Hacia 1985, a pesar de que pretendía acogerse a la discreción, en el pequeño patio de entrada a la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, con un busto de Dante Alighieri, la aparición de don Rubén Bonifaz Nuño parecía un acontecimiento. Vestía con elegancia inveterada trajes oscuros con chaleco, corbata y leontina, caminaba con serenidad parsimoniosa y una sonrisa inminente, de la que se infería una generosidad inquebrantable, de maneras suaves. Era el decano de Letras Clásicas, traductor de Virgilio, de Ovidio, de Propercio, de Catulo; fue director de la venerada Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, primer director del Instituto de Investigaciones Filológicas, creador del Centro de Traductores de Lenguas Clásicas. La universidad era uno de sus lugares naturales. Su rastro, sin embargo, puede deparar también invenciones varias, historias no siempre inverosímiles, amistades infinitas, conversaciones, un sentido del humor hospitalario, ciudades reveladas, vislumbres íntimos de los antiguos mexicanos, una tertulia de jueves en la noche en una taquería de Miguel Ángel de Quevedo en lo que fue el Distrito Federal, fantasmas cotidianos. Entre las formas que ha adoptado, la poesía no es la que ha propiciado menos hallazgos perdurables.

“De las múltiples y bien correspondidas tareas llevadas a cabo por nuestro maestro”, ha escrito Vicente Quirarte, “la poesía fue —en sus palabras— la más libre de sus ocupaciones. Aparente paradoja en un poeta tan riguroso en la forma como natural en el objeto verbal, que nos entrega como si hubiera nacido solo. Clásico y popular, fue el poeta que cantó los trabajos del vencido, pero también al amor y a la mujer en algunos de sus más altos poemas, en libros que adquirían cada vez mayor complejidad”.

Según le confesó a Marco Antonio Campos en una de las entrevistas que conforman De viva voz (entrevistas con escritores), Rubén Bonifaz Nuño aprendió que “un poema no se construye como un silogismo sino como un poema” y recordaba que “también aprendí que un poema se construye, o lo construyo yo al menos, alrededor del sonido de una palabra, que va llamando a otras, cuyas vocales y consonantes lo apoyan o lo contradicen, y que componen en conjunto una expresión efectiva. Y llamo expresión efectiva lo contrario al lugar común”.

Reconocía asimismo que la poesía había sido para él “un problema de forma” y que, desde su libro Imágenes, había hecho “algunas innovaciones a la métrica tradicional española: acentué los versos en quinta sílaba, con lo cual se admiten combinaciones silábicas de versos desde seis sílabas hasta las que uno quisiera, y es posible, además, asimilar en ellos, el del endecasílabo con acento en sexta. Escribí estrofas alcaicas con los endecasílabos alcaicos reproducidos por endecasílabos normales castellanos, en lugar de los versos con hemistiquios de cinco sílabas”.

El domingo 12 de noviembre, don Rubén Bonifaz Nuño hubiera cumplido 100 años —murió a los 89. Suele obviarse que la forma elemental de celebrar a un escritor es leyéndolo. La Fundación para las Letras Mexicanas, la Universidad Veracruzana, la UNAM, El Colegio Nacional, El Equilibrista han editado la reunión de tres de sus libros, desde su invocación a la poesía; La Muerte del Ángel, y poemas varios, en un volumen de la colección Pértiga con un prólogo cófrade de Vicente Quirarte y con un título de Sandro Cohen; Rubén entre nosotros, que no deja de deparar hallazgos escritos

Para los que llegan a las fiestas ávidos de tiernas compañías.

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