Desde mi renuncia al Servicio Exterior Mexicano (SEM) hace dos años he compartido con la opinión pública reflexiones sobre política exterior a través de medios electrónicos y, sobre todo, de EL UNIVERSAL, que generosamente me abrió las puertas. En el proceso, he seguido muy de cerca los desarrollos políticos en nuestro país e, inevitablemente, me he pronunciado y he tomado posición sobre temas nacionales, aunque siempre desde la perspectiva de la interacción de México con el mundo. Como consta en mis columnas, he sido muy crítico sobre la manera en que nuestro país ha perdido influencia y relevancia en el mundo en unos cuantos años y de cómo México se ha vuelto un actor volátil, poco confiable en la esfera internacional, con una predisposición a cambiar la reglas del juego para la inversión, sorprender a sus socios e ignorar obligaciones internacionales.

Pero, contrario a lo que se pudiera pensar, mis desacuerdos con la política exterior de la 4T, aunque algunos de ellos serios, no fueron la razón de interrumpir una carrera de tres décadas porque eran parte de la normalidad de un servicio civil de carrera. Tampoco fue la incompetencia del gobierno, pese a sus graves efectos sobre el país. Lo que hizo la diferencia entre éste y gobiernos anteriores para los que trabajé fue la acumulación de acciones y omisiones que cruzaron líneas rojas. Mis líneas rojas. En pocas palabras, el desprecio del presidente por principios y valores democráticos.

López Obrador ofrece continuidad para asegurar el triunfo de su movimiento en 2024. Continuidad no solo de programas y proyectos sino también del control político que ejerce sobre las corcholatas y, en particular, su preferida. Anuncia también una profundización del proceso de erosión democrática y destrucción de instituciones, a través de una mayoría calificada en el Congreso que permitiría, entre otras cosas, continuar la militarización del país, controlar el poder judicial y construir un blindaje de impunidad para quienes han cometido abusos y actos de corrupción. Por ello, además de analizar y criticar he insistido en que, el próximo año, los mexicanos tendremos que elegir entre democracia y autoritarismo.

La conformación del Frente Amplio por México ha sorprendido a los agoreros que daban por muerta la alianza de oposición y decepcionado a quienes no la deseaban, incluyendo a la 4T y sectores de MC. Pese a no ser consideradas suficientemente “civiles” por intelectuales orgánicos de la 4T, el paciente trabajo de más de 150 organizaciones ciudadanas y el método democrático para la selección del o la candidata de oposición, por más barroco que sea, ha dado un papel sin precedentes a la sociedad, el mismísimo “pueblo bueno” que está marginado del proceso en Morena. El crecimiento de las potenciales candidaturas de dos sólidos funcionarios como Enrique de la Madrid y Santiago Creel, ambos muy superiores a la corcholata favorita, ha dado esperanza de que se puede recuperar a México. La irrupción de un personaje tan atractivo como Xóchitl Gálvez ha generado entusiasmo entre quienes desean un cambio, descolocando a la comentocracia del arroz cocido (Aguilar Camín dixit) que se resiste a estar equivocada y que mide a la oposición con una vara distinta a la que utiliza con la 4T.

No hay duda de que el impresionante crecimiento de Xóchitl Gálvez ha generado temor a lo largo y ancho del oficialismo y obsesión en López Obrador. Como acostumbra, el presidente ha insultado a la senadora y se ha referido a ella con discriminación y machismo inaceptables. Ha calumniado y violado leyes de privacidad y electorales. Resulta evidente el intento de intimidación, pero llegado el momento, ¿trataría de inhabilitarla como candidata como lo han hecho Daniel Ortega y Maduro con sus rivales? y ¿respetaría los resultados de una elección desfavorable? México vive momentos excepcionales. Tiempos que obligan a ciudadanos normalmente alejados de la política a pronunciarse. La normalidad democrática que vivimos desde 1997 está en riesgo. Hoy no basta con observar los toros desde la barrera. Es necesario no solo opinar sino también contribuir: México lo necesita de todos nosotros, pero más de aquellos que tenemos algo que aportar debido a nuestra preparación o experiencia en la academia, la sociedad civil, la militancia o la administración pública. Ha llegado el momento de tomar partido y comprometerse. Yo no tengo dudas.

Diplomático de carrera por 30 años, fue embajador en ONU-Ginebra, OEA y Países Bajos

@amb_lomonaco

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