En México, con base en datos del INEGI y del Instituto Mexicano del Seguro Social, alrededor de 58 millones de personas forman parte de la población económicamente activa y 20.4 millones tienen un empleo formal. Sin embargo, la informalidad representa una proporción muy alta en nuestro país, incluso comparándonos con naciones latinoamericanas como Panamá, Colombia, Argentina y Chile, que registran tasas de informalidad al menos 10 puntos porcentuales más abajo.

Aún teniendo trabajo, los sueldos en nuestro país son muy precarios. En Chile y Portugal los salarios promedio son 66% y 56% superiores a México, respectivamente. Los bajos salarios de nuestro país no se deben a falta de esfuerzo. Los mexicanos trabajamos 58% más horas que los alemanes, pero ganamos sólo una tercera parte de lo que ellos perciben.

De hecho, México es el país donde más horas promedio se trabajan de entre los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. No nos hace falta trabajar más, nos hace falta trabajar mejor y ser más productivos.

A mi juicio son tres las razones de los bajos salarios en el país:

La primera es el bajo crecimiento económico, pues éste provoca la demanda de muchos menos empleos de los que la población ofrece. Esto quiere decir que hay mucha oferta de empleo y menos demanda, lo que se traduce en pocos empleos y mal pagados.

Además, cada año se incorporan alrededor de un millón de personas al mercado laboral en México, lo que significa que deberíamos de crear, por lo menos, un millón de empleos anualmente si no queremos deprimir aún más los salarios.

Crecer sí importa porque al crecer la demanda por trabajo, aumentan los empleos y con ello los salarios. No en balde los chinos lograron sacar a más de 500 millones de la pobreza y aumentar permanentemente los sueldos, creciendo a tasas cercanas al 12% anual.

La segunda causa de los bajos salarios es que la mayor parte de nuestros trabajadores están poco calificados, y sólo un pequeño número tiene las habilidades más demandadas y mejor pagadas por el mercado. Además, estos trabajadores poco calificados son los que corren mayor riesgo de ser reemplazados por máquinas y tecnología propias de este mundo digital.

Y la tercera causa es una cultura de salarios bajos. Los empleadores indebidamente han justificado salarios precarios argumentando que “pagan lo que paga el mercado”. Como si hubiéramos algunos con derecho a todo y otros “ahí van, ahí la llevan”.

Como si no fueran suficientes los retos que enfrentábamos como país, ahora nos cayó la pandemia. En lugar de crear empleos, los perderemos por la contingencia sanitaria, pues para cuidar la salud tenemos que enfermar a la economía quedándonos en casa. No sería improbable perder 2 millones de empleos en 2020 como consecuencia de la crisis.

¿Qué hacer ante esta situación? En el corto plazo se debe trabajar desde el sector privado, social y gubernamental en un programa emergente de apoyo a la planta productiva y al empleo.

Me sumo a las propuestas que distintas organizaciones empresariales y miembros de la academia han hecho sobre el tipo de apoyos que se deben de dar en situaciones como ésta. Ante circunstancias excepcionales, apliquemos medidas de excepción.

No hemos creado los empleos necesarios, y por lo mismo no podemos darnos el lujo de perder los que tenemos. El empleo es fuente de ingresos pero también de dignidad. Permitir pérdidas de empleo que pudieron evitarse es arrebatar ingreso y dignidad, y contribuir a un ambiente de mayor encono e inestabilidad en nuestra sociedad, así como condenar a la pobreza a futuras generaciones. Esto no lo podemos permitir.

Una vez pasada la emergencia, tenemos que acordar una “Agenda para el crecimiento y la generación de empleo digno y bien remunerado”.

En la economía del conocimiento, la única constante es el cambio que además es exponencial. Por ello, el objetivo debe ser generar anual y sostenidamente un millón de empleos bien pagados. Es en esta realidad que tenemos que prestar especial atención en cuáles serán los sectores de mayor potencial de crecimiento hacia los años por venir.

La industria automotriz, aviación, turismo, minería, agricultura, comercio, servicios, inteligencia artificial, telecomunicaciones, movilidad, energía, salud, telemedicina y manufactura en general, por poner algunos ejemplos. Debemos conocer mejor cuál es el potencial de crecimiento y de generación de empleo en cada unos de estos sectores, para así apostarle a ellos.

Tenemos que ser más precisos en nuestros diagnósticos y más exactos en nuestra planeación y ejecución. En México ya no se puede dar lugar a la improvisación, pues cada vez tenemos menos tiempo que perder y menos margen de maniobra para actuar.

Una vez acordados los sectores, entonces podremos determinar qué acciones tomar para atraer las inversiones en las diferentes industrias y cómo preparar a los mexicanos para ser empleables y exitosos en ellas.

De acuerdo con algunos estudios, la mitad de los empleos que hoy conocemos desaparecerán en los próximos años. Por eso es preocupante que gran parte de nuestro sistema educativo siga sin estar a la altura de los nuevos retos. Si antes de la pandemia en muchos aspectos era anacrónico, no sé ahora qué calificativo usar ante esta nueva realidad.

Se requiere de una revisión exhaustiva de nuestro sistema educativo para identificar lo que necesitamos en esta economía del conocimiento. Se trata de nuevas y cambiantes habilidades; de nuevas herramientas; y, sobre todo, de un sistema de aprendizaje continuo y que nos acompañe a lo largo de la vida.

Lo mismo es lograr que nuestro sistema de justicia garantice confianza a la inversión y que nuestro sistema de salud nos dé tranquilidad a los mexicanos en cuanto a su cobertura y atención, de manera oportuna y suficiente.

Es por ello que no debemos dejar de aprovechar esta crisis, que vaya que es y que será una muy dramática a nivel mundial, para hacer los cambios que nuestra sociedad y que México, en general, requieren para progresar.

Partiendo muchas veces de visiones diferentes, debemos buscar los puntos de coincidencia. Necesitamos debatir no sólo lo que queremos, sino cómo lograrlo. Esta puede ser nuestra última oportunidad en muchos años para alcanzar un México desarrollado.

Al terminar la pandemia, no podemos y no queremos regresar al mundo y al México de antes; debemos construir un México mejor y más próspero para todos. Ese es el reto.

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