español y matemáticas es negativo: “Este es el gran parteaguas en la educación mexicana. Lo que pasa es que los expertos de los conservadores quieren seguir fragmentando el conocimiento, que es lo que ha dañado tanto”.

Así que tener un libro de matemáticas para cada uno de los seis años de la primaria es “fragmentar el conocimiento”. Al contrario: suprimir esos libros es estrangularlo.

Compárese el oscurantismo de la secta que domina la SEP con el gran empuje que se les dio a los libros de texto gratuitos en 1972. El área de ciencias sociales fue coordinada por Josefina Vázquez de Knauth, de El Colegio de México, con participación de la UNAM y el INAH. Los libros de matemáticas fueron coordinados por los destacados matemáticos Carlos Imaz y Eugenio Filloy. De hecho, de ese esfuerzo surgió el departamento de matemáticas educativas del CINVESTAV. Y los libros tenían comisiones revisoras donde figuraban Guillermo Bonfil, Rodolfo Stavenhagen, Luis González y Víctor Urquidi. Esos son algunos de los libros “neoliberales” que supuestamente “fragmentaban el conocimiento”.

No es la primera vez en la historia que un retroceso educativo a gran escala se vende como progreso social. Ya sucedió durante la Revolución Cultural China. En el mayor experimento de ingeniería social de la historia, el Partido Comunista Chino decidió que había que reeducar a la población para poder llegar al socialismo. Se desconfiaba de los ciudadanos educados porque podrían albergar “tendencias reaccionarias y burguesas”. Esto es lo que dijo Mao Zedong en una entrevista en 1964: “Estamos reformando el sistema educativo (…) cuando los estudiantes aprenden de los libros, solo aprenden lo que dicen los libros, y si aprenden conceptualmente, se dejan guiar por conceptos (…) pero no reconocen los cinco cereales (…) no pueden decir cuál es la diferencia entre una vaca, una cabra, un caballo (…) yo recomiendo no confiar en el sistema educativo chino”. El resultado de esa política fue que se cerró la admisión durante años a las escuelas secundarias y preparatorias, así como a las universidades. El Ejercito Popular de Liberación se convirtió supuestamente en la nueva “gran escuela”. Las carreras universitarias se recortaron de seis a dos años y cientos de miles de estudiantes y profesores fueron enviados al campo para ser “reeducados”. Los planes de estudio se reformaron para concentrarse en el pensamiento de Mao, cursos de agricultura (y las matemáticas eran parte de ellos), entrenamiento militar y trabajo manual. La administración de las escuelas se le entregó a los campesinos pobres. Pero sabemos que la Revolución Cultural implosionó en pocos años y China cambió de rumbo. Hoy es tan capitalista como muchos otros países. Las matemáticas dejaron de ser parte de los cursos de agricultura y los estudiantes chinos ocupan hoy los primeros lugares en los exámenes internacionales de conocimientos. ¿Pero cuántas vidas no fueron arruinadas por el mayor experimento de ingeniería social de la historia?

Eliminar en México los libros de matemáticas, de español, de ciencias y de historia para la educación primaria es también un irresponsable experimento de ingeniería social. Una revisión de los libros de material didáctico (“Nuestros Saberes” y “Múltiples Lenguajes”), así como del libro para el maestro y el libro de civismo de 2022, nos informa que lo fundamental ahora es tener en el salón de clases una “ecología de saberes” que contrapondrá la “epistemología del Sur” a la potencia hasta ahora hegemónica del método científico. Los niños y jóvenes, en lugar de ser preparados para enfrentar los desafíos del siglo XXI, están siendo condenados a repetir consignas vacías y a perpetuar una visión estrecha y dogmática del mundo.

México es así quizás el único país en el mundo en el que los alumnos de primaria no tienen un libro de matemáticas ni de lenguaje ni de historia. Ya Enrique Krauze describió lo poco que quedó de historia universal y de México en los libros de texto de la 4T y tituló a su análisis “La historia universal no existe”. Escribió: “Los anteriores libros de texto gratuitos de primaria incluían un volumen dedicado a la historia universal. Se estudiaba en 6º año. No hay nada equivalente en los nuevos libros de texto. El conocimiento del desarrollo de las civilizaciones y culturas en otros lugares del mundo queda fuera de los objetivos de la ‘Nueva Escuela Mexicana’ … Los niños que acudan a escuelas privadas podrán quizá evadir ese vacío (…) En cambio, los niños cuyos padres no puedan costear una educación privada crecerán aislados, ensimismados, empobrecidos.”

Un programa de emergencia

Pero seamos optimistas, esperemos que algún día la luz de la educación vuelva a brillar en este país y que recuperemos la visión de que la educación es el camino hacia un futuro mejor. Mientras tanto, debemos resistir y luchar por una educación verdaderamente democrática, plural y de calidad, que forme ciudadanos críticos y comprometidos con el bienestar de la nación. Solo así podremos romper las cadenas de la ignorancia y el fanatismo que amenazan con sumirnos en la oscuridad perpetua.

Hay que retomar el ejemplo de la secundaria: antes de que los libros de secundaria fueran empobrecidos, lo que hacían los profesores era seleccionar de un catálogo los libros que querían para una materia (para matemáticas podía haber hasta 10 o más libro en el catálogo). La escuela mandaba la lista a la SEP, quien adquiría los libros y los enviaba a las secundarias. Y así es como se hace también en países europeos y en Estados Unidos. Con una ligera diferencia: los libros son propiedad de la biblioteca de las escuelas y se les prestan por un año a los alumnos, quienes los devuelven a la biblioteca al concluir el año escolar. Para el siguiente año lectivo se sustituyen solo los ejemplares dañados y de esa manera los libros son utilizados tres o cuatro años, lo que reduce los costos enormemente. Este es el modelo que se sigue tanto para las primarias como para la secundaria y la preparatoria en países desarrollados. Las autoridades educativas determinan cuál es el programa de estudios y las editoriales compiten para elaborar libros de calidad que son aprobados (o no) por esas autoridades. El beneficio es múltiple: el Estado no tiene que encargarse de elaborar los libros, pero mantiene su rectoría sobre la educación. Las editoriales producen libro de calidad, que complementan con materiales educativos adicionales. Además, se ahorran costos al reutilizar los libros durante varios años (y para eso deben imprimirse en mejor papel).

Por todo lo dicho, a partir del próximo sexenio se tendrá que recuperar la calidad perdida del sistema educativo, misma que cayó estrepitosamente con la supresión de los LTG utilizados hasta 2022. Un programa de emergencia tendría las siguientes componentes:

1) Se imprimirían los LTG de 2022. Se regresa a los contenidos anteriores lo más rápidamente posible.

2) En las escuelas secundarias se reactiva el convenio que existía con la CANIEM. Por escuela y materia se escoge un libro, del cual se adquieren suficientes ejemplares por la SEP, mismos que pasan a ser propiedad de la biblioteca y se les prestan a los alumnos por un año.

3) Los LTG de la primaria también se entregan a las escuelas, son propiedad de la biblioteca. Este es un cambio de paradigma en la primaria: los alumnos reciben los libros prestados, los utilizan, pero se reciclan para que sean utilizados por la generación siguiente. Los libros se almacenan en la escuela durante el cambio de año escolar. Se reponen solo los libros dañados. El ahorro de costos de impresión puede ser sustancial.

4) Se crea un portal para compartir hojas de trabajo y material educativos. El portal en Internet permitiría a los maestros seleccionar materiales adicionales e imprimirlos para los alumnos, o bien los alumnos los utilizan en línea.

5) Se comienza a reevaluar planes de estudio con expertos en educación (primaria y secundaria). Se revisan libros de texto para decidir:

a. Qué libros no necesitan ser modificados.

b. Qué libros necesitan material de apoyo.

c. Qué libros y planes de estudio deben ser modificados

6) Una vez logrado un consenso, se convoca a autores y a la industria editorial para que produzcan los libros a ser modificados, en un concurso abierto. Los libros siguen siendo gratuitos para los estudiantes de primaria y secundaria, la SEP los adquiere para las escuelas, como ya se explicó.

7) Por año lectivo y grado se modifica anualmente un libro como máximo. Con eso se evita que otra vez suceda que un pequeño grupo se apodere de la SEP y arruine la educación en un año. Todo cambio debe ser gradual, al contrario de lo que sucedió en 2023.

Un programa de emergencia como este puede evitar que el oscurantismo educativo se eternice. La secta que ejerce su dominio sobre la SEP, con su impunidad desvanecida, dejará tras de sí escombros y cenizas. En ese yermo de lo que fue, nos corresponderá erigir la arquitectura de la educación del porvenir, para bien de las próximas generaciones.

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