En el período clásico del autoritarismo priista se tenía como verdad incontrovertible de la que más valía no dudar: la existencia de una trinidad que no se podía cuestionar públicamente: la virgen de Guadalupe, el Presidente de la República y el ejército. Bueno, de la tercia de intocables ya sólo queda la virgen. El ritmo del cambio político de los últimos decenios se ha acelerado tras el arribo de la 4T al poder y ha llegado al punto que un retorno al pasado es imposible. Quiérase, o no, ya se está conformando un nuevo régimen en México. Lo nuevo y su naturaleza dependerá de cómo se vaya dando la correlación de fuerzas políticas, económicas, sociales y culturales, entre otras.

El cambio no fue detonado por alguien en particular, sino que arrancó con la crisis económica de 1982. Fue en esa coyuntura que Carlos Salinas vislumbró la oportunidad de consolidar su presidencia —tambaleante tras la victoria sin credibilidad del 88 mediante una modificación audaz del modelo económico y de la que él y su grupo serían los grandes beneficiados. Así, México transitó de un capitalismo moldeado por la sustitución de importaciones a otro centrado en la privatización, la globalización y un TLCAN que sería el afianzamiento de una alianza económica y política con Estados Unidos. A diferencia de otros cambios como el post soviético, Salinas buscó alterar a fondo el modelo económico, pero no el político: perestroika sin glasnost. El combinar un capitalismo neoliberal duro con el autoritarismo tradicional llevó, entre otras cosas, a acentuar el carácter oligárquico del poder, pero también a un surgimiento de las movilizaciones opositoras: neocardenismo, neozapatismo y otras de grupos populares que fueron quedando fuera del control corporativo tradicional. Salinas y su sucesor tuvieron que ceder en el frente electoral hasta llegar a perder la presidencia en el inicio del nuevo siglo. A cambio, obtuvieron algo fundamental: el apoyo de las derechas locales y externas para afianzar el cambio de modelo económico.

Fue así qué México pasó de elecciones sin contenido al estilo priista a otras con contenido real, aunque limitado. Y es que los dados electorales se mantuvieron cargados cuando existió la posibilidad de un triunfo de la izquierda. Fue un acuerdo informal de las dirigencias del PRI y del PAN —la “oposición leal”— lo que permitió a este último partido asumir la presidencia entre el 2000 y el 2012 y su recuperación por el PRI en 2012.

La alternancia en el poder entre PRI y PAN se llevó entre las patas de los caballos a la estructura corporativa priista. Y la desaparición de la URSS en 1991 dejó sin justificación una nueva represión a la izquierda —el EZLN ya no fue objeto de un extermino al estilo de la “guerra sucia” que tuvo lugar antes en Guerrero— o el veto al acceso de un partido de izquierda a la presidencia. En 2005, una gran movilización obligó al gobierno panista a recular en su propósito de desaforar a Andrés Manuel López Obrador para impedir su candidatura presidencial. A partir de entonces el arribo de la izquierda a la presidencia de la República se convirtió en una cuestión de tiempo, y ese tiempo llegó en 2018.

Volvamos al tema inicial, al de los intocables. En el Tlatelolco de 1968, en la reacción del aparato de seguridad a la pedrada que recibió el presidente en la UNAM en 1975, o a la bomba molotov que se lanzó contra el balcón presidencia en 1984, los autores del desafío pagaron cara su osadía. Sin embargo, hoy la oposición critica cotidianamente hasta llegar al insulto pleno y a la difamación al presidente sin que les pase nada. Y por lo que hace al ejército, hasta en documentos oficiales ya se le cuestiona por acciones pasadas, como es el caso del informe de la Comisión de la Verdad del Estado de Guerrero de 2014. Ante el reclamo de otras comisiones que buscan aclarar la participación del ejército y la armada en la desaparición y encubrimiento de quienes en 2014 hicieron desaparecer a 43 estudiantes de la normal de Ayotzinapa, se han abierto archivos –aunque hasta hoy cuando solo a medias. A regañadientes, pero el ejército ha sido obligado a aceptar que tiene dar cuenta de sus acciones y dos generales están detenidos y sometidos a proceso por ello, lo que no implica que ese penoso capítulo de nuestra historia reciente ya esté cerrado.

En fin, son muchos los ejemplos de lo que el viento del cambio se ha llevado en nuestro sistema político, económico, social y cultural pero también ha traído semillas nuevas que, no sin dificultades, ya empiezan a germinar, aunque en un entorno lleno de riesgos.

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