¿Cuántas veces hemos escuchado esa interrogante de si México está listo o no, para tener a la primera mujer al frente de la Presidencia de la República? Desde mi perspectiva se trata de un tema que en el fondo parece tener más tintes políticos, que sociales y culturales.

En América Latina, por ejemplo, existe una larga tradición de mujeres al frente de los gobiernos nacionales. En 2014, por ejemplo, ya había seis mujeres en esa posición. Michelle Bachelet, la ex presidenta de Chile y a quien me referiré más adelante, era una de ellas.

A nivel mundial y según datos de la organización Council on Foreign Relations, cuando menos setenta naciones han tenido una mujer presidenta desde 1946, siendo Europa la región más significativa en este terreno. Ángela Merkel, otra mujer a la que quiero referirme en este artículo, forma parte de esa lista de personajes que han marcado la historia moderna para bien, siendo protagonistas de una nueva forma de hacer política y gobierno.

Pese a lo anterior y de acuerdo con ONU Mujeres, aún estamos muy lejos (por lo menos 100 años) de alcanzar la igualdad de género en las altas esferas de toma de decisiones, como se pretende en los Objetivos de Desarrollo Sostenible fijados para el 2030. Esto, desafortunadamente, en detrimento del propio desarrollo de las sociedades.

Sin embargo, repito, el papel de las mujeres al frente de un gobierno no es tema nuevo o improvisado. De hecho, la mayoría de quienes han llegado a ese nivel lo han logrado gracias a trayectorias impecables en diferentes áreas de la vida pública, a su preparación académica y a su lucha contra las tradicionales estructuras de poder que han perpetuado la figura masculina al frente de los gobiernos.

La inclusión de las mujeres en la esfera gubernamental, por cierto, ha sido relegada históricamente a carteras de corte social (familia, desarrollo, temas de mujer, cuidado de la infancia, grupos minoritarios, etcétera). Esto ha cambiado gracias a modificaciones en diversas leyes y al propio avance de las mujeres en otros terrenos, en donde ha quedado demostrado (de sobra) su capacidad.

Por si fuera poco, el mismo estudio de la ONU al que me he referido, señala que la participación de las mujeres en política y gobierno ha venido incentivando al mismo tiempo la participación de la sociedad (mujeres y hombres por igual) en ambas esferas, al considerar que se trata de perfiles que anteponen el bienestar colectivo, a intereses ideológicos, de grupo, partido, etcétera; y a que son éstas quienes impulsan agendas progresistas e inclusivas.

En Chile, por ejemplo, fue con Michelle Bachelet (doctora de formación académica) cuando se impulsó con mayor fuerza la paridad de género en puestos de gobierno (y legislativos), así como la defensa de las libertades (como el derecho al aborto). Su nivel aprobación no era fortuito, pues detrás había una política social ejemplar, que puso en el centro el bienestar infantil y de las jefas de familia.

A ello se sumó una política educativa, entre 2014 y 2017, que se distinguió por el impulso al derecho a la educación gratuita, a la calidad (a través de la evaluación de profesores) y a la modernización de la educación técnico profesional orientada a las áreas laborales de mayor demanda.

En Alemania, por su lado, la figura de Ángela Merkel constituye un antes y un después en la historia política, no sólo de esa nación, sino de toda la Unión Europea (UE). Científica de formación académica, por cierto, Merkel enfrentó (y superó) numerosos retos en su gobierno como el colapso del sistema financiero en 2008, las amenazas de disolución de la UE, las olas migratorias en 2015 y la pandemia de Covid19. Todo ello con las extraordinarias habilidades políticas que le valieron el refrendo de la sociedad y el reconocimiento del mundo entero: templanza, habilidad diplomática, liderazgo y capacidad para construir alianzas.

De su gobierno aplaudo, en lo personal, su política energética que llevó a Alemania al terreno de las energías renovables, dejando atrás las centrales nucleares que venían representando una amenaza como ocurrió en Fukushima (Japón).

Entonces y volviendo al inicio, ¿México está listo para que una mujer llegue a la Presidencia?, ¡por supuesto que sí!, porque las mujeres han demostrado con resultados y números, su capacidad de transformación social y buen gobierno. Los dos ejemplos que he citado en este texto, son prueba de ello. México está listo y los mexicanos también.

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