El país es presa de la violencia cotidiana. La estrategia de seguridad del gobierno ‘abrazos, no balazos’ fracasó, y la inseguridad está desatada. En el sexenio se registra un promedio de 93 homicidios dolosos por día. En dos masacres de jóvenes ocurridas recientemente, el presidente AMLO ha optado por culpar a las víctimas.

En el ocaso de su mandato, en vez de hacerse cargo de la rampante inseguridad pública y de la zozobra de tantas familias agraviadas, el presidente se parapeta en descalificar y atacar a quienes significan algún tipo de contrapeso a su narrativa de ‘vamos bien’.

Frente a la desinformación de la #ConferenciaMañanera, organismos ciudadanos como el @CentroProdh, @Tlachinollan, @FundarMexico y @SerapazMexico generan información para llegar a la verdad.

Tanto el Centro Prodh como los padres de Ayotzinapa pusieron el dedo en la llaga: Se han preguntado tanto respecto a EPN como a AMLO: ¿qué tanto sabía el presidente y cuándo lo supo? ¿qué tanto sabía el Ejército, y cuándo lo supo?

Sobre el paradero de los 43 estudiantes insisten en un hecho: el Ejército siempre supo qué estaba pasando, desde las primeras horas hasta el día de hoy.

Coinciden también en que las fuerzas armadas obstaculizan el acceso a documentos y se niegan a entregar información, desacatando las supuestas órdenes presidenciales de cero ocultamientos y cero impunidades. Aquí está la raíz del problema: a medida que se militariza la seguridad pública, avanza la opacidad, porque todo se convierte en ‘asunto de seguridad nacional’. No hay transparencia, no hay rendición de cuentas, no hay verdad: sin estos ingredientes, no puede haber justicia.

¿Por qué un presidente de la República monta en cólera y hace reiteradamente acusaciones falsas contra un organismo que trabaja por las víctimas, junto con sus familias, al lado de pueblos indios y de campesinos, para mejorar su acceso a la seguridad y la justicia? ¿De verdad quiere AMLO ver al Centro Prodh como un adversario político?

La política no es un fin en sí misma, sino una palanca para realizar fines y valores, como la libertad, la justicia social, la dignidad humana y la igualdad real. Desde la mezquindad, el presidente borra desaparecidos, agravia a sus familias, culpabiliza a las víctimas, denuesta a defensores de derechos humanos y humilla a sus propios colaboradores.

El presidente le habla al Centro Prodh como si estuviese frente a un adversario político. Su diatriba contra los jesuitas y específicamente contra Mario Patrón y Santiago Aguirre, los dos más recientes directores del Centro Prodh, topa con pared: ellos no buscan un beneficio personal, ni dinero, ni cargos políticos.

No es un quid pro quo lo que plantean. Tampoco piden favores.

Están reivindicando principios, valores, derechos, mismos que el presidente niega porque todo lo interpreta en código personal. Parece decirles: ¿qué no ven que en la recta final todo está bien con mi gobierno, por qué ustedes se empeñan en empañarlo?, ¿por qué les exigen cuentas a los militares, cuando son la columna vertebral de mi gobierno?

El mandatario omnipotente le tiene miedo a la verdad. La verdad le exigirá confrontarse consigo mismo. Su mayor temor es encontrar que al final del camino, todo el poder no le ha permitido convertirse en una mejor persona.

Mientras tanto, sigue allí el desastre de violencia, impunidad y encubrimiento al Ejército.

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