Estaba peleado con casi todos. Había dicho de los jueces que querían ganarle a la mala y que estaban confabulados contra él. No soportaba a la prensa crítica, sobre todo a los grandes medios internacionales, que se burlaban de su limitada capacidad de expresión y de sus elementales ideas (o de su escaso talento como estadista, para decirlo de otra forma).

Le caían bien solamente quienes eran sus aliados incondicionales. No quería tener cerca a personas que tuvieran un pensamiento propio o que le hicieran sombra. Él tenía que brillar como nadie y le encantaba ocupar el centro del escenario. Nada satisfacía más su ego que el hecho de todo el debate público girara en torno a él, para bien o para mal.

Gobernó su país de forma autoritaria y populista, arremetiendo contra los intelectuales, contra los académicos, contra el Poder Judicial, contra los órganos autónomos y contra los medios que se atrevían a criticarlo.

Inventó una forma de hacer política basada en el conflicto de interés. Presumía que no se le podía corromper, pero terminó acusado de varias tropelías. Tuvo abiertos procesos por su extraña cercanía con la criminalidad organizada de su país, la cual quizá en algún momento pudo haber intentado aportar fondos para financiar sus campañas. Cambió de aliados a conveniencia, dejando en la cuneta a varios de sus más cercanos colaboradores, quienes tuvieron que pagar por los errores del líder y terminaron profundamente resentidos hacia él.

Nunca hizo gala de su conocimiento de las políticas públicas, cosa de la que no tenía mucha idea y seguramente tampoco le importaba. Gobernó hablando directamente con el pueblo según él, apelando a los sentimientos más que a la razón. Presumía haber iniciado su carrera desde muy abajo y haberse labrado su propio futuro, sin más apoyo que la propia decisión de salir adelante contra viento y marea.

No dejó a su país mejor de lo que estaba cuando inició su gobierno. Más bien puso un mal ejemplo de intolerancia, pulsiones autoritarias, negación a sujetarse a la legalidad y perversiones morales de distinta índole (sobre todo en su vida privada).

Silvio Berlusconi marcó el debate político italiano durante los últimos 30 años. Fue adorado y odiado a partes iguales, porque representaba el alma picaresca y libertina que muchos querían emular, pero también una forma hueca y farandulera de ejercer la política. Su influencia rebasó fronteras y sirvió para abrir el camino de sus herederos políticos en Europa, América Latina, Estados Unidos e incluso en Asia. Sus fórmulas populistas y su enorme presencia mediática le permitieron ser Primer Ministro de Italia en tres ocasiones, así como condicionar a los gobiernos posteriores, que tenían que definirse como “pro-Berlusconi” o “anti-Berlusconi” antes de poder tener una identidad propia.

¿Es mejor la Italia de hoy que la que encontró Berlusconi al llegar en 1994 a su primer gobierno?, ¿es un ejemplo a seguir luego de los escándalos sobre el conflicto de interés derivado de su casi absoluto dominio de los medios de comunicación en Italia o de sus peculiares “noches de Bunga-Bunga” tanto en su residencia oficial como en varios de sus domicilios privados?, ¿habrá quien ponga a Berlusconi como ejemplo a seguir para los más jóvenes, dentro o fuera de la política italiana?

No cabe duda que Italia, desde los tiempos del Renacimiento, ha sido un laboratorio político que ha anticipado movimientos que han tenido una enorme trascendencia en nuestro mundo. La figura de Silvio Berlusconi heredó el populismo que tanto daño le ha hecho a las democracias liberales alrededor del mundo. Murió Berlusconi, pero sigue vivo el berlusconismo, emulado por Chávez y Maduro en Venezuela, por Trump y Bernie Sanders en Estados Unidos, por Duterte en Filipinas, por Bukele en El Salvador, por el clan kirchnerista en Argentina, por Daniel Ortega en Nicaragua, por los partidarios del Brexit en Inglaterra y por AMLO-Morena en México. Aunque a veces cuesta creerlo, es difícil concebir el daño que una sola persona le puede hacer a su país, cuando está decidido a desconocer todas las reglas y a imponer su propia necedad frente a las instituciones gubernamentales. Sucedió en Italia y le puede pasar o seguir pasando a muchos otros países. Estamos avisados.

Abogado constitucionalista. @MiguelCarbonell

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