Los ecologistas que creyeron que sería el gobierno más verde de la historia. Los activistas que juraron que era de verdad la solidaridad con sus causas. Las madres de desaparecidos que confiaron en que eran genuinas las expresiones de dolor por su lucha. Los líderes de movimientos de víctimas de la violencia que escucharon cómo López Obrador llevaba hasta el templete sus quejas. Los cineastas que imaginaron que se apoyaría la cultura. Los artistas que soñaron con el fomento a la creación. Los científicos e investigadores que compraron la promesa de más dinero a la ciencia.

Las feministas que se esperanzaron en que un gabinete paritario marcaría un cambio en la manera de tratar a las mujeres. Periodistas que lo apoyaron porque defendió su libertad de expresión para criticar a otros gobiernos. Intelectuales y académicos que escucharon en el discurso del candidato las ideas políticas que por años impulsaron. Empresarios que confiaron en que se acabaría la corrupción y podrían hacer negocios sin tener que dar moches. Defensores de derechos humanos que estaban en sus marchas, seguros de que se acabarían los abusos.

Ciudadanos que creyeron que ya no habría privilegios. Los que rechazaban cómo los familiares de los gobernantes hacían negocios a la sombra del poder. Los expertos en seguridad que juraban que iniciaría una etapa menos militarista en la estrategia para combatir el crimen. Los dirigentes del 68 que creyeron que al fin alguien le pondría el alto al Ejército. Los de la izquierda histórica que pensaron que AMLO era uno de los suyos. Los más pobres de los pobres que dijeron: ahora sí llegó el que nos va a sacar de la pobreza extrema. La clase media que confió en que vendría un anhelado cambio de régimen. La gente del campo, que pensó que ya nunca más tendría que irse del otro lado para buscarse el futuro. Los que esperaron que se castigara el pasado corrupto.

Y los padres de Ayotzinapa, que se suman a la larga lista de decepcionados por Andrés Manuel López Obrador.

AMLO usó el caso Ayotzinapa para pavimentar su camino a Palacio Nacional. Usó a los jóvenes desaparecidos y usó el dolor de sus padres para hacer tambalear el régimen de Peña Nieto, hizo campaña con la promesa de que encontraría a los estudiantes porque “vivos se los llevaron, vivos los queremos”, prometió investigar a fondo hasta desmontar la “verdad histórica”, empujó en cada mitin el “¡fue el Estado!” y llamó al Ejército asesino.

Hoy, cuando le queda un año en el poder, su investigación es casi igual a la “verdad histórica”, defiende al Ejército y dice que no se le puede responsabilizar de la tragedia, y descalifica que los padres se sientan decepcionados.

¿Y de aquel “Fue el Estado” que él y sus propagandistas se dedicaron a esparcir? Estas son sus palabras en la mañanera de ayer: “Ahora todo parece estar enfocado a culpar al Ejército. No es culpar por culpar, no es nada más ‘Fue el Estado y fue el Ejército’, y ya”.

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