Falta poquito más de cinco semanas para ir a votar, queridos lectores, y tal vez por la pandemia, tal vez por la dominancia de las redes, estamos viendo mucho más de los y las aspirantes en las redes sociales que en las calles o las plazas. Es una bendición a medias, porque lo que antes nos atosigaba al aire libre ahora lo hace cada vez que prendemos un dispositivo móvil: la omnipresencia de campañas que muchas veces ni siquiera nos corresponden.

Mucho de lo que vemos mueve a la risa o a la pena ajena: los intentos de baile, las coreografías que no pasarían ni en los festivales escolares, las copias burdas de campañas anteriores o simplemente de lo que está de moda. Hay quienes se aventuran a recorridos, algunos lo hacen casa por casa, otros en mercados o en puntos de alto tránsito peatonal o vehicular. Estos tienen al menos el mérito del esfuerzo, del sudor, pero -y no lo digo con nostalgia- ya no son como antes. Ahora los candidatos estás más enfocados en la lente de la cámara o teléfono del asistente que en los ciudadanos con los que dialogan, porque de lo que se trata no es de sumar voluntades, sino de producir (es un decir) videos destinados a la efímera vida de las redes sociales.

Esos ejemplos de frivolidad contrastan con otros, muy serios, que lamentablemente no se relacionan con propuestas de fondo sino de escándalos. Desde casos extremos, como el del venturosamente fallido candidato de Morena a la gubernatura de Guerrero, acusado de delitos sexuales, hasta casos burdos como el de Alfredo Adame ufanándose del dinero que se va a embolsar o insultando a los automovilistas que le tocaron el claxon. En el enorme espacio entre ambos, hay numerosos ejemplos de candidatos y candidatas sobre quienes pesan acusaciones penales, demandas, rumores, además de los daños autoinfligidos, como es el caso de quienes mienten pública y descaradamente para semanas después tratar de retractarse.

Salvo por aquellos en que se trata de probables delitos graves, los demás caen más bien en el terreno de lo chusco y anecdótico, como si hasta los escándalos estuvieran ya hechos a modo para las redes y los medios electrónicos. Si antes se aconsejaba a políticos en campaña usar frases cortas, o “sound bytes”, hoy pareciera que el contenido entero de sus campañas y de sus personalidades públicas es como un hilo interminable –infumable– de TikToks mal hechos.

Es una pena, porque hay mucho en juego en esta jornada electoral. 15 gubernaturas, miles de alcaldías y regidurías, congresos locales y, por supuesto, la Cámara de Diputados federal, de cuyo control dependerá en buena parte el rumbo y relativo éxito o fracaso de la segunda mitad del sexenio del Andrés Manuel López Obrador.

Salvo honrosas excepciones, los partidos han hecho poco de fondo para convencer a la ciudadanía, a juzgar no solo por su selección de candidatos sino también por sus plataformas y propuestas, o mejor dicho por la ausencia de ellas.

Si usted cree, apreciado lector, querida lectora, que la jornada del 6 de junio se trata solo de darle o quitarle la mayoría en el Congreso al presidente y su partido, no tendrá demasiadas dificultades para decidir por quién votar. Pero si lo que le interesa es mejorar la calidad de nuestros representantes populares y –por consecuencia– de la política nacional, estatal o municipal, hará bien en revisar perfiles, propuestas, personalidades y antecedentes.

El mugrero que es hoy la política en nuestro país no es accidente ni casualidad: es resultado de nuestros votos y/o nuestras abstenciones en el pasado. Si queremos limpiarlo, debemos dedicarle algo más de tiempo y reflexión.

Sea como fuere, de lo que no tengo duda es que debemos votar. Es nuestro derecho y nuestra obligación.

Analista político.
@gabrielguerrac

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