Es como si nada afectara la popularidad del expresidente estadounidense: ni la instigación a la toma del Capitolio, ni los 91 juicios penales y civiles que tiene en curso, ni una campaña incluso más agresiva que las dos anteriores. El caucus de Iowa y la primaria en New Hampshire confirmaron que Trump sigue siendo el gran favorito de los votantes republicanos para ser el candidato de su partido a la presidencia de Estados Unidos. Está claro que su adversaria republicana, Nikki Haley, no tiene posibilidades reales de ser la abanderada. Y si bien falta conocer, a principios de marzo, la posición de la Corte Suprema respecto a la decisión de Colorado y Maine de declarar a Trump inelegible, todo indica que estamos camino a una nueva edición del duelo Biden - Trump.

Semana tras semana, las voces críticas que había contra el magnate estadounidense dentro de su partido se han ido desvaneciendo. Los legisladores, alcaldes o gobernadores republicanos que no coinciden con la visión del aspirante presidencial han optado por doblar las manos y apoyarlo, pues saben que una amplia mayoría del electorado republicano está con él. Trump ha logrado captar el enojo antisistema y ha convencido a dos tercios de sus correligionarios de que le robaron la elección de 2020. E incluso, más del 50% de quienes votaron por el magnate en la primaria de New Hampshire dicen que votarían por él aun si fuera juzgado como culpable en alguno de los juicios que enfrenta; le tienen fe a un hombre que perciben como un “paladín que lucha contra las perversas instituciones”, y los procesos judiciales no hacen más que reforzar esta idea de que el expresidente enfrenta una conspiración en su contra. No es ya un secreto que el trumpismo es la nueva cara del Partido Republicano.

De facto, Trump se ha convertido en jefe de su partido y, al tener este la mayoría en la Cámara de Representantes y una amplia bancada en el Senado, el poder del expresidente ya se hace palpable en las decisiones que se toman en Washington.

En diciembre del año pasado, los legisladores republicanos presionaron a la Casa Blanca para que la aprobación de fondos adicionales de apoyo a Ucrania estuviera condicionada a un acuerdo en materia de seguridad fronteriza. Tras intensas negociaciones de la administración Biden con el líder de los republicanos en el Congreso, Mitch McConnell, un acuerdo bipartidista sobre ambos temas (frontera y apoyo a Ucrania) parecía acercarse, pero esta perspectiva se esfumó repentinamente el jueves pasado, mientras se dio a conocer que Trump presiona a los legisladores de su partido para que no lleguen a un acuerdo con la Casa Blanca. Un día después, el presidente Biden dobló la apuesta y publicó un comunicado en el cual instó a los legisladores republicanos a aprobar un proyecto de ley que le permitiría "cerrar la frontera con México en caso de que esta esté colapsada" y aseguró que, de aprobarse la ley, él haría uso de esta prerrogativa (de cierre de la frontera con México) de manera inmediata. El presidente demócrata quiere mostrar que puede tener mano firme en la cuestión migratoria y que son los republicanos los que se oponen a un acuerdo en la materia.

Históricamente la agenda de migración es rehén de la política estadounidense, pero parece que estamos llegando a un nuevo umbral y que la aguja en esta discusión se ha movido hacia la visión trumpista.

La estrategia política de Trump no ha cambiado; identifica los temas que más encienden a la opinión pública, no solamente a su base electoral, y le echa leña al fuego. De forma que podemos estar seguros de que México y la frontera mexicano-estadounidense seguirán siendo parte central del jaloneo electoral de aquí a las elecciones de noviembre.

Este año, más de 4,000 millones de personas están llamadas a votar en más de 60 países, pero la elección de Estados Unidos recibirá especial atención de la comunidad internacional por sus enormes implicaciones para el resto del mundo. En un momento en el que se vive la mayor crisis geopolítica desde el fin de la Guerra Fría, no es una buena noticia que las opciones para dirigir los destinos de Washington sean un Biden octogenario, carente de vitalidad e impopular, frente a un Trump que no esconde su voluntad de convertirse en un presidente todo poderoso, sin contrapesos, con proyectos de militarización y acercamiento a personajes autócratas como Putin y Orbán, con un mensaje de polarización radicalizado y una crítica incesante a las instituciones del Estado y a los medios de comunicación. El proyecto político de Trump se aleja cada día más de los cauces democráticos, ¿podrá la sociedad estadounidense detenerlo?

@B_Estefan

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