La semana pasada, tal como la gran parte de los analistas estimaban, el Banco de México recortó la tasa de interés en un cuarto de punto, ubicándose en 7.75%.

En el comunicado de prensa fechado el 26 de septiembre de 2019, a la letra se lee lo siguiente: “Tomando en cuenta la disminución de la inflación general, la amplitud de las condiciones de holgura de la economía, y el comportamiento reciente de las curvas de rendimiento externas e internas, la Junta de Gobierno decidió por mayoría disminuir en 25 puntos base el objetivo para la Tasa de Interés Interbancaria a un día a un nivel de 7.75%, considerando que bajo las condiciones actuales dicho nivel es congruente con la convergencia de la inflación a su meta en el horizonte en el que opera la política monetaria”.

Como puede apreciarse hay básicamente tres elementos tomados en consideración: la posición de la Reserva Federal (Fed) estadounidense, la dinámica de la economía nacional y la aparente disminución de la inflación.

Es cierto, la inflación general ha mostrado una tendencia a la baja en los últimos meses. Desde mayo, cuando se ubicó en 4.28%, el nivel más alto en el año, hasta 3.16% en agosto. Sin embargo, el mismo comunicado del Banxico estima ciertos riesgos de inflación al alza si el componente subyacente persiste, y es que en lo que va del año se ha mantenido estable entre 3.6% y 3.8%.

La inflación subyacente es el cambio en los precios de bienes y servicios que no están sujetos a decisiones de carácter administrativo, marcada estacionalidad o alta volatilidad. Así, la metodología de medición excluye aquellos bienes y servicios que presentan alta volatilidad en sus precios, por ejemplo, los productos agropecuarios, energéticos y tarifas autorizadas por el gobierno.

Su seguimiento es relevante, ya que esta variable es clave en la toma de decisiones de política económica y, en lo general, es la base para la elaboración de predicciones sobre la inflación.

Por supuesto, el objetivo del Banxico es mantener la tasa de interés dentro de su rango objetivo, pero hay preocupaciones que persisten en los tomadores de decisiones: 1) un menor crecimiento económico puede empujar aún más la inflación subyacente y, con ello, generar presiones en el mediano plazo sobre los precios, 2) el peso puede verse presionado por factores externos (Estados Unidos, China, el Brexit, Arabia Saudita, entre otros) y por factores internos.

Queda en el aire la pregunta: ¿estas posibilidades son altas y deben tomarse en cuenta? Sin duda, la respuesta es afirmativa. Debajo del agua calma hay corrientes que pueden ser peligrosas si no se les considera y toma en cuenta de la manera correcta.

La economía mexicana no ha terminado su proceso de desaceleración; las estimaciones del Inegi revelan que en julio el Indicador Global de la Actividad Económica (IGAE) cayó 0.6%, la peor caída en este indicador desde 2009, debido principalmente a las caídas en sectores como construcción y minería (actividad petrolera principalmente).

El Banco de México está actuando en consecuencia; sin embargo, más allá de ajustes en la política monetaria, insistimos en la sentida necesidad de una política económica que tenga enfoque en la generación de empleos formales, en el desarrollo de pequeñas y medianas empresas y en el sector industrial que lleva 10 meses (de noviembre de 2018 a julio de 2019) con caídas consecutivas.

Se requiere por fuerza dar el impulso a la competitividad del sector productivo mexicano, generar condiciones aceptables de seguridad para su operación, su logística y la comercialización de bienes y servicios en todo el territorio nacional. Los esfuerzos deben ser con enfoque regional, detonando esquemas de crecimiento y desarrollo locales.

Hay mucho trabajo por hacer; compete a todos los actores relevantes trabajar en ello, desde las instituciones financieras, los tres órdenes de gobierno, las cámaras y asociaciones empresariales, empresarios y consumidores. Todos tenemos que asumir nuestra responsabilidad y aportar.

Presidente de Consultores Internacionales, S.C.

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