Por Harry Brown Araúz
El 3 de enero del 2024, el medio internacional alemán Deustche Welle titulaba una nota diciendo que “Costa Rica vivió en el 2023 el año más violento de su historia”, detallando que ese año fue registrada una tasa de homicidios de 17,2 por cada 100,000 habitantes. Unos meses antes, en abril, el Centro de Investigaciones y Estudios Políticos de la Universidad de Costa Rica halló que para los costarricenses “la inseguridad y la delincuencia” se habían convertido en los principales problemas del país. Por otro lado, el mismo 3 de enero, el presidente de El Salvador Nayib Bukele citaba en “X” (Twitter) una publicación de la Policía Nacional Civil diciendo que con una tasa de homicidios de 2,4 su país era “oficialmente el más seguro de toda Latinoamérica”. El contraste es claro: la anteriormente segura Costa Rica y el antes extraordinariamente inseguro El Salvador están siguiendo trayectos inversos.
En el artículo “Democratización y neopatrimonialismo: ¿hay una ola populista en Centroamérica?”, publicado en la Revista Mexicana de Sociología junto a María Esperanza Casullo, caracterizamos a los presidentes Rodrigo Chaves y Nayib Bukele como populistas. Esta característica común no ha impedido que tengan resultados muy disímiles, por ejemplo, en materia de seguridad. Analizar las narrativas de ambos liderazgos nos puede dar buenas pistas para entender las posibilidades de éxito de sus políticas públicas.
Cuando eran candidatos, Chaves y Bukele señalaron principalísimamente a los políticos en contubernio con ciertos grupos económicos como responsables de los problemas de sus países. Ambos caracterizaron este actor como “los mismos de siempre”. En Costa Rica, esta “argolla” de los mismos de siempre les impedía recuperar un pasado de bienestar que, aunque modesto, es bien recordado por los costarricenses. En cambio, en El Salvador de Bukele el pasado fue estigmatizado convirtiendo discursivamente a los acuerdos de paz, piedra angular del régimen político salvadoreño, en un “pacto de corruptos”. El producto más reciente de esa narración es la demolición del monumento a la reconciliación, símbolo del fin de la guerra civil. En ese sentido, contrario a Chaves, Bukele renegaba del pasado con el fin de construir un futuro de plenitud para el pueblo salvadoreño.
Pero no todo es narrativa, las instituciones también importan. La diferencia clave es que, siendo ya un presidente extraordinariamente popular, las elecciones de medio término le permitieron a Bukele generar una amplia mayoría legislativa con la que aplastó a la oposición -los mismos de siempre- y que le está facilitando arrasar con la institucionalidad. En esas condiciones, fue capaz de proclamar un régimen de excepción abusivo y, discursivamente lo más importante, construir un nuevo enemigo interno: las pandillas. Chaves en Costa Rica no ha tenido ese margen de maniobra institucional ni ha podido generar un discurso diferente al que le llevó a la presidencia.
Según la encuesta sobre actitudes populistas en América Central, cuyos principales resultados fueron publicados en el libro “El populismo en América Central”, también coordinado por María Esperanza Casullo y mi persona, asombrosamente para la población salvadoreña la delincuencia y el crimen organizado no eran los culpables de los problemas de su país. En ese sentido, el giro discursivo de Bukele demuestra la autonomía narrativa que puede alcanzar del líder populista si es suficientemente talentoso para reinterpretar las circunstancias y aprovechar las grietas institucionales.
El nuevo enemigo interno de Bukele también es clave para entender su radicalización. En los estudios anteriormente mencionados, detectamos que los populismos centroamericanos ya no tienen enemigo externo, excepto en El Salvador. Los reclamos constantes y la preocupación creciente de organismos y medios de comunicación internacionales por el deterioro de la democracia salvadoreña han permitido al presidente consolidar en su discurso a un enemigo externo al que ha llamado “la comunidad internacional”, que en su discurso está aliado con “los mismos de siempre” y aboga por la protección de los derechos de los pandilleros en detrimento de “los salvadoreños de bien”.
En conclusión, la combinación de discurso y diseño institucional no sólo podrían explicar la política de seguridad del presidente Bukele, sino que su “éxito” retroalimenta directamente su radicalización discursiva. En cambio, el presidente de Costa Rica Rodrigo Chaves no puede justificar dedicarse a la delincuencia con la misma contundencia, porque apenas ha podido lidiar con “los mismos de siempre”. Él mismo, en conferencia de prensa el 26 de enero del 2023 en la que abordó el problema de la inseguridad, reconoció sus dificultades para hacer aprobar leyes en el Congreso que atendieran el problema. Asimismo, contestando un mensaje que le exigía “seguridad al estilo Bukele”, resumió sus limitantes políticas recordando que en Costa Rica no tienen ejército, subrayando que tienen garantías y reconociendo que no tienen la capacidad de declarar un estado de excepción, y cerró el argumento sentenciando: “lo de Bukele se lo voy a quedar debiendo”.
Director del Centro Internacional de Estudios Políticos y Sociales, CIEPS e investigador del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina