En 1839, el príncipe Odoevsky publicó una novela de ciencia-ficción y de política-ficción, “El Año 4338”, reeditada en Moscú en 1959. El príncipe, como muchos, consideraba a su patria como una nación mesiánica, llamada a un gran destino: “En Rusia muchas cosas son malas, pero el conjunto es bueno; en Europa muchas cosas son buenas, pero el conjunto es malo. Rusia salvará no solo el cuerpo, sino el alma de Europa”.

“El Año 4338” sigue el modelo de las “Letras Persas” de Montesquieu: un habitante de Persia visita Francia y escribe a su gente lo que esta viendo. Un estudiante chino visita Rusia, en el año 4338, cuando el mundo está bajo el dominio de dos superpotencias: Rusia y China. El calendario histórico está dividido en tres eras: desde la creación del mundo hasta el nacimiento de Cristo, del año 0 hasta la división del mundo entre las dos potencias, y de esta fecha hasta la actualidad. Ya se perdió el recuerdo de los demás países y se ignora la historia anterior a la era bipolar. Nadie es capaz de leer las pocas líneas que subsisten de Goethe, el inglés es una lengua muerta, la isla británica ha sido vendida en subasta y comprada por Rusia.

Rusia se admira, el estudiante chino, es el centro cultural del mundo. Lleno de grandes metrópolis, ha cambiado para bien el rudo clima suyo, el cielo está lleno de plataformas, hoteles aéreos, globos. El Supremo de Rusia es un poeta ayudado por un Ministro de la Reconciliación y un gran equipo de filósofos. La electricidad ha sido domada de tal manera que la luz artificial disipó la oscuridad; las pulsiones agresivas de los individuos se desactivan en baños magnéticos, durante el cual se revelan todos los secretos. No hay subversión posible. Orden y Progreso. El telégrafo magnético pone en comunicación permanente e instantánea a todos; maravillosos productos sintéticos proporcionan el bienestar y todas las comodidades posibles.

El amor a la humanidad es tal que una benévola censura (llamada reconciliación) ha eliminado todo elemento trágico de la literatura. Es parte de la tarea de un Congreso Permanente de los Ilustrados”, que ayuda a científicos y artistas a definir sus tareas. Las ciudades están llenas de museos y parques que presentan las “curiosidades” desaparecidas (como el papel) y las especies animales extinguidas.

China no ha avanzado tanto como Rusia, pero aprende pronto con esa generosa maestra, desde que el gran Khun-Zhin la despertó de su estancamiento mortal. Si no, estaría como los bárbaros americanos que han tenido que vender sus ciudades al mejor postor: los Estados Unidos son la única nación en el mundo contra la cual rusos y chinos tienen que mantener en guarda sus ejércitos. El único pendiente es que los astrónomos han calculado que el cometa Halley chocará algún día con nuestro planeta. Para remediar al exceso demográfico, ya había empezado el éxodo hacia la luna, pero ¿podrá nuestro satélite recibir a toda la población?

Fin del cuento. Ciertamente, Rusia, en 2021, cuando Mijaíl Gorbachov cumple 90 años sin ser apreciado como lo merece, no comparte con China el dominio del mundo; tampoco es un actor internacional desdeñable y su creciente acercamiento con una China, que se propone quitarle a los EU el primer lugar, le gustaría al príncipe. Sus vacunas Sputnik le dan un rango como potencia científica y confortan a su presidente en el proyecto de restablecerla como líder mundial. En cuanto a China, ni hablar. Los objetivos del presidente Xi Zhinping para 2035 son muy claros. China ha sacado más ventajas que nadie de la pandemia que nació en su suelo. En 2020, fue la única gran economía con un crecimiento real, mientras que los EU sufrían su “Pearl Harbor sanitario”.

Historiador

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