Si tuviéramos que definir mi profesión, podríamos decir que me dedico al estudio del conflicto, la guerra, y la paz. Pero a veces, el trabajo de alguien como yo se puede convertir en algo enormemente impersonal. Abstracto. Porque hablamos de esas guerras y conflictos como objetos de análisis y estudio, olvidando lo que hay detrás de cada uno de esos análisis que escribimos, de las palabras que pronunciamos. Y a veces lo que necesitas es meterte al detalle para entender. Romper las distancias. Sumergirte en las historias de las personas (sujetos) que vivieron—o viven—eso que tú estudias (como objeto). Meterte a escuchar los poemas que se escribieron. Las pinturas que se pintaron. Los objetos que se guardaron. Incomodarte. Contactarte. Porque entonces, ese contacto ya no te deja en paz. Te impide alejarte y sustraerte de lo que significa la violencia brutal de la que somos capaces de cometernos. Acercarte y contactarte te transforma. Porque ahora, cada vez que pienses en hablar al respecto de lo que ocurrió en 1945 en Hiroshima, o bien, de las cosas de las que estás escribiendo en 2023, lo harás desde otro sitio.

Tres reflexiones acerca de Hiroshima:

1. El detalle. La experiencia de Hiroshima, especialmente el museo de la paz y el memorial, busca forzarte a sentir, mediante el relato de historias detalladas, la tragedia de personas concretas, niñas, niños, madres, padres, seres humanos de carne y hueso: “Tengo sed”. “Esta soy yo. En esta obra pintada por mí, muestro cómo abría mi boca para humedecer mi garganta. Tratábamos de beber agua de lluvia, pero era la lluvia negra, radioactiva. No lo sabíamos, lo único que importaba era calmar la sed”. “Mi hija pedía agua a gritos, pero yo sabía que el darle agua la mataría. La obligué a aguantar la sed”. Una sed desesperada, en el remoto caso de que sobrevivas, cuando la temperatura se eleva drásticamente hasta por miles de grados centígrados en unos instantes. La tormenta de incendios. Los objetos derretidos. Los uniformes, los zapatos, las cajas de viandas que identificaban a las niñas y niños que ahí yacían. Las fotografías que apenas fue posible capturar. Los dibujos de personas, que no eran pintoras o artistas, pero que pudieron rescatar de aluna forma lo que observaron. También la instalación de puestos de primeros auxilios. La resiliencia. La ayuda del campesino que viajaba desde su aldea cercana todos los días a Hiroshima a rescatar gente, aunque su cuerpo quedara expuesto a la radiación. Las clases al aire libre los meses que siguieron.

El contacto es poderoso porque humaniza.

Haber tenido la oportunidad de venir a esta ciudad, para mí y para el trabajo que desempeño, ha sido fundamental. Lo es por el pasado. Lo es por el presente.

2. El segundo factor es lo que en nuestro campo se conoce como un “crecimiento post traumático” (la reconversión de experiencias traumáticas en oportunidades para crecer) pero no a nivel individual, sino colectivo. El sentimiento que se transpira en Hiroshima no es de venganza o rencor, sino de empujar, desde abajo, para que esto no suceda de nuevo a nadie. Por eso, esa ciudad, junto con Nagasaki, alberga una gran cantidad de personas y organizaciones que trabajan desde hace décadas desde el sector público, el privado y el social, por un mundo sin armas nucleares. Es decir, el resultado de las tragedias descritas en cada una de las historias que menciono, ha sido el buscar transmitir la experiencia humana de la peor de las armas existentes, en un intento por sensibilizar al mundo acerca de lo que implica su utilización.

La paradoja de lo que escribo está en que Japón, el país que alberga uno de los mayores movimientos de proscripción al uso de armas nucleares, se encuentra en una zona geográfica cada vez más poblada por bombas atómicas, lo que sucede en un momento geopolítico muy complejo con la cooperación trilateral entre Rusia, Corea del Norte y China. Esto quizás eventualmente forzará a Tokio a optar entre seguir siendo protegida bajo el paraguas nuclear estadounidense, o empezar a enfrentar sus propias convicciones y reconsiderar el desarrollo de un programa nuclear propio a pesar de que su sociedad mayoritariamente se opone a siquiera pensar en ello.

3. Por eso el tercer factor: la reflexión no es solo 1945 sino 2023, pues es a través de nuestro presente que podemos mirar hacia atrás. Una vez escuchada toda esa serie de múltiples historias detalladas, el museo relata la trayectoria y desarrollo de las bombas atómicas, y acto seguido habla acerca de los esfuerzos de no proliferación y control de armas, hasta finalizar con la fotografía de Obama dando la mano a Medvedev, entonces presidente ruso, al firmar en 2010 el tratado New START sobre control de armas nucleares entre las superpotencias.

Ahí justo está la conclusión: 2023 no es, lamentablemente, 2010. Ese tratado, el New START parece completamente moribundo con la guerra en Ucrania y la creciente confrontación entre las superpotencias, al igual que lo están otros tratados similares. En estos días, lo nuclear vuelve a la mesa, las discusiones sobre la posibilidad del uso de armas así, retornan con vigor. Se vuelve a normalizar la conversación sobre la pertinencia de un “primer ataque”, sobre la eficacia de la disuasión, sobre la carrera armamentista enfocada ya no en el número de cabezas nucleares que se posee, sino en la tecnología, calidad y velocidad de los vehículos para transportarlas.

Pero esa discusión tiene cierta faceta solo si nos abstraemos de las personas de carne y hueso, y cobra un sentido diferente cuando nos obligamos a re escuchar historias que nos fuerzan a contactarnos con ellas, a deconstruir las etiquetas de ese enemigo sin cara o sin nombre, y a rehumanizar el llanto y los lamentos de las víctimas inocentes.

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