Aunque en reiteradas ocasiones el gobierno de la “ cuarta transformación ” ha dicho estar a favor del medioambiente , su programa desarrollista petroindustrial se ha revelado como la prolongación del extractivismo neoliberal que en los últimos 40 años ha caracterizado al Estado mexicano.

La ausencia de México a la Cop26 parece, entonces, una decisión ideológicamente congruente. No toma por sorpresa a nadie. Pero al margen de discutir si se trata de una elección equivocada o no, surge una pregunta:

¿sirven de algo estas reuniones anuales? Un examen minucioso muestra que estas cumbres han sido estériles a la hora de implementar acciones realmente eficaces ante la urgencia ecológica .

Los líderes van a salir en la foto. A montar un espectáculo de autocongratulación para mostrarle a sus compatriotas que “algo” se está haciendo con sus impuestos para “proteger” al medioambiente.

Tal y como se planteó en el Acuerdo de París -un tratado que nació muerto-, se debe limitar el aumento de la temperatura promedio del planeta a 1,5 °C en relación con los niveles preindustriales, lo cual implica medidas de grandísima envergadura: se debe reducir en un 55% las emisiones de GEI de aquí a 2030. Y para alcanzar este compromiso las energías renovables , el reciclaje y el “ consumo responsable ” no serán suficientes.

Se necesita recortar permanentemente el consumo mundial de energía entre 40-50%, lo cual significaría una caída del PIB global de ese mismo orden. Y esto lo saben los líderes mundiales. Pero ninguno se atreverá a proponerlo. Así que el Papa , la Reina de Inglaterra y Joe Biden se saludarán en Glasgow con solemnidad, firmarán una declaración repleta de buenas intenciones y harán un llamado a “ salvar al planeta ”.

Se dirá que esto se puede lograr con autos eléctricos , sin popotes y bajo el impulso del crecimiento económico . Lo que no se dirá es que, en el capitalismo globalizado, el crecimiento implica extracción intensiva de recursos , uso incesante de combustibles fósiles y generación exponencial de contaminantes.

El camino a la sostenibilidad supone todo lo contrario, supone decrecer . Tarea muy complicada en una civilización donde la búsqueda del crecimiento se ha convertido en una religión.

Dice Serge Latouche que, en el mundo de hoy, el decrecimiento no puede ser más que un acto blasfemo, un sacrilegio. En consecuencia, decrecer significa volverse ateos frente al mito del crecimiento infinito en un planeta finito.

*Profesor de seguridad internacional en la Universidad Anáhuac. Doctorante de la UNAM en Ciencias de la Sostenibilidad.

pedro.reyesfl@anahuac.mx

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