Conforme avanzan las campañas tenemos más información sobre la sociología del electorado. Se vislumbran dos tendencias y se perciben cuatro grandes grupos sociales. Alejandro Moreno (el encuestador) identifica que Sheinbaum se beneficia de un sesgo femenino, que se incrementa conforme avanza la edad y se reduce el nivel educativo. Los varones muestran menos conformidad con la candidata oficial ¿pesará el tema de género? y conforme se asciende en el nivel educativo.

En términos agregados, el país se divide en cuatro grupos (de desiguales dimensiones) que llamaré, por simplicar, reinos. El primero y más numeroso es el de los incondicionales. La maquinaria oficial cuenta con los empadronados en programas sociales, que tienen un incentivo directo en apoyar a su candidata, pase lo que pase. No importa que se documenten financiamientos sospechosos, ese electorado es inasequible al desaliento. Ha interiorizado la propaganda gubernamental: AMLO es Mandela y solo tiene pequeños temblores (como el de Ayotzinapa), que sacuden parte de la liturgia de la izquierda, pues tiene que reubicar ahora, en la legión mefistofélica, a quienes fueron sus aliados tácticos.

Después están los inconformes. Son aquellos que, por razones ideológicas o simbólicas, no están de acuerdo con el gobierno. Son un grupo sociológicamente compacto y muy bien ubicado en el centro y occidente del país. Son clases medias que sienten que los gobiernos sólo las requieren para pagar impuestos y repartir el dinero que con tanto esfuerzo tributan.

Entre estos dos extremos hay dos grupos que adquieren mucha relevancia en esta elección. Ambos son hasta ahora eminentemente pasivos. El primero engloba a muchos estudiantes que tienen una mirada justiciera, durante años han comulgado con la preocupación por la desigualdad, están indignados por el México bárbaro; son pro medio ambiente, animalistas y sensibles a los temas de género. Este gobierno cautivó sus corazones. Ahora expresan críticas al proceder de AMLO, pero se acomodan (como muchos de sus profesores) para decir que Claudia será diferente (y seguramente lo será). No son incondicionales y cada vez sufren más por los bandazos de AMLO y la camisa de fuerza que le hereda a Claudia. Hay una pasividad pro gubernamental en esos jóvenes, pues llama la atención que los mismos que se movilizaron cuando ocurrió la tragedia de Iguala, ahora se les ve silentes, a pesar de que el presidente golpea a sus rectores y Morena bajó a una de sus profesoras de la confección de preguntas del debate presidencial. Los desaires a las mujeres (no izar la bandera) y otras agendas que les son caras, los podría hacer reconsiderar su voto.

El cuarto tiene un encuadre ideológico difuso y se busca la vida con más riesgo que los estudiantes. Muchos de ellos, decía Warketin, son repartidores; empleos inestables y vidas precarias. Sus nombres revelan sus identidades: Walter, Jonathan y Yovani. No tienen mucho que esperar de un gobierno que atiende a clientelas o grupos bien organizados, pero que se ha ocupado poco de mejorar sus condiciones laborales y ofrecerles algo más que una retórica general. No tienen representación; se les ve trabajando en los servicios de forma precaria, pero animosa: meseras sonrientes, hipermaquilladas para parecer felices; princesas tristes que te proponen tónicos en las farmacias o cada vez más descoloridas empleadas de almacén que suspiran porque las muevan a la cafetería (porque allí al menos sí hay propina). Su futuro depende de lo que ellos hagan por ellos, no de Papá Gobierno.

Son los cuatro reinos, Uno es de Claudia. Otro de Xochitl y los otros dos de quien los trabaje.

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