El 18 de febrero, bajo un cielo azul sin mancha de nube, un contingente de ciudadanos nos reunimos en el Zócalo capitalino, así como lo hicieron en otras ciudades del país y en algunas del extranjero para pronunciarnos por la defensa de la democracia. La voluntad nos llevo ahí.  Por las pantallas podíamos ver cómo se iba llenando la plancha y cómo en las calles que la alimentaban la afluencia era imparable, de manera que nos pedían apretujarnos, llenar los huecos para que cupiéramos todos. Y subrayo que cupiéramos todos porque si algo vinimos a expresar y a escuchar de parte de Lorenzo Córdova, expresidente del INE antes IFE (institución que hizo posible que el voto contara y que la alternancia del poder fuera real porque responde a la voluntad de las mayorías) es que México somos todos. De hecho, es el mecanismo garante de la imparcialidad por el cual tenemos el gobierno que tenemos. La paradoja es la permanente descalificación desde el púlpito oficial de la institución misma que legitimó a Morena en el poder.

Todos cabemos en este México como cupimos en el Zócalo capitalino porque somos los ciudadanos los que decidimos quiénes serán nuestros servidores públicos. Son nuestros impuestos y nuestro trabajo de donde derivan los sueldos de quienes trabajan para nosotros y no para la voluntad de un presidente o un partido donde los diputados firman sin siquiera leer, mucho menos discutir, las reformas. Y nosotros somos todos: esta pluralidad de ideas, orígenes, visiones del mundo, escolaridades, edades, géneros, condiciones socioeconómicas y sueños. Un claro signo de exclusión fue el solitario mástil del asta bandera despojado de lo que desde temprana edad aprendimos era un símbolo patrio.  ¿Acaso quienes somos testigos del riesgo de nuestro aparato democrático, del autoritarismo presidencial en el que vivimos y de la incapacidad de aceptar la crítica a procederes y a proyectos fracasados, no tenemos derecho a que nos cobije la Bandera nacional? Si las campanas de Catedral repicaron con su insistencia de mediodía dominical, lo hicieron para todos, si el Palacio Nacional frente a los que escuchábamos flanqueaba nuestra vista, también nos recordaba que el Palacio Nacional es de todos. Si el sol brillaba para todos, la ausente bandera era una prueba más de que desde Palacio no se dialoga con quienes no nos inclinamos al aplauso irrestricto, al besa pies, ni buscamos el hueso para garantizar un modus vivendi en un aparato político que no es de los políticos, es prerrogativa de los ciudadanos que los nombramos.

Si entre los oradores se agradeció la asistencia de los ciudadanos de la tercera edad que abundábamos, incluso en silla de ruedas, y familias con abuelos y mamás con carriolas, es porque nosotros fuimos testigos de un sistema de votación que era una farsa y de como en el 97, cuando votamos por primera vez por el jefe de Gobierno de la Ciudad de México y ganó Cuahtémoc Cárdenas por el PRD, nuestro voto contaba. No todo estaba del lado del oficialismo. Lo que estamos viviendo es una regresión bajo una sombrilla llamada “cuarta transformación” cuyos beneficios no alcanzamos a ver. El sacrificio de instituciones y transparencia, la merma educativa, la inseguridad y la militarización del país en cambio nos resultan evidentes. En aras de la continuidad de su proyecto, el oficialismo quiere transformar el mecanismo de votación, que ha funcionado permitiendo la alternancia, para inaugurar la perpetuación en el poder.

La candidata de Morena a la Presidencia, el mismo día de la marcha por la democracia, nos llamó falsos e hipócritas, mostrando con ello que no somos dignos de tomar en cuenta quienes nos reunimos para manifestar nuestro deseo por la salvaguarda de una democracia largamente forjada. Con esos epítetos, la ungida por el actual presidente, demuestra lo que ya se rumora: será un clon. No la distinguirá ni su formación académica ni su condición de mujer, no gobernará para todos. Será fiel al mandato y las instrucciones que se le entregan y seguirá ninguneando a los que no comulguen a rajatabla con el ideario político que pretende borrar el equilibrio entre los poderes y modificar la Constitución a modo. Las nuevas mañaneras serán la narrativa hipnótica de las falsas verdades. Sin la inteligencia y la sensibilidad para hacer de la manifestación de un gran número de ciudadanos en el país un acto que merece respeto, Claudia Sheinbaum ha comprobado que de llegar a la silla presidencial será más de lo mismo.

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