El presidente López Obrador sigue gozando de una robusta, aunque no inusual popularidad para un mandatario mexicano en el quinto año de gobierno. Pese a la división que sufre el país y a crecientes resistencias, ha logrado imponer buena parte de su agenda gracias a la acumulación de poder en su persona, el apoyo incondicional e irreflexivo de su bancada legislativa, episodios de extorsión, la pasividad de muchos actores y su desprecio por la ley cuando ésta estorba.

En el plano internacional, sin embargo, no ha sido así. Si bien la maquinaria de la Cancillería y los diplomáticos de carrera han logrado sacar adelante las iniciativas y elecciones de rigor, el presidente acumula una larga lista de derrotas. La gran mayoría de sus gestiones bilaterales e iniciativas multilaterales han sido rechazadas o simplemente ignoradas: López Obrador ha sido incapaz de convencer a EU o a organismos internacionales de financiar sus programas sociales en Centroamérica; fracasó en las campañas para que un mexicano dirigiera la OMC, la OPS y el BID, así como en las intentonas para impedir la reelección de Almagro en la OEA y, más recientemente, echarlo del cargo; sus propuestas de paz para Ucrania y de creación de un fondo para la pobreza extrema fueron pasadas por alto en Naciones Unidas; se ha quedado aislado en la OEA y ha fallado en su intento de reciclar la idea cubana de sustituir al organismo por la CELAC, que continúa siendo un mecanismo marginal; España no se ha disculpado; fue incapaz de forzar a Biden a invitar a los tres dictadores latinoamericanos a la Cumbre de las Américas; el gobierno chino ha desdeñado los reclamos con respecto al tráfico ilícito de fentanilo o sus precursores; mantiene un pleito innecesario e injustificado con Perú, cada día más dañino y absurdo… más lo que se acumule en los próximos meses.

Las razones de la suma de fracasos son múltiples. El presidente no participa en reuniones internacionales ni ha hecho el menor esfuerzo por conocer o darse a conocer entre sus contrapartes, salvo unos cuantos vecinos y algunos aliados de dudosa reputación. No tiene interés en entender al mundo, ni los avances científicos y la profundidad de los cambios que se avecinan. Tampoco muestra disposición a escuchar a otros: el presidente está acostumbrado a establecer relaciones de dominación y muestra poca disposición o habilidad para entablar vínculos de igualdad y tratar a otros como pares. López Obrador prefiere imponer a negociar. Por ello, repite con sus interlocutores extranjeros ―medios, relatores de derechos humanos, parlamentarios, organismos internacionales, contrapartes― los mismos patrones: provocaciones, ironías, insultos, amenazas y falsedades. Pero, a diferencia de la gestión interna en la que puede imponer su voluntad sin mayor explicación o justificación, en el ámbito internacional es necesario convencer. Y el presidente no lo hace, ni siquiera lo intenta.

En unos cuantos años México ha perdido influencia y relevancia. Nuestro país se ha vuelto un actor poco confiable. La ratificación del Acuerdo Global con la Unión Europea tendrá que seguir esperando y, por lo menos por ahora, habrá que olvidarnos de participar en reuniones del G7, porque ya no somos tomados en serio. Y ya ni hablar de las tensiones en la relación con EU. Es verdad que, en condiciones normales, la imagen de un país en el mundo se conforma con mucho más que los logros, fracasos o excentricidades de un líder. Pero si bien México es mucho más que López Obrador, el presidente ha manchado la percepción del país en el mundo y ha dañado el prestigio de su política exterior. A la violencia y corrupción acumulada en el país durante años ahora se han sumado las acciones de un mandatario autoritario y con poco compromiso con la democracia, los derechos humanos y el estado de derecho, que es visto como caprichoso, arrogante e ignorante de las relaciones internacionales. Un presidente que, no obstante su popularidad en casa se ha vuelto objeto no solo de críticas constantes sino también de la burla de unos y otros más allá de nuestras fronteras. Lamentablemente, todo indica que seguiremos viéndonos al ombligo, pese a un escenario geopolítico crecientemente complicado, y que el próximo gobierno heredará, además de muchos otros, el reto de reinsertar a México en el mundo y recuperar el espacio que le corresponde.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco


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