El secretario general de la ONU dijo —refiriéndose a la guerra en la Franja de Gaza— que: “Hasta las guerras tienen reglas. El derecho internacional humanitario y el derecho internacional de los derechos humanos deben ser respetados y sostenidos; los civiles deben ser protegidos y nunca usarse como escudos”.
Mucho se ha escrito sobre los antecedentes de este conflicto; sin embargo, durante los últimos días, Hamás —un grupo terrorista con presencia en la Franja de Gaza— lanzó una serie de ataques violentos y letales contra de la población civil principalmente israelí y aún mantiene cientos de rehenes. En respuesta, el gobierno de Benjamín Netanyahu anunció una contundente operación militar que no sólo ha combatido a Hamas, sino que ha tenido terribles consecuencias para la población civil palestina.
Las noticias son trágicas y deshumanizantes. La diplomacia continúa fallando. Primero, porque ambos bandos utilizan esta guerra para complacer a sus radicales: de un lado Hamás legitimando su presencia frente a la Autoridad Palestina y, del otro, Netanyahu —acusado de corrupción y de vulnerar al poder judicial—, utiliza la legítima defensa de Israel para aferrarse al poder. En segundo lugar, la diplomacia se equivocó en la magnitud de sus reacciones; es decir, si bien la condena a Hamás era obligada, las consecuencias de haber dado un cheque en blanco a Netanyahu se convirtió en un grave error.
Netanyahu ha anunciado una incursión militar en Gaza y los civiles siguen muriendo en los bombardeos, mientras las autoridades israelíes pretenden expulsar a un millón de palestinos hacia los países vecinos, les exigen evacuar hospitales, destruyen infraestructura civil y cierran los servicios más básicos —como agua y electricidad—. Tanto Médicos Sin Fronteras, la Agencia de la ONU para Refugiados Palestinos, el Comité Internacional de la Cruz Roja y UNICEF han reportado el desproporcionado uso de la fuerza contra la población civil e incluso la muerte de niños, trabajadores humanitarios y periodistas en Gaza. La información publicada hasta ahora presenta indicios de que ambos bandos han cometido graves crímenes de guerra.
México ha defendido históricamente, aunque con tibieza, la denominada solución de los “dos estados”, es decir, reconocer también el derecho del pueblo palestino a tener un estado propio. A pesar de que muchos gobiernos comparten esa posición, no existen avances en las Naciones Unidas. Los esfuerzos diplomáticos recientes más relevantes en la región han sido, por una parte, los llamados “Acuerdos de Abraham” por el que algunos países árabes reconocen a Israel, y por otro lado, la mediación de China como puente de diálogo entre Arabia Saudita e Irán.
Mientras Hezbollah amenaza con abrir nuevos frentes, Israel mantiene tensiones con países vecinos. Es urgente una mayor intervención diplomática al más alto nivel que garantice en el terreno la ayuda humanitaria a Gaza; pero también para realizar tres asignaturas pendientes que parecen imposibles pero que son urgentes: (1) lograr que la guerra respete reglas, porque las acciones de Hamás y la desproporcionada violencia del gobierno de Netanyahu violan los Convenios de Ginebra y sus Protocolos adicionales; (2) llevar a los criminales de esta guerra ante La Haya y (3) alcanzar de una vez por todas el pleno reconocimiento de los dos estados —Israel y Palestina—, lo que implicaría devolver los asentamientos ilegales israelíes, permitir el retorno de quienes han sido desplazados en estos últimos días, así como erradicar toda forma de discriminación y terrorismo en la región.