El científico y novelista Isaac Asimov plasmó en su obra, ya hace algunas décadas, algunos problemas éticos que, desde su imaginación, surgirían con la inteligencia artificial. Fue así que, rompiendo los límites entre la ciencia y la ficción, fascinó a generaciones enteras en una reflexión constante, ya no sólo sobre los futuros posibles, sino sobre el papel de la ciencia y la tecnología en nuestras vidas.

Por Lamán Carranza, Parsifal Islas, Christian Peñaloza y Bruno Velázquez

Con los GAFTA (Google, Amazon, Facebook, Twitter y Apple) presentes en nuestro día a día, mucho de lo que antes era ficción, hoy es una realidad. Los desarrollos tecnocientíficos e innovaciones tomaron un impulso vertiginoso e imparable que genera nuevas necesidades y problemáticas que, en muchas ocasiones, rebasan nuestra capacidad de comprensión y adaptación.

Conscientes de la importancia de estos temas, a través de una jornada académica fue presentada la recomendación de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) sobre la ética de la Inteligencia Artificial (IA).

Además, para promover desde la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el debate de ideas y la reflexión que permita vislumbrar hacia dónde se dirige la IA y sobre qué se debería hacer en nuestro país para responder a este reto.

Todo parece indicar que, ante el poder real de las grandes corporaciones que dominan el ámbito del desarrollo y gestión de la IA, nuestras instituciones no están del todo listas para hacerles frente y regularlas en beneficio de la sociedad, la libertad, la democratización y la protección de los derechos humanos.

Una de las conclusiones es que urge generar una visión crítica sobre el problema, así como nuevas formas y estrategias para ejercer nuestra ciudadanía, nacional y mundial, en este contexto.

Al ser parte de una época marcada por una vertiginosa revolución científico-tecnológica, no podemos ser sólo consumidores y testigos pasivos de la transformación respecto del modo en el que nos relacionamos en todas las esferas de la vida, tanto con otras personas como con las tecnologías.

Cambios que son, en algunos casos, drásticos e incluso riesgosos, debido a que no existe claridad sobre los límites, intereses y objetivos que, en el fondo, se persiguen con muchos de estos desarrollos.

Una sociedad crítica es la base de una cultura científica y democrática madura, capaz de aprovechar responsablemente el conocimiento y la tecnología, lograr esto sería entonces una de las metas que habríamos de perseguir y, desde el ámbito político como el educativo, un objetivo que habría que tener como prioritario.

En nuestro país hay muchos que piensan que aún estamos muy lejos de poder participar, en lo referente a la IA, más allá del papel de consumidores. Pero vale la pena conocer lo que han avanzado universidades como la UNAM e iniciativas como las de Hidalgo, para saber cuáles son nuestras posibilidades, carencias, potencialidades y capacidad real.

Muchos consideran que los avances científicos y tecnológicos como la IA pueden ser muy benéficos para solucionar problemas de toda índole, desde la movilidad entre ciudades o la prevención de desastres naturales, hasta el mejoramiento de la seguridad pública y el cuidado al medio ambiente.

Desde el talento intelectual, científico y tecnológico para la solución de los grandes problemas globales, México pudo participar en la Expo 2020 Dubái y las aportaciones de Hidalgo lograron atraer la atención internacional hacia algunos grandes proyectos como la Aceleradora de Negocios Biotecnológicos UNAM-HIDALGO, el Laboratorio Nacional de Acceso Espacial o el que será el mayor centro de datos de México, mismo que se enfoca al estudio y desarrollo de Blockchain, un esfuerzo en colaboración con la Organización de Estados Americanos.

Los pabellones de muchos países presentes en la Expo 2020 Dubái, el Show más Grande del Mundo, son una muestra real de que hoy por hoy, la ciencia, la tecnología y la innovación, son una bandera de identidad para nuevas potencias que impulsan decididamente un desarrollo equitativo e igualitario para sus pueblos; por ejemplo, a través de capacidades tecnocientíficas en regiones que antes no lo tenían.

También vimos que las naciones, históricamente potencias mundiales, no claudican en su convicción de impulsar el talento, las ideas y las tecnologías como una divisa permanente de desarrollo y en la búsqueda de no perder competitividad, más allá de mejorar o no la vida de sus pueblos.

Un ejemplo es el pabellón de Reino Unido, un edificio definido por sí mismo como inteligente, una fachada con poemas creados a partir de una Inteligencia Artificial, nutrida de una base de datos que contiene toda la literatura inglesa existente hasta nuestros días.

En pabellón de México, por ejemplo, se presentó la tecnología de Aura, desarrollada en Japón, un sistema que permite accionar tan sólo con el pensamiento, dispositivos robóticos a distancia, a través de la lectura de ondas cerebrales y patrones, los cuales son interpretados por un software de IA.

El mejor camino es el que parte del conocimiento científico y las capacidades tecnológicas, un nuevo lenguaje global y cotidiano que, incluso nos acompaña en nuestras actividades diarias. Millones de personas cargan en su bolsillo un dispositivo con inteligencia artificial, llamado smartphone, del cual hoy somos altamente dependientes.

Y es que la inteligencia artificial, mencionada en la Agenda 2030 de la ONU, tiene un despliegue que va más allá de ser una tecnología práctica, es ya en un lenguaje con alcances simbólicos, geopolíticos, culturales y sociales. Razón de sobra para urgir al debate sobre la ética de esta disciplina.

Ante estos grandes cambios, hay que insistir en que la actividad científica debe ir, siempre, como todas nuestras acciones, acompañada de un sentido crítico y ético.

La recomendación que la UNESCO presentó tiene una importante base filosófica: la ética de la responsabilidad en cuanto a los alcances y usos de las inteligencias artificiales.

En Hidalgo, por ejemplo, se decidió contar con el centro de seguridad, monitoreo e inteligencia más avanzado de Latinoamérica, equipado con los últimos adelantos de la inteligencia artificial, algo que obligó a la reflexión de si la seguridad pública podía ser, en el futuro, un tema atendido completamente por una máquina, disminuyendo así al máximo el error humano.

La respuesta, por supuesto, un no definitivo; por la sencilla razón de que como humanos, y como seres eminentemente sociales, debemos ser responsables de las acciones y decisiones, personales o institucionales, que afecten a otras personas, incluidas aquellas que tomen las máquinas o entidades artificiales construidas por nosotros mismos.

La ética, recordemos, no se trata de un simple sentido común, sino de una consecuencia de principios filosóficos asimilados como individuos y como sociedad.

En México, la filosofía y diversas corrientes éticas han sido y son parte de nuestra cultura. No olvidemos que los postulados de Kantestán presentes en nuestra Constitución desde 1857, a través de los principios y valores defendidos por aquella gran generación que fue la de la reforma liberal.

Don Benito Juárez, un asiduo lector de Kant tenía razón al decir que los principios lo son todo. Esto es vigente en la discusión aquí referida, pues los responsables de lo que realicen entidades con inteligencia artificial somos las personas y la sociedad en su conjunto.

La recomendación de la UNESCO va dirigida a que en México construyamos reglas y leyes precisas que protejan a las personas, a sus datos personales y al ejercicio de todos sus derechos frente a la interacción que estás puedan tener con tecnologías de IA.

Esto no limita la actividad científica y el desarrollo tecnológico; de la misma manera que la UNESCO recomienda que la ciencia y sus beneficios sean de carácter público y tengan una repercusión equitativa entre la población, así también lo hace respecto al desarrollo de las capacidades de la IA.

La ética de la responsabilidad y la normas que construyamos son un requisito para sacar el mejor beneficio de estas tecnologías. La recomendación de la UNESCO es útil y pertinente; como lo es el hecho de que en México estamos ante una coyuntura favorable para comenzar a fomentar decididamente el desarrollo científico, el tecnológico y la innovación, mediante la implementación de las políticas públicas adecuadas y consensuadas con todos los actores involucrados.

Sólo así las personas tendrán acceso todas las bondades del conocimiento tecnocientífico y la innovación, pero recordemos que deben siempre ser guiadas por una clara normativa ética que apunte al bien común, incluida por supuesto, la Inteligencia Artificial.

Parsifal Islas es coordinador general de la Cátedra UNESCO de Diplomacia y Patrimonio de la Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y profesor de Relaciones Internacionales en la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán.

Bruno Velázquez es profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y del ITAM. Actualmente apoya al Programa Universitario de Derechos Humanos de la UNAM.

Christian Peñaloza es uno de los más destacados científicos mexicanos en el mundo. Doctor en Robótica de neurociencia cognitiva de la Universidad de Osaka y creador de AURA, un dispositivo que permite controlar prótesis y otros objetos con la mente.

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