Javier Sicilia es uno de los poetas más importantes de México. Lamentablemente, esta entrevista no se ocupará de su obra literaria, sino de su papel como uno de los activistas más destacados que ha tenido la sociedad civil mexicana. Exponente principalísimo del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, Sicilia sufrió personalmente lo indecible antes de iniciar un movimiento y organizar manifestaciones para exigirle al estado mexicano un alto a la violencia. La fuerza de su movimiento y la autoridad que consolidó al defender a las víctimas de la violencia y exigir el esclarecimiento de las desapariciones, lo convirtieron en un referente de la vida pública contemporánea. En esta conversación Sicilia comparte su perspectiva de nuestra actualidad política.

Han transcurrido casi 12 años desde la histórica marcha que salió de Cuernavaca y llegó al Zócalo de la Ciudad de México. ¿Cuál es su balance de los éxitos y las asignaturas pendientes de aquella manifestación original?

Respuesta. Lo más importante es que las víctimas pudieron tener una voz contra la narrativa del estado y del crimen organizado. La nación tuvo por vez primera conciencia de la tragedia humanitaria que se había generado con la guerra desatada por Calderón contra el narco. El balance negativo es que, pese a todo, la narrativa del estado volvió a imponerse y hemos vuelto de alguna forma a esa estupidez de “se están matando entre ellos”, “en algo habrán estado metidos””, “ese asunto no nos toca”. Lo que ha ocasionado que la violencia haya crecido exponencialmente. Recuerdo que, en 2011, cuando el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) comenzó a articularse, había, en cifras oficiales, 40 mil muertos y 10 mil desaparecidos. Desde entonces hasta ahora la cifra se ha vuelto monstruosa: más de 400 mil muertos y cerca de 100 mil desaparecidos; 140 mil y 30 mil respectivamente en el periodo de López Obrador. Agreguemos a ello un 95% de impunidad en los tres sexenios. Esta realidad, esta banalidad del mal, para decirlo con Hannah Arendt, es el rostro espantoso de la inhumanidad que se ha apoderado de nuestro país y de su estado. Nos hemos vuelto gestores del crimen, una alianza sobrecogedora entre la violencia sin límites y la grisura de la cotidianidad, una normalización del horror.

Especialistas internacionales como Adam Przeworski hablan en sus libros más recientes de las crisis de la democracia en nuestro tiempo. ¿Qué opinión le merece ese diagnóstico? ¿Corresponde con su propia valoración de la democracia en México y en el mundo?

Respuesta . Concuerdo con él. Frente a la inoperancia del estado para satisfacer las demandas de sus ciudadanos y sus emergencias, hay una tendencia preocupante hacia lo que se ha dado en llamar “populismo” que deterioran la vida democrática. El gobierno de López Obrador, es ya un lugar común, pertenece a ello. Su forma de gobernar posee muchas de las características que Przeworski define como factores del deterioro democrático: intimidación a los medios hostiles, creación de una maquinaria propia de propaganda, uso del poder para recompensar empresas privadas afines, aplicación selectiva de la ley, creación de conflictos para infundir miedo y manipular las elecciones. Yo agregaría, en el caso de México, algo que el trabajo de Przeworski no toma en cuenta, porque su punto de análisis no es México ni los populismos y las neodictaduras latinoamericanas: los íntimos vínculos que hay entre el estado –incluyo en él a los partidos—y el crimen organizado. En este sentido y, para volver al tema con el que usted abrió la entrevista, la violencia descomunal que azota a México, más que el populismo de López Obrador, es el factor fundamental que amenaza no a la democracia, sino que pone en evidencia la ausencia de ella. Reducir la democracia al momento electoral y al aparato que la organiza es simplemente no entender lo que ella significa. La llamada “transición democrática”, si bien permitió al país romper la hegemonía de esa cosa inasible en su monstruosidad llamada PRI, no construyó una democracia, sino un campo de concentración al aire libre disperso a lo largo y ancho del país. O, sinceramente, Raudel, ¿podemos hablar de democracia con partidos coludidos con el crimen organizado, con 400 mil muertos y cerca de 100 mil desaparecidos, con más de 4 mil fosas clandestinas (sin contar las del estado; después de la apertura de las fosas de Tetelcingo y Jojutla, en Morelos, en las que el estado desapareció cuerpos, habría que intervenir las de todo el país), con cerca de 30 mil cuerpos sin identificar en las Semefos, con decenas de colectivos de desaparecidos buscando cuerpos con sus propios medios, con el 95% de impunidad y el 35% del territorio nacional tomado por el crimen organizado, con gobernadores claramente asociados con él, como el gobernador de San Luis Potosí o la dinastía de los Salgado Macedonio en Guerrero, por nombrar sólo a algunos, con un crecimiento de periodistas y defensores de derechos asesinados o amenazados y con la imposibilidad, a causa de la inseguridad, de circular en la noche en calles y carretera?

Recuerdo el 8 de mayo de 2011, cuando el MPJD, llegó al zócalo de la Ciudad de México y pidió entonces la destitución de Genaro García Luna, que hasta 12 años después comparece no ante la justicia mexicana, sino estadounidense. En el discurso que dimos y entre otras cosas que siguen siendo absolutamente vigentes, dijimos que estábamos allí para decirles “que es urgente que los ciudadanos, los gobiernos de los tres órdenes, los partidos políticos, los campesinos, los obreros, los indios, los académicos, los intelectuales, los artistas, las Iglesias, las organizaciones civiles, hagamos un pacto, es decir, un compromiso fundamental de paz con justicia y dignidad, que le permita a la nación rehacer su suelo, un pacto en el que reconozcamos y asumamos nuestras diversas responsabilidades, un pacto que le permita a nuestros muchachos, a nuestras muchachas y a nuestros niños recuperar su presente y su futuro, para que dejen de ser las víctimas de esta guerra o el ejército de reserva de la delincuencia. Es necesario, por ello, que todos los gobernantes y las fuerzas políticas de este país se den cuenta que están perdiendo la representación de la nación y la soberanía que recae en el pueblo, es decir, en los ciudadanos que, viniendo de todas partes de la República, nos hemos concentrado aquí, en el zócalo de la ciudad de México. Si no lo hacen, y se empeñan en su ceguera, no sólo las instituciones se convertirán en lo que ya comienzan a ser, instituciones vacías de sentido y de dignidad, sino que las elecciones del 2012 serán las de la ignominia, una ignominia que hará más profundas las fosas en donde, como en Tamaulipas, están enterrando la vida del país”.

No lo hicimos y, como lo dijimos, no sólo las instituciones se volvieron un cascarón vacío, las elecciones de 2012 fueron las de la ignominia, igual que lo fueron las del 2018, y lo serán también las próximas. Los partidos están podridos en México y los ciudadanos, pese a las evidencias, no queremos aceptar que eso hace imposible la democracia. Esta ceguera puede verse en que –después de la gran manifestación feminista del 2020—la que mayor convocatoria tuvo, fue la de 2022, en defensa del INE, y no la de las víctimas que ese mismo 2020, a raíz de la masacre de la familia Le Barón, nos volvimos a movilizar. Dicha movilización se hizo para pedirle a López Obrador que explicara a la nación por qué traicionó el proyecto de Justicia Transicional que las víctimas pactamos públicamente con él el 14 de septiembre de 2018 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco (CCUT) y que trabajamos con la Secretaría de Gobernación como una política de Estado para devolverle a México la justicia y la paz.

Ciertamente hay que defender al INE, pero eso no nos devolverá ni hará que este país sea democrático. Si no somos capaces de poner por delante un verdadero proyecto de seguridad, de justicia y de paz, de ciudadanizar las instituciones y de tener partidos limpios de basura, no sólo la democracia, con el INE o sin él, está muerta; lo está también el estado. Reducir la democracia al momento electoral, es sólo convalidar, como lo hemos visto desde Calderón a López Obrador, la ignominia de los partidos que no han hecho otra cosa que destruir al país.

¿Cuál es la situación de las libertades políticas en el México actual? En particular lo pregunto porque usted mismo ha señalado públicamente que fue víctima de censura en La Jornada, situación que lo motivó a renunciar a sus colaboraciones con ese diario.

Respuesta . Las libertades, sobre todo la libertad de prensa, siempre han estado amenazadas, a veces más, a veces menos. El poder, particularmente en México, no soporta ser cuestionado. Cuando la libertad de algunos se vuelve incómoda, el poder busca someterla mediante la cooptación, la amenaza o el crimen. Hoy lo advertimos de forma más evidente por el carácter populista y narcisista del gobierno de López Obrador donde las cooptaciones, las amenazas, las intimidaciones, la censura y el crimen brotan por todas partes como salitre de una casa derruida. Mi salida de La Jornada Semanal, tiene que ver con eso. No fue López Obrador quien mandó a censurarme, pero es tal el clima de temor que, junto con el crimen organizado, ha generado, que la gente más brillante de la izquierda es capaz de hacer este tipo de pendejadas que desde el viejo PRI no veíamos. La izquierda o la pseudoizquierda de La Jornada, es tan estúpida y banal como lo fue durante el periodo de Stalin o del castrismo; tan estúpida y banal como lo fueron los fascismos y las dictaduras militares, como lo es el llamado neoliberalismo y los populismos de derecha. Tal vez por eso se odian tanto. Son un espejo de sus propias miserias.

Lo más lamentable es que esa gente dio batallas importantes por las libertades y la democracia durante la época del priato, luchó al lado de Cuauhtémoc Cárdenas, defendió el zapatismo y caminó con las victimas en 2011 y 2012. Ahora que están en el poder, hacen lo mismo que despreciaron entonces y cosas peores, como justificar o callar las masacres, los asesinatos y las desapariciones del periodo de López Obrador. Las víctimas son para ellos, siempre lo han sido, una moneda política cuyo valor se ha depreciado.

Afortunadamente habemos muchos y muchas a quienes esa basura no arredra y, pese a lo peligros que se corren (los asesinatos y las amenazas a los periodistas y a los defensores de derechos humanos han ido al alza junto con las desapariciones, los feminicidios y los homicidios) continuamos expresándonos en otros espacios de la prensa y de las redes sociales con libertad, como en este momento lo hacemos en El Universal. Sin esas resistencias, las libertades que aún tenemos corren el peligro de ser barridas por completo, como ya lo son las libertades de transitar seguros por calles y carreteras o de frecuentar con seguridad los sitios que nos vengan en gana.

¿Qué piensa de los partidos políticos mexicanos y las alianzas electorales que han desplegado en los años recientes?

Respuesta . La suma de las diferencias nunca ha sumado algo, tampoco las alianzas innaturales producen frutos. La debacle de Morena –un partido que, como un Frankenstein, se fabricó con pedacerías de organismos muertos—es su rostro más claro: destroza lo que poco que había de país y comienza a devorarse a sí mismo. Si los partidos hubiesen limpiado de corruptos y criminales sus filas, como lo pidió el MPJD en aquel discurso del 8 de mayo de 2011 en el zócalo de la CDMX y las alianzas estuvieran ancladas en un verdadero pacto nacional y en un claro y profundo proyecto político que tuviera como prioridad la justicia y la paz, las Alianzas tendrían algún sentido. Pero lo que mueve a los partidos a coaligarse, por desgracia, es lo mismo que une y coaliga a Morena, el odio y el resentimiento. Semejante a ellos, cuyo objetivo es destruir cualquier cosa distinta a ellos, el suyo es destronar a López Obrador y enviar al basurero de la historia a Morena, como si eso bastara para cambiar las cosas. Olvidan que ellos mismos se encargaron de destruir al país y de llevar a Morena y a López Obrador al poder. Olvidan que son tan responsables como ellos de las víctimas del país, del secuestro de las instituciones por parte del crimen organizado, de la injusticia, la impunidad y la inseguridad que nos azota. La nación les quitó el poder porque no servían más que para administrar el sufrimiento y la muerte, y se lo entregó a otros tan terribles y espantosos como ellos. Quien suba al poder, en estas condiciones, no resolverá nada. Ahondará la catástrofe. ¿O puede salir algo bueno de dirigencias representadas por Alito Moreno, Marko Cortés, Karen Castrejón, Dante Delgado o Jesús Zambrano? Es como creer que puede salir algo bueno de un partido dirigido por Mario Delgado. Hay que volver el rostro al pasado o ver la realidad del país para darnos cuenta que todos los partidos, de una o de otra manera, por omisión o comisión, se han vuelto parte del crimen organizado.

Tengo la sospecha de que la idea de estado que se fue gestando con el maridaje del imperio y el cristianismo, que se reformó con el pensamiento ilustrado y, después de los totalitarismos, se articuló en lo que llamamos estado de bienestar, entró en una profunda crisis terminal. Es el fin de una larga era, el colapso de algo que alguna vez tuvo sentido y se perdió. Independientemente de las razones que tengo para decirlo, y que no caben en esta entrevista, el hecho no es fortuito. Las instituciones son obras humanas y como sus creadores nacen, crecen, se desarrollan, entran en decadencia y mueren. En México, esa crisis es aún mayor, porque en México no hemos siquiera tenido un estado de derecho. Con López Obrador y un sistema de partidos corrompidos hasta la médula, el sueño de tener un estado al menos de derecho, terminó. Si somos realistas, con López Obrador concluye esa larga y dolorosa historia que nació con la revolución. Él es el patético y sobrecogedor rostro de la agonía de un Leviatán deforme. Después de él lo único que parece anunciarse en el horizonte es una anomia y una violencia más espantosas. Vivimos un tiempo en el que, como decía Bertolt Brecht (otros lo atribuyen a Gramsci), “lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer”. El problema –de allí la profundidad de esta crisis civilizatoria--, es que lo nuevo es tan difuso que no alcanzamos a verlo y preferimos mantener artificialmente al monstruo con la ilusión de que algún día mejorará. Mientras no aceptemos su muerte y no delineemos algo distinto, lo único que nos queda es defender y resistir en los espacios de libertad que aún tenemos y que aún tienen algún sentido.

¿Cuál fue su impresión de la marcha en defensa de la democracia el 13 de noviembre del año pasado?

Respuesta . Yo no la llamaría una defensa de la democracia, sino de un aparato electoral, de un andamiaje. No podemos reducir la democracia a las urnas y a las alternancias de los partidos. Al final, quienes llegan al poder terminan por robarle el poder a la gente y hacer lo que se les pega la gana. De lo contrario no estaríamos en el estado de anomia en el que nos encontramos. Pero fue una marcha importante y hay que volver a marchar el 26 de febrero teniendo en cuenta que el INE no es la democracia, que defenderlo implica también afinarlo, ciudadanizarlo más y recuperarlo para la gente, no para los partidos y mucho menos para ese tipo enfermo de logorrea, que perora como un loco cada mañana y cree que él es el pueblo. Si hablamos de democracia, habría también que recuperar para la gente la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, la Comisión Nacional de Búsqueda, y tantas instituciones creadas por los ciudadanos, que los gobiernos y los partidos tienen capturadas y sometidas a sus intereses. Una tarea inmensa, que habla de la profundidad de la crisis en la que estamos inmersos. Pero ya que el INE es por ahora lo único que concita una conciencia movilizadora, defendámoslo y volvamos a salir. Espero que esto no sea una llamarada que, como suele suceder en este país, termine por apagarse pronto. En 1994 nos volcamos a las calles para defender la autonomía indígena y hoy los indígenas y el EZLN están asediados por las corrupciones y los intereses de los partidos, del crimen organizado y del gobierno en turno; en 2011 nos volcamos igual a las calles para defender a las víctimas y hoy hay más que entonces, se les ha vuelto a revictimizar y no hay un gramo de justicia para ellas- ¿Pasará lo mismo con la defensa del aparato del INE?

Visto que el presidente de la República se negó a recibirlo, ¿Cómo caracterizaría el desempeño del gobierno actual ante las exigencias de las víctimas de la violencia?

Respuesta . Como un absoluto fracaso. López Obrador no sólo traicionó a las víctimas, le dio también carta de naturalización a la violencia. Después de haber pactado públicamente con las víctimas una política de Justicia Transicional para descapturar al estado de las organizaciones criminales, terminó por abrazar a los perpetradores. La foto con la madre del Chapo, después de que, a principio de 2020, durante la marcha a la que me referí más arriba acusó a las víctimas de ser un “show”, de quererle “manchar la investidura” y recibirlas en la plancha del zócalo con un grupo de choque, lo dice todo. Lo completa, no sólo la carta de naturalización que le ha dado también a las fuerzas armadas en labores civiles, sino el número de víctimas que su gobierno ha acumulado, el desmantelamiento que ha hecho de la CEAV y los altísimos índices de impunidad de su administración. Para rematar, la única Comisión de la Verdad que creó con el fin de esclarecer la desaparición de los 43 muchachos de Ayotzinapa, ha resultado, como la del 68, una asquerosa pifia. López Obrador es el rostro más acabado de la podredumbre y las colusiones del estado con el crimen organizado. El rostro de un nuevo y terrible totalitarismo que habla del fracaso del estado.

¿Cómo puede contribuir la sociedad civil mexicana para la construcción de un país más justo y pacífico?

Respuesta . No lo sé. Sé únicamente que necesitamos un nuevo pacto social; una nueva forma de concebir la democracia, pero estoy tan impotente como todos para imaginarla. Por ahora hay que resistir, defender con dignidad lo poco que queda de lo humano y pensar.

En el futuro inmediato ¿Usted tiene contemplado retomar o intensificar su participación en movimientos sociales?

Respuesta . No. Apoyaré, como hasta ahora, cualquier causa que implique una resistencia al mal, pero no veo condiciones para intensificar mi participación pública. Hay demasiada confusión y ruido. Me siento, para usar categorías que pertenecen a mi fe, como aquellos primeros cristianos que frente al desmoronamiento del imperio y las persecuciones, decidieron resistir en las márgenes de catacumbas y preservar el sentido al lado de sus muertos. En una época de miseria en la que, como decía Camus “se mezclan revoluciones fracasadas, técnicas enloquecidas, dioses muertos e ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión”, y los muertos no encuentran memoria ni justicia, me parece que lo mejor es preservar el sentido en las márgenes de la amistad, del pensamiento, de la conversación profunda, del cultivo de la memoria y de la ayuda al prójimo. Las catacumbas, los intersticios, las hendiduras, son los mejores sitios para la resistencia. Pregúnteselo a los zapatistas.

¿Cuál es su evaluación del papel que han asumido los círculos intelectuales mexicanos ante el actual gobierno?

Respuesta . Algunos, por desgracia, han decidido someterse bovinamente al poder; otros a la ceguera ideológica; los mejores, a mantener una posición crítica, de resistencia, que siempre hay que celebrar. En ellos, la ética prima. Por desgracia, para que esa ética pueda encarnarse se necesita un suelo y este, poblado de mentiras, de violencias de todo tipo, de corrupciones, de disputas por el poder, no es el más propicio. Piense en un monasterio, en un buen monasterio –los monasterios son para mí rostros de una vida buena y de un buen gobierno—. Su suelo reglamentado por la oración, el trabajo con las manos y el estudio, está hecho para sostener tres virtudes: la pobreza, la castidad y la obediencia a la regla. Si, por ejemplo, sacáramos de ese suelo al monje o a la monja más casta y los colocáramos en el centro de una orgía, no habría manera de que pudieran sostenerse en esa virtud. Lo mismo sucede con el papel de los intelectuales que piensan desde principios éticos: el suelo de este país no alcanza, por desgracia, para que la ética que sus palabras custodian pueda florecer. Sus reflexiones son, sin embargo, parte de la resistencia que se da en las catacumbas, un llamado a rehacer un suelo arrasado.

Se rumora que usted está trabajando en el lanzamiento de una nueva revista. ¿Puede hablarnos sobre esto?

Respuesta. Desde la preparatoria siempre he hecho revistas. Las últimas que hice fueron Ixtus y Conspiratio. La primera, que duró muchos años, de 1994 a 2007, y dio a luz 62 números, cerró cuando quienes la hicimos decidimos que era tiempo de tomarnos un retiro en el silencio. La segunda, Conspiratio, una nueva época de Ixtus, nació en 2009. En 2011, en plenas movilizaciones del MPJD, cuando apenas llevábamos 14 números, quien la patrocinaba, el último dueño de la editorial JUS, decidió abruptamente dejar de apoyarla. Nunca supe los intereses que lo llevaron a hacerlo. Pero fue un acto de deshonestidad con las víctimas, un acto despreciable en todos los sentidos. Ahora, 12 años después, muchos de quienes hicimos posible esas revistas y otros, entre ellos varios jóvenes que se han sumado al proyecto, tomamos la determinación de continuarla en formato digital. Como las anteriores, esta nueva época de Conspiratio –respirar con otros, compartir como en un beso en la boca los alientos para crear una atmósfera común-- nació en las márgenes, pensando y discutiendo la realidad desde puntos de vista que escapan a los convencionalismos y las teorías en boga. Es, en este sentido, una reunión de amigos que juntos piensan para aclararse a sí mismos e iluminar la realidad, una especie de catacumba desde donde, como dice Gabriel Zaid, animamos una conversación para preservar el mundo de la anomia política y el galimatías en el que el debate público ha caído. A través de ella no buscamos, como dice su editorial, ni presentar soluciones a la crisis que vivimos ni dar lecciones de moral, sino plantarnos fraternalmente de cara a la verdad, que siempre es misteriosa e huidiza, y a la libertad, que siempre es exigente y dura de vivir, para mantener nuestra fidelidad a la vida y al mundo, y resistir desde allí la anomia de esta crisis.

Esperamos que vea la luz este año.

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