Primero, lo obvio. México y EU son países muy distintos, con una dinámica de gobierno y de hacer política muy diferentes. Trump y López Obrador tienen orígenes, formaciones, carreras profesionales y estilos de vida totalmente divergentes. De no haber sido por las vicisitudes políticas y los caprichos de la historia, nunca se hubieran cruzado ni mucho menos entablado una relación. A priori, no tenían nada qué ver el uno con el otro. Y sin embargo, no solo se encontraron y se entendieron muy bien, sino que comparten muchos rasgos de sus respectivas personalidades y operan de manera muy similar.

Ambos personajes hacen lo que sea por ser el centro de atención, incluso cuando no les corresponde. Para ello, se victimizan a menudo, convencidos de ser permanentemente perseguidos por sus adversarios. Conectan fácilmente con sus audiencias con un vocabulario muy limitado, a través de ideas simples, que repiten constantemente. Tienden a hablar mucho de cualquier cosa, frecuentemente de manera superficial, con poco conocimiento de los temas y sin filtros, con lo que logran indignar y también distraer. Ello genera una predisposición casi enfermiza a mentir y exagerar, lo que les permite construir un mundo de fantasía en el que ambos y muchos otros parecen creer.

El leitmotif de Trump, Make America Great Again o “Hagamos de Nuevo Grande a EU”, describe perfectamente las políticas públicas de López Obrador. Trump añora las épocas en las que el hombre blanco dominaba sin sombra la sociedad, la política y la economía estadounidenses. López Obrador extraña la epopeya de nacionalizaciones y los pozos petroleros en Tabasco. Ha hecho todo lo posible por restaurar el partido único, la presidencia todopoderosa, una economía estatizada y el capitalismo de cuates. Ambos son nostálgicos de tiempos pasados y escépticos del cambio climático, la sociedad civil organizada y las causas de los jóvenes, las minorías y las mujeres. Más aún, los dos usan políticamente el nacionalismo ramplón, son aislacionistas, autárquicos y escépticos de libre comercio.

Si bien las negociaciones de Trump son siempre transaccionales, como si se tratara de un negocio inmobiliario, la obsesión de López Obrador es con el control. Pero para ambos no hay mayor prioridad que mostrar que son ellos quienes mandan, aún a costa del resultado. Tienden a rodearse de bribones y se sienten vulnerables ante los militares. Debido a sus inseguridades, desprecian a los expertos, temen a las burocracias profesionales y apabullan a sus colaboradores. Tanto Trump como López Obrador tienen debilidad por gobernantes autoritarios, los llamados “hombres fuertes”. Comparten una admiración por ellos que es “aspiracionista, como demuestran los esfuerzos de ambos por concentrar el poder, destruir instituciones y eliminar contrapesos. Por si fuera poco, muestran un profundo desprecio por la ley cuando les estorba y son desleales con la democracia que los llevó al poder, siempre prestos a desconocer resultados cuando no les favorecen.

Populistas de libreto, los dos personajes son refractarios a cualquier crítica y la rendición de cuentas, atacan a diario la independencia de los medios y alientan la polarización de la sociedad como herramienta para gobernar, para lo que cotidianamente inventan enemigos. Están atormentados por su lugar en la historia y muestran un apego obsesivo al poder. Trump se aferró a la presidencia y está haciendo lo imposible, incluyendo pisar la cárcel, para volver. López Obrador se ha visto obligado a renunciar a la reelección pero no a seguir mandando a través de una sucesora débil, blandiendo la amenaza de la revocación de mandato y mediante la imposición de una serie de diques y contenciones. El voto duro de ambos está compuesto, por lo menos en parte, de seguidores que conforman algo muy parecido a una secta, dispuesta hacer toda clase de malabarismos, capaz de tragarse sus palabras y renunciar a sus creencias con tal de justificar los errores, ilegalidades y abusos del infalible líder amado.

Evidentemente, el candidato de López Obrador para 2024, como lo fue para 2020, es Trump. No solo le parece “una buena persona” sino que está convencido de la conveniencia del regreso de un presidente estadounidense al que no le preocupan “tonterías” como la democracia y los derechos humanos y que está dispuesto a ignorar violaciones al estado de derecho en México, siempre y cuando no afecten ciertos intereses. Tal para cual. Por lo menos yo, ni con uno ni con otro.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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