África negra, multiétnica, musical, salvaje, inconmensurable. África esencial.

Biodiversa, selvática, desértica, fluvial, en donde se originaron, evolucionaron, se arrullaron Homo sapiens y sus familiares homínidos. “Cuna de la humanidad” mancillada, a la que entre 1525 y 1866 los europeos le arrancaron (12-20% de la población africana en esos años) para traficarlos como esclavos en las Américas. Más los 11-17 millones (la mayoría mujeres) que los árabes se llevaron esclavizados por el Mar Rojo, el Océano Índico y el Desierto del Sáhara, en los siglos 18 y 19.

Hace 25 años dejé África, cómo pasa el tiempo. Aún hoy siento inmensa nostalgia por esa tierra, por su gente. De esas nostalgias cuando sabes que dejaste algo muy querido atrás y que jamás lo recuperarás. Recuerdo vívidamente la primera vez que aterricé en el aeropuerto internacional Jomo Kenyatta de Nairobi, capital de Kenia, en 1991, cuando gobernaba su segundo presidente, Daniel arap Moi. Ese año el autocrático Moi –quien gobernó con mano férrea y tribal de 1978 a 2002– fue forzado a elecciones multipartidistas. Kenyatta fue el primer presidente de la Kenia libre, después de su independencia de los británicos en 1964.

Con 30 millones de kilómetros cuadrados (20% de la superficie terrestre del planeta), África es el segundo continente más extenso. El continente de los puntos cardinales –África del Norte, África del Sur, África del Este, África del Oeste, África Central. Áfricas hoy amenazadas por la voraz competencia geopolítica chino-europea-estadounidense-rusa que las convierte, de nuevo, en botín de las superpotencias hegemónicas de moda.

En África, separada de Europa por sólo 14.4 km de agua –el Estrecho de Gibraltar– viven en 54 países 1500 millones de personas, casi 15% de la población mundial. África, en donde se conversa en más de mil lenguas –como el swahili, hablado por más de 100 millones de personas. La mitad de la población francófona del planeta habita en África (más del doble de los hablantes de francés que viven en Francia) y en Angola hay más hablantes de portugués que en todo Portugal.

África, bendecida con recursos naturales renovables –25% de la biodiversidad de la Tierra, quinta parte de las selvas tropicales, 10% del agua dulce. Sabanas, manglares, montañas nevadas, arrecifes coralinos. Reino del baobab y las acacias. Banano, piña, café, mandioca, pimientos, cacahuates, okra, berenjena, melón, pepino, sorgo, cacao y palmas que le brindan su principal aceite de cocina. África de desiertos –el Sahara, con nueve millones de kilómetros cuadrados es el más grande del mundo, y los magníficos Namib y Kalahari. Inmensa África marina, Mediterránea, Roja, Atlántica, Índica. África caudalosa de los ríos Nilo, Zambezi, Congo, Níger y 53 cuencas hidrográficas compartidas. África dulce de los lagos Victoria, Tanganica, Malaui, Alberto, Eduardo, Kyoga, Turkana.

África posee 65% de la tierra arable del mundo, lo que parece haber desencadenado la codicia de las superpotencias en turno. África inconmensurable.

África, tierra de los mursi (Etiopía), zulú (Sudáfrica, Zimbabue, Zambia, Mozambique), turkana (Kenia, Sudán), masái (Kenia, Tanzania), samburu (Kenia), surma y hamer (Etiopía), pigmeos (Congo), dinka (Sudan), bosquimanos (Botsuana, Namibia, Sudáfrica, Angola), himba (Namibia), tuareg (Argelia, Libia, Níger, Mali, Marruecos, Burkina Faso) y de muchas etnias más. África multiétnica.

África musical, la de ritmos que palpitan en los cuerpos de los africanos, permeando todos los aspectos de su vida y su muerte –al compás de tambores y percusiones, miríadas de instrumentos de cuerdas y vientos y de aquellos que vibran para producir sonidos. Tierra del djembé, la kora, la sansa, el dundun, el shekeré, el tama, el agogó, la kalimba y muchísimos más. ¡Ah, porque, cómo les gusta a los africanos cantar y bailar!

África, hogar de más de mil especies de mamíferos y dos mil de aves. Leones, cebras, antílopes, leopardos, elefantes, jirafas, guepardos, rinocerontes, hipopótamos, búfalos, hienas, cocodrilos, gorilas, lémures. África es cobra real, mamba negra, mamba verde, víbora sopladora. Aquí viven la rana Goliat, la más grande de la Tierra; el elefante, el animal terrestre más grande del mundo; el guepardo, el animal terrestre más veloz; y el avestruz, la más grande, pesada y corredora ave planetaria. África salvaje.

África bendecida –y por eso asediada, ayer y hoy– con colosales recursos naturales no renovables: petróleo, gas natural, minerales. En 2021, sus reservas comprobadas de petróleo crudo eran de 125 mil millones de barriles. Libia y Nigeria acumulan cada uno 37 mil millones de barriles y Argelia 12 mil millones de barriles.

, 90% del cromo, platino y cobalto, tiene dos tercios del manganeso, 35% del uranio y produce 55% de los diamantes. Con su uranio se produce en otros países energía nuclear, joyería con su platino, con su níquel acero inoxidable, imanes, monedas y baterías recargables. Su cobalto es usado en las turbinas de los aviones y como catalizador en las industrias petrolera y química. La mitad de las reservas de cobalto mundiales pertenecen a la República Democrática del Congo, pero su explotación y comercialización la dominan compañías suizas y chinas.

No se puede olvidar que, entre 1880 y 1935, los poderes imperiales europeos –Reino Unido, Francia, España, Portugal, Países Bajos, Alemania, Bélgica e Italia– y despojaron a sus pueblos de inmensas riquezas naturales.

Hoy cada vez más empresas multinacionales se establecen en África, y China es su principal socio comercial. se ha incrementado exponencialmente entre 2003 (75 millones de dólares) y 2021 (5 mil millones de dólares). Según Forbes y McKinsey & Company, más de 10,000 compañías en África son chinas y un millón de ciudadanos chinos residen aquí. Un socio con enorme influencia política en gran parte de los países africanos.

La influencia de Rusia también se acelera ominosamente, aunque el tamaño de su comercio con África (18 mil millones de dólares) palidece en comparación con el de China (282 mil millones de dólares) y Estados Unidos (64 mil millones de dólares). Igual que China, Rusia no puede ocultar su apetito por la tierra y los minerales africanos. No en balde, ha intervenido (directamente o a través de sus mercenarios, como el Grupo Wagner) en 16 países africanos.

Pero África son también golpes de estado, guerras civiles y conflictos armados que han desangrado a países como Níger, Gabón, Sudán, Somalia, la República Democrática del Congo, Etiopía, Camerún, la República Centroafricana, Burkina Faso, Mali y Mozambique, dejando miles de muertos y centenares de miles de desplazados. Cómo olvidar el genocidio de Ruanda que, entre abril y julio de 1994, dejó más de 800,000 tutsis y hutus muertos –20% a 40% de su población.

En África suceden 90% de los casos de malaria del mundo. en los hogares, pues gran parte de la población depende de leña y carbón para cocinar y calentarse. Sólo 60% de la población tiene acceso a electricidad (el promedio mundial es 91%) y 40% de los adultos (dos tercios mujeres) no sabe leer ni escribir. Casi 40% de la población no tiene acceso a agua potable y 54% carece de instalaciones sanitarias adecuadas –la diarrea es responsable de 8% de las muertes cada año. Aquí, millones de mujeres y niños caminan kilómetros cada día para conseguir agua potable.

Pero, sobre todo, no olvidemos que, hoy, mil millones de personas en los 50 países más pobres –la mayoría en África– generan menos de 1% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, pero son los que más sufren los impactos del cambio climático. Y no olvidemos que las selvas africanas (674 millones de hectáreas o 22.7% del continente) tienen el potencial de de las emisiones de CO2 cada año. Y que, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las selvas de la Cuenca del Congo atrapan 30 mil millones de toneladas de CO2, equivalente a tres años de las emisiones globales. África esencial.

En 1991 estuve cuatro meses en Nairobi, regresé otros cuatro meses en 1992 y finalmente viví allí de 1995 a 1999 (llegamos dos y partimos tres), trabajando en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Volví a África en varias ocasiones (a Kenia, Tanzania, Madagascar, Costa de Marfil, Sudáfrica, Zambia), a la África bañada por dos mares y dos océanos –Mediterráneo y Rojo, Índico y Atlántico– tres de los que la vida me bendijo dejándome chapotear en sus aguas cristalinas.

Atesoro momentos mágicos de mi efímero paso por esa tierra bienaventurada. Allí fui padre tocayo por primera vez, contemplé el imponente volcán dormido Monte Kilimanjaro al atardecer, deambulé de noche por las laberínticas y bulliciosas calles de Zanzíbar, vi leones trepados en los árboles del Cráter Ngorongoro. Allí desperté arrullado de madrugada con oraciones melódicas que brotaban de las mezquitas en Lamu, esa antigua ciudad swahili forjada en corales y mangle. Allí honré la tierra a la manera kĩkũyũ, dialogando sin necesidad de labios y lengua con ese sabio anciano de largas piernas, rostro agrietado, gastados dientes amarillos –mientras poseídos intercambiábamos generosos tragos de su muratina y mi tequila.

En África encontré almas gemelas. Por eso y por mucho más la extraño tanto, por eso y por mucho más le escribo hoy. Por eso llevo a África en el corazón.

Científico

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