El muro de Trump no ha impedido el ingreso de migrantes, pero si la movilidad de la fauna de una de las zonas más biodiversas del mundo. En ese contexto, borregos cimarrones, venasdos, osos y pumas luchan por sobrevivir en una de las zonas más áridas y calientes del planeta. Allí, Elsa Ortíz Ramos ejerce la filantropia en su sentido más auténtico.
Por Iván Carrillo*
En la vastedad del desierto sonorense, una figura emerge como símbolo de resistencia y compasión. En un contexto donde las políticas fronterizas han trazado líneas divisorias no solo entre naciones sino también entre especies, Elsa Ortiz Ramos, apodada "La liebre del desierto", se alza como una heroína ambiental en un paisaje marcado por la controversia y la desolación.
El muro fronterizo, esa absurda estructura de acero que se extiende a lo largo de 730 kilómetros entre Estados Unidos y México, se erige como un monumento a la división, alcanzando alturas de hasta 9 metros. Concebido por el presidente Trump como una barrera contra la migración ilegal a los Estados Unidos, su ineficacia ha sido demostrada; de hecho, según un estudio de WOLA, diciembre de 2023 registró un récord histórico de migraciones ilegales. Pero donde la muralla ha probado ser más que efectiva es en la afectación al ecosistema de la Reserva de la Biosfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, un tesoro natural reconocido en 2013 por la UNESCO como Patrimonio Mundial de la Humanidad.
El llamado Muro de Trump ha fragmentado el hábitat de innumerables especies. Borregos cimarrones, venados, berrendos, osos, bisontes, pumas y jabalíes ahora encuentran un obstáculo insuperable. Pero además, la fuente de vida de esta región, el manantial de Quitobaquito, ha quedado justo del lado de los Estados Unidos, visible pero inaccesible para la fauna sedienta del lado mexicano.
Federico Godínez, exdirector de la reserva, ha sido testigo y ha documentado científicamente cómo estos animales perecen de sed en una de las regiones más áridas del mundo. Ante este escenario desolador creó la Fundación Maggol, cuya misión es tomar medidas reactivas para brindar agua a estos animales, pero esa labor es titánica en una de las zonas más áridas y calientes del mundo.
Elsa Ortiz Ramos es un ejemplo del voluntariado que ha reunido Federico. Ella, conocida como la liebre del desierto, es la propietaria de un pequeño restaurante al borde de la carretera que va de Sonoyta a San Luis Río Colorado. Su historia es la de una pionera, siendo una de las primeras mujeres camioneras con licencia en México. Hoy, su lucha se centra en mitigar la sed de los habitantes del desierto, trayendo agua desde San Luis Río Colorado a casi 80 kilómetros de distancia, un esfuerzo costoso y laborioso, pero vital.
Sus esfuerzos, sin embargo, no buscan compensación económica. Elsa encuentra su recompensa en la satisfacción de ayudar a los animales. En sus bebederos, borregos cimarrones, venados, hurracas, murciélagos y abejas encuentran un oasis en medio de la nada. Si no fuera por ella y por los voluntarios reunidos en torno a la Fundación Maggol, estos seres caerían en el olvido, víctimas silenciosas del muro.
Elsa simboliza la filantropía en su forma más pura: dar más allá de lo propio para ayudar a aquellos que no tienen voz. En un mundo donde las divisiones humanas repercuten en la naturaleza, su historia es un recordatorio del poder de la compasión y la resistencia en medio de un paisaje político y ecológico fracturado.
* Periodista de ciencia y coordinador de contenidos de la Comunidad 1.5 grados