Conforme se acercan las elecciones, el presidente parece haber entrado en un proceso de deterioro. Si bien desde el inicio de su gobierno mostró impulsos arbitrarios, centralizadores, patriarcales y conservadores en temas como la familia y las drogas, parecía dispuesto a contenerlos. Sin embargo, hoy su lado déspota, colérico y ruin aparece sin moderación alguna. Cada semana sale una nueva embestida de la mañanera para acallar la crítica o golpear a cualquier institución que funja como contrapeso o representante un estorbo a sus deseos. Su reacción ante —sobre una investigación que se llevó a cabo en EU sobre supuestos vínculos entre AMLO y miembros de la delincuencia organizada— es solo el más reciente ejemplo. El presidente respondió a la publicación atacando al medio y haciendo públicos los datos personales de la periodista que escribió la nota. El fin de semana defendió su derecho a acosar a la periodista, y afirmó estar (¿o ser él?) la autoridad moral por encima de la ley. Todavía el domingo (y ayer) por bajar el video de la conferencia en la que publicó el teléfono de la periodista. La plataforma la borró por violar las reglas a las que está sujeto todo usuario. Pero para AMLO, no parece existir justificación legítima para limitarlo. Él es el Pueblo, la Ley y el Soberano; cualquier cuestionamiento sobre su actuar es un agravio directo a la Nación.

La semana pasada, en otro episodio, se lanzó —nuevamente— contra el Poder Judicial por liberar a Lozoya. En su diatriba contra los jueces, no tuvo empacho en como alguien que traficaba influencias, incurría en conflictos de interés y ejercía una forma de corrupción. “Cuando estaba el ministro Zaldívar … había más recato. Todavía cuando había un asunto así de este tipo, nosotros respetuosamente, interveníamos.” dijo. “Se hablaba con él, y él … hablaba con el juez y le decía cuidado con esto”.

Los dichos del presidente muestran una visión de Estado donde el ejecutivo (él) es juez y fiscal. Desde ahí se investiga a las personas, se detienen y decide la culpabilidad. El mero señalamiento desde este poder es muestra de culpabilidad. No hace falta un juicio para valorar pruebas y sobra la defensa de las personas acusadas o sus testimonios. En el modelo autocrático de AMLO, los derechos de debido proceso (que buscan asegurar un uso imparcial y racional de la fuerza del estado) son un obstáculo para la justicia que ya aseguraron los militares al detener a alguien. (No olvidemos que quien hoy investiga, detiene y señala no es alguna autoridad civil sino el ejército.) De nuevo, decirle no a jefe del Ejecutivo es una ofensa y señal de corrupción.

Es probable que los desplantes del presidente empeoren en los próximos meses. AMLO ya no tiene interés en convencer, parece preocupado solo en concentrar poder, acallar la crítica y desmontar los mecanismos de rendición de cuentas y transparencia. Ignoro el porqué. ¿Qué de todo lo que ha hecho le dará satisfacción cuando mire atrás? Quizás haber construido un Estado sin controles al poder, con estado de excepción normalizado y permanente, en manos de militares, y la (re)construcción de un gran partido hegemónico compuesto de lo más rancio de la vieja política mexicana. Quizás su verdadero anhelo sea ese: legarle al país el centralismo y autoritarismo redivivos.

Doctora en derecho por la Universidad de Stanford en California. @cataperezcorrea

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