Como río iracundo, la noticia de la muerte del papa Benedicto XVI el pasado mes de julio corrió a borbotones por las redes sociales y en algunos medios nacionales e internacionales. El asombro mundial se desbordó y las reacciones comenzaron de inmediato. En México, algunos de los que tuvieron oportunidad de ver al papa en persona durante su visita en 2012, expresaron sus condolencias; otros compartieron frases e imágenes del “difunto”, y algunos otros celebraron que parte de su personalidad haya quedado retratada en la película “Los dos papas”. Entonces, en cuestión de minutos, el rumor se fue a pique y se aclaró que la noticia era totalmente falsa: a sus 95 años, el papa emérito se encuentra vivito y coleando en un monasterio de la Ciudad del Vaticano.

El autor de tal noticia fue el periodista italiano Tommaso Debenedetti, quien creó el rumor a través de una cuenta falsa de Twitter mediante la cual suplantó la identidad de Georg Bätzing, presidente de la Conferencia Episcopal Alemana.

Durante 2020, cuando se solicitó el encierro de la población en sus hogares a inicios de la pandemia, circulaba en las redes un video en el cual el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en un acalorado discurso con subtítulos en español, decía: “Quiero dirigirme a los líderes del mundo ¿Qué plan diabólico traman? Ustedes están intentando reducir la población. Y lo hacen a costa de vidas inocentes. (…) Exigimos que den marcha atrás con su plan. (…) Sus medios deberán comenzar a decir la verdad. (…) América y Europa: si no ponen fin a sus planes, deberán enfrentarse, no solo a la ira de Dios, sino también a la mía.”

Sin embargo, los subtítulos de este video no correspondían con el audio, pues realmente éste era parte de una ceremonia ocurrida en 2016, en la cual Putin celebraba la conmemoración anual del Día de la Victoria, evento en el que se recuerda a los millones de ciudadanos soviéticos caídos en la Segunda Guerra Mundial.

El ascenso de la desinformación se ha convertido en una sombra que acecha nuestra era. Hoy en día, las personas nos informamos principalmente a través de nuestros dispositivos electrónicos con acceso a internet. En este sentido, en la encuesta publicada el pasado mes de junio por el INEGI*, se indica que en 2021 en México había 88.6 millones de personas usuarias de internet y 91.7 millones de usuarios de telefonía celular… un gran campo de cultivo para la desinformación.

Por estos motivos, a fin de evitar que el pueblo sea manipulado y engañado, es indispensable que aprendamos a distinguir entre la opinión, la información errónea, la información maliciosa y la desinformación.**

En primer lugar, la opinión —diseminada a través de columnas, noticieros, figuras públicas e influencers—, no representa los hechos: es una visión subjetiva que muestra una perspectiva particular de la realidad. De acuerdo con un estudio de la Rand Corporation, la cada vez más borrosa línea entre la opinión y los hechos representa una de las cuatro tendencias de la decadencia de la verdad.***

En segundo lugar está la información errónea, la cual se presenta cuando algún actor divulga información no verídica pero sin la intención deliberada de engañar. Por ejemplo, los medios que replicaron la noticia de la muerte de Benedicto XVI, no tenían la intención de mentirle a sus lectores, sólo fueron engañados y posteriormente corrigieron su error.

Por su parte, la información maliciosa toma algunos hechos reales y los usa fuera de contexto, con el objetivo de infligir daño; se usa principalmente en el campo de la política y tiene la intención de desprestigiar al adversario.

Finalmente, la desinformación se compone por información deliberadamente falsa que es creada para dañar a una persona, grupo social, organización o país. Se usa para confundir, polarizar y difundir miedo. Aprovecha el relativismo de nuestra época que estima que no existe la verdad de los hechos sino sólo distintos puntos de vista. Tiene el objetivo de socavar la soberanía de los Estados, influyendo en sus procesos electorales y desestabilizando a la sociedad, a fin de forzarlos a tomar decisiones favorables a los intereses de los atacantes.

Por todo lo anterior, hay que saber distinguir muy bien entre la opinión y los hechos, y siempre poner en duda la legitimidad de las notas sensacionalistas. Hay que revisar si la información publicada corresponde a la fecha en la que se está difundiendo; identificar la legitimidad del autor y el tiempo por el que ha publicado; checar la URL y el medio que la difunde; leer el texto completo y no sólo el titular; y no compartir cadenas de WhatsApp si no se ha verificado la veracidad de su contenido.

Porque ni el chupacabras ha regresado, ni Chabelo ha muerto, ni las vacunas son diabólicos inventos para esterilizar a la población. Ante el ascenso de la desinformación, sólo el pensamiento crítico, la cultura de ciberseguridad y la ciudadanía digital serán capaces de proteger a nuestra democracia y de empoderar a los más de 90 millones de usuarios de servicios de telecomunicaciones.

* INEGI, IFT (2022). Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) 2021.

** UNESCO (2018). Journalism, fake news & disinformation: handbook for journalism education training.

*** RAND CORPORATION (2018). Truth Decay. An Initial Exploration of the Diminishing Role of Facts and Analysis in American Public Life.

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