La evolución del sistema político mexicano se hace evidente con las innovaciones en las campañas políticas.

La pacificación de la Revolución abrió paso a la gestación de un incipiente sistema electoral, donde una intensa campaña ha sido el paso obligado para acceder al poder. Eran años donde la política se hacía pie a tierra, pueblo a pueblo, puerta a puerta para lograr identificación, pertenencia y aceptación.

Plutarco Elías Calles, en 1929, fundó el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que Lázaro Cárdenas redefiniría como Partido de la Revolución Mexicana (PRM) y en 1946 para la campaña de Miguel Alemán se denominó Partido Revolucionario Institucional (PRI). En esa campaña se crearon las Conferencias de Mesa Redonda donde se levantaba información y se presentaban propuestas y exigencias para mejorar el desarrollo de cada región y el nivel de vida de la población que, una vez ganada la elección, se incluían en el Programa de Gobierno o plan sexenal.

Los candidatos se despedían de sus familias durante meses para que, sobre la marcha, definieran rutas, fechas y eventos de campaña, celebrados al rayo del sol, para recorrer fronteras, costas, sierras y planicies: ya fuera en tren o sinuosas brechas abordo de camiones o a caballo. La cobertura telefónica era escasa y crecía despacio. La comunicación y las noticias viajaban por el medio de comunicación más rápido, que era el telégrafo.

Después de echar la casa por la ventana con banquetes, bailes, bebidas, música, decoraciones, flores y pancartas, prominentes personalidades y caciques negociaban los nombres de los candidatos a los cargos locales que sellaban lealtades electorales.

La mayoría de la población estaba dedicada a la agricultura y a la ganadería, por ello desde entonces las campañas se hacen en la época de secas. Así la población podía asistir a las arengas políticas, pues en época de lluvias se bloqueaban los caminos.

En camiones o vagones de tren se comía, dormía y en ocasiones desde el andén en la estación a voz en cuello se daban discursos de mucha prosapia y elocuencia, se hacían promesas y se concertaban acuerdos políticos.

El candidato y sus cercanos eran invitados a dormir en las haciendas o las mejores casas, mientras que los demás se las tenían que arreglar para encontrar albergue en una habitación o hasta en un establo.

En aquellos años se calculaban en un mapa las distancias, la localización de un puente, una presa o una instalación de servicio público; se hacía el recorrido en camión, sin aire acondicionado y sin la seguridad que en un tiempo razonable habría una estación de servicios con alimentos, mecánicos y combustibles.

La llegada de los medios de comunicación, radio, televisión y las redes sociales, facilitan el contacto entre candidatos y ciudadanos, que después de recorrer diversas ciudades por vía aérea, regresan a su casa cada noche.

Hoy sería interesante ver a las nuevas generaciones hacer campaña sin los instrumentos de comunicación e información que ofrecen las tecnologías digitales.

Muchas innovaciones seguirán fortaleciendo los vínculos de conocimiento entre ciudadanos y aspirantes a cargos de elección; ninguna sustituye el valor de un buen apretón de manos, una voz, una mirada y una trayectoria personal que generen confianza.

Rúbrica. Si el águila hablara. ¿Ya se habrán pronunciado las “palabras mayores”?

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