La canción mixteca elevada a himno del oaxaqueño José López Álvarez le queda como anillo al titubeante dedo del rock internacional y mexicano, tan venido a menos en este año.

El más de lo mismo de, por ejemplo, el próximo Vive Latino, aplica al igual tiempo en que una turba de reggatoneros se apodera de conciertos impensables, colmando estadios (cuatro aztecas) para la celebración de monumentales odas al perreo marca Karol G.

Y no es que el reggaetón sea uno de los jinetes del apocalipsis, pero casi. Ya sólo falta que sus discos se vendan en lugares sagrados como el Tianguis del Chopo, para que le dé el infarto a los del recio metal, rock progresivo inglés, alemán y el que a duras penas ha logrado mantener su estatus de crema de la crema: el rock italiano.

Los que van cada sábado en busca de cazar rarezas no se explican cómo los balbuceos pueden hacer “cantante” a quien sea con una mezcla de hip hop, merengue, urbanismo desatado, latinidades apoyadas por una monotonía rampante de cajas de ritmos, sintetizadores, y monótonas y arcaicas percusiones, y para lo que no es necesario haber estudiado ningún acorde de música.

Mientras muchos se infectan con los sonidos aberrantes y repetitivos del reggaetón, escasean los del rock que, ya fatigado, no la ve llegar. Ni las congregaciones de solistas, ni de grupos o conceptos como por ejemplo los de algunos de los convocados al próximo Vive Latino, alcanzan a saber qué está pasando. Muchos le rezan a Los Rolling Stones, para que le hagan el milagro al rock.

Otros grupos se han aferrado a sus grandes y contados hits, que vaticinan una nueva oleada de nostalgia, a la que la piratería organizada les hace el favor del reciclaje, en compilaciones de calidad, que no les tocó su momento de gloria, gracias a la chambonería de las compañías disqueras, que nunca descubrieron su potencial.

Además de un total desconocimiento permisible de los catálogos musicales y de contar con un staff de incompetentes, que no pasaron por ninguna escuela de música, las disqueras ya no le apuestan (salvo contadas excepciones) al producto físico, sino a las plataformas digitales. De ahí que el factor corsario cobre muy buenos dividendos a la hora de escoger los éxitos y las colecciones vendibles, y de reciclar artistas, grupos y cantantes y vender la calidad que no tuvo repercusiones aquí, donde no se pasa de Luis Miguel, José José, excepciones de la música regional mexicana y otras modas perdurables para los de oídos sordos.

Por fortuna los adiestrados en los sonidos del rock de calidad no están sordos, ni se van con fintas alternas; por ello, los que se amparan y se coluden con un público cómplice, pero conocedor, se la pasan muy bien y están cómodos en que se pueden conseguir discografías completas como las de Can, Van Der Graaft, Camel, Yes, King Crimson, The Cars, Gary Numan, Nortec, Henry Cow, John Zorn, más muchos representantes del rock en oposición o destellos aún vigentes del Avant Garde.

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