La multicitada prueba PISA emite una nueva llamada de atención. Por lo menos por algunos días el tema educativo vuelve a adquirir visibilidad pública. Los resultados han generado diferentes reacciones y no puede ser de otra manera. Pero, por supuesto, podemos cerrar los ojos ante las evidencias o intentar algunas respuestas.

Si se quiere, olvidémonos, por un momento, de las comparaciones con otros países. A muchos les parecen odiosas. Si se quiere, incluso podemos omitir cotejos con otros años, porque en efecto y sin duda, vivimos una pandemia y su impacto está más que presente en la evaluación. Incluso tomemos nota del comunicado de la SEP que nos dice que “las pruebas internacionales estandarizadas no consideran las condiciones reales en las que se desarrolla el trabajo docente, así como los procesos situados de la enseñanza y los aprendizajes en las aulas de los distintos países”.

¿Pero qué nos dicen los resultados de 2022 en la prueba que se aplicó a jóvenes entre 15 y 16 años? Que la mitad de nuestros estudiantes están por debajo del nivel mínimo de competencia en lectura y ciencia. Repito: mínimo. Y que dos terceras partes de los mismos se encuentran en esa misma precaria situación tratándose de matemáticas. Mientras que en los niveles superiores que mide la prueba (5 y 6) México no tiene ni un estudiante por cada cien; los resultados se expresan en fracciones de punto.

Luis González Placencia, secretario general de la ANUIES, manifestó su preocupación. La senadora Guadalupe Saldaña (PAN) calificó de “catastrófico” el resultado. La presidente de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados, Flora Tania Cruz (Morena), llamó a la Secretaría de Educación a atender el rezago en la educación básica, y un buen número de colegas, cada quien en sus términos, han llamado la atención sobre el problema. Se trata de reacciones naturales, y yo diría elementales, ante la evidencia de que nuestro sistema educativo no está cumpliendo con sus objetivos. Puede ser “por angas o por mangas”, eso debe estudiarse, pero la triste realidad no puede maquillarse.

Sólo apareció una voz disonante, la del presidente de la República. Dijo refiriéndose a los resultados: “Nosotros no los tomamos en cuenta porque pues todos esos parámetros se crearon en la época del neoliberalismo, del predominio del periodo neoliberal”. Y punto y aparte. Ahora resulta que tener problemas de comprensión de lectura o incapacidad para resolver cuestiones elementales de matemáticas, no debe preocupar a nadie porque la fórmula para evaluar esas incapacidades se inventó en una supuesta época neoliberal.

Antes se decía que no se podía tapar el sol con un dedo. Pues bien, de que no se puede no se puede; pero que se intenta, no hay duda. El “neoliberalismo” se ha convertido en la retórica presidencial en una especie de sombrero de mago: capaz de desaparecer retos y dificultades mayúsculas con su sola invocación. No es la realidad de nuestro nivel educativo lo que debe alarmarnos, puesto que un método perverso de medición es el que la construye de manera artificial.

Por supuesto podemos actuar como el Tío Lolo, aquel que se hacía tonto solo. Pero de que México tiene un desafío enorme en materia educativa no debería caber duda. A fin de cuentas, la prueba PISA es solo un instrumento (útil sin duda). Pero el problema que no se puede exorcizar es que millones de jóvenes escolarizados no son capaces de utilizar las herramientas que supuestamente les otorga la escuela.

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