Una regla elemental del Derecho Electoral es la secrecía del voto. No obstante, quienes opinamos públicamente, en mi caso gracias a la generosidad de EL UNIVERSAL, debemos justificar una preferencia electoral. Daré algunas razones para votar a Claudia Sheinbaum. No soy militante de Morena; hace años dejé de serlo del PRI, cuando perdió el rumbo y se convirtió en una rémora democrática.

Asumo que Sheinbaum al asumir el cargo dejará atrás la influencia del presidente, cuando este vea que su ambición política (Sheinbaum dixit) languidece, y pierda sus facultades constitucionales.

Un país como México —extrema pobreza de millones, desigualdades lacerantes, subdesarrollo, injusticia social, violencia incontrolable— debe evitar la llegada al poder de la derecha. El conservadurismo mexicano histórico es contrario a los intereses de las mayorías. El arribo al poder de la derecha resultaría una catástrofe política, por lo que significaría para el arribo de auténtico cambio económico y social, dentro de las libertades que consagran la Constitución y las leyes.

La oposición ha venido criticando con razón, aunque sin dar razones, los problemas que trajo la gestión de López Obrador. Los tropiezos presidenciales no son los que harán ganar a Xóchitl, como sugiere el discurso digital. En la historia política de México, salvo el bache que significó el Maximato de Calles, cada presidente ha marcado su pauta, ha evitado la continuidad. El régimen caciquil murió con el asesinato de Álvaro Obregón en la Bombilla de San Ángel. No veo razón para que se pierda esa tradición política secular, la teoría del péndulo. La presidenta una vez en el cargo asumirá su compromiso con sus ideas y su proyecto de nación.

Veo el riesgo que significa para México una presidente como Xóchitl Gálvez, una presidenta que más que estadista es la tablita de salvación del neoconservadurismo. Su falta de oficio político, de compostura, las trivialidades que la adornan, más preocupante aún, la improbable coordinación que necesitará la coalición opositora para gobernar. Jamás podrían ponerse de acuerdo los actuales grupos políticos del PAN y PRI, como para intentar un efectivo y eficiente gobierno de coalición, mismo que requiere madurez, prestancia, decencias políticas que no son los atributos de Alito Moreno ni de Marko Cortés ni de muchos de sus seguidores.

En el improbable caso de que la coalición opositora Fuerza y Corazón por México gane la elección presidencial, además con la cursilería de ese nombre, la política mexicana, entraría en una crisis de alta tensión. No es una revelación que la política del país está en manos de Morena. Un solo dato sin contar con las mayorías legislativas: 22 gobiernos estatales el día de la elección (68.75%), más los que seguramente se incorporen a la lista después de las elecciones. ¿Cómo puede gobernar una presidenta con la oposición de tal mayoría de gobiernos adversos y con congresos locales y federal en manos de Morena?

En los juicios de los candidatos no deberían tomarse en cuenta sus referencias familiares. En el caso de Xóchitl Gálvez, por más explicaciones que aduzcan, estará presente la sombra de su hermana presa por secuestro. A ella no le toca, ni es responsable, pero por supuesto que le afecta. No podría votar por la hermana de una secuestradora. Lo anterior no significa que dejé de considerar todos los tumbos, tropiezos y caídas del gobierno que se va, entre ellos la absoluta tontería de la reforma judicial. Más allá de las simpatías o antipatías de las candidatas el voto debe orientarse a lo que cada elector en conciencia considere lo mejor para la República.

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