Rosanety Barrios

“De lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso”. Napoleón Bonaparte

A nivel ciudadano común, el gas natural (hidrocarburo compuesto principalmente de metano), se percibe poco relevante, quizá es resultado de que solo el 7% de las familias lo consumen para calentar agua y cocinar. En general se desconoce que se utiliza para generar aproximadamente el 60% de nuestra electricidad y que es la segunda fuente de energía para la industria (la primera es la electricidad), lo que lo hace relevante para el desarrollo del país y, por lo tanto, para todas las familias mexicanas.

Durante las dos primeras décadas del s XXI, el gas natural se consideró el combustible de transición. Esto es, aquel que iba a sustituir al carbón y al petróleo, ya que emite la mitad del CO2 y tiene un precio competitivo, especialmente a partir de que su producción se disparó, gracias a la tecnología de la fractura hidráulica, adoptada a gran escala en los Estados Unidos de América.

Pero en esta tercera década, la ciencia se encuentra observando muy de cerca al metano, en virtud de que su efecto invernadero es sumamente poderoso, lo que lo convierte en una especie de acelerador del calentamiento global.

El metano o gas natural, emitido sin quemar a la atmósfera, efectivamente tiene efectos muy dañinos, ya que es 80 veces más potente que el CO2, aunque con una vida mucho más corta. Por ello, las fugas de metano en estado puro son altamente perjudiciales para el planeta.

Es importante también identificar que, si bien es posible sustituir dicho combustible por otras fuentes de energía en algunos procesos como la generación eléctrica, también es una realidad que los líquidos del gas natural (etano, propano y naftas entre otros), son materia prima para la petroquímica y que ésta no tiene sustituto aún en el planeta.

Esta dicotomía del gas natural (lo necesitamos aún cuando dañe al planeta), nos obliga a actuar de la manera más responsable posible al utilizarlo, esto es, debe tratarse como lo que es, un elemento indispensable y sumamente costoso, si consideramos los efectos que provoca en la atmósfera.

Veámoslo así; el metano debe quemarse para minimizar el daño que provoca al ser emitido a la atmósfera en estado puro, (fugas), durante el proceso de extracción así como en el resto de la cadena de valor. Es por eso por lo que la regulación aplicable debe ser estricta y cumplirse a carta cabal sin perder de vista que la humanidad tiene que acelerar la sustitución del metano por otros combustibles más limpios o bien por otras fuentes de energía.

Mientras esto ocurre, México lleva cinco años desperdiciando la ventana de tiempo que tenemos para comprar gas de Texas barato y ganar competitividad, debido a que la CFE, entidad que posee la capacidad de los gasoductos de importación de gas, detonados la administración anterior, terminó convertida en la poderosa entidad que controla toda decisión relativa a ese combustible en nuestro país.

Bajo el control de la CFE, los gasoductos de importación, originalmente previstos para beneficiar a México, quedaron imposibilitados para dar entrada a más jugadores, que, mediante la competencia, pudieran ofrecer gas a la demanda industrial, ahora impulsada por el fenómeno del “nearshoring” y en su lugar se incentivan proyectos para reexportar el gas que necesitamos. Tampoco hemos visto a una CFE dispuesta asumir un rol de suministrador cuasi monopólico, estableciendo una estrategia que ponga la demanda nacional en primer término.

La política energética actual no va a cambiar en los 11 meses que le restan a esta administración, pero el siguiente gobierno tendrá que abordar el gas natural a la luz de una realidad: la ciencia marca que la temperatura terrestre sigue aumentando y nos acercamos rápida y peligrosamente al nivel máximo de 1.5 grados centígrados por arriba de la temperatura preindustrial, con consecuencias catastróficas, como nos previene el huracán Otis.

Por lo tanto, el siguiente gobierno tendría que establecer una estrategia específica en la materia a efectos de responder, al menos, las siguientes preguntas:  ¿seguiremos dependiendo de las importaciones o tiene sentido intentar recuperar la producción nacional? ¿Con Pemex solo o con la IP apoyando? ¿Se construirá almacenamiento a gran escala? ¿Lo hará el CENAGAS o todo seguirá colgado de CFE? ¿Vamos o no a aumentar la participación de energía renovable en la matriz eléctrica? ¿Cómo? ¿Se aplicará finalmente la regulación en materia de emisiones de metano? ¿La capacidad disponible en los gasoductos actuales se utilizará para atender el consumo nacional o para reexportar? ¿Queremos o no incentivar biometano y energía solar térmica?

De las respuestas (o ausencia de ellas) que el siguiente gobierno tenga, así como la estrategia para implementarlas, depende una buena parte del desarrollo del país y el rol que tengamos frente a la clara crisis climática que vivimos.

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