Los huracanes, como las guerras y otros desastres, ponen siempre al descubierto las principales debilidades y fortalezas de un gobierno. Muchas veces las primeras son mayores que las segundas, al punto de que se convierten en señales claras de cambio o parteaguas incluso históricos.

Así, por ejemplo, el terremoto de 1985 reveló la emergencia de una sociedad civil que de inmediato rebasó al gobierno de Miguel de la Madrid. Como se sabe, ese presidente quedó prácticamente pasmado durante más de 24 horas y hasta cometió la irresponsable torpeza de rechazar la ayuda internacional aduciendo una presunta autosuficiencia de recursos. El descontento popular con esta lamentable actuación del Ejecutivo, pero sobre toda la movilización de más largo plazo del conjunto de la sociedad, tuvieron diversos efectos que todos los estudiosos ponen hoy en el centro de los cambios políticos y sociales que experimentó el país en el último tramo del siglo XX.

Es cierto que los terremotos y los huracanes no son previsibles, pero cualquier gobierno serio entiende –si se sabe que estos eventos son muy probables– que es indispensable estar preparados permanentemente para enfrentarlos. En el caso de Otis ha sido evidente la impreparación del gobierno desde el primer momento, cuando fue incapaz de alertar enfáticamente a los habitantes de Acapulco de la fuerza destructiva del huracán.

Puntualizo: no es que las autoridades no hayan dado aviso, sino que su mensaje –como puede verse en el del Presidente en la red social X– no fue claro y fuerte, como lo debe ser el de una alerta roja efectiva. De esta incapacidad para advertir horas antes a la población del peligro mortal que enfrentaba, se sigue la penosa actuación de un gobierno que no contó ni cuenta con los recursos para prevenir y enfrentar esta clase de desastres porque simplemente no invirtió en ellos. De igual modo que la salud o la educación no son prioridades en el gasto del gobierno de López Obrador, tampoco lo es la previsión de este tipo de siniestros.

Otis ha puesto al descubierto la miseria política y profesional del gobierno de López Obrador. Los funcionarios morenistas desaparecidos por el huracán (no muertos en acción, qué va, sino ausentes de sus puestos) suman decenas, empezando por la gobernadora Evelyn Salgado, la alcaldesa Abelina López Rodríguez y hasta la responsable federal de Protección Civil, Laura Velázquez (quien, se ha dicho una y otra vez, no tiene formación ni experiencia para este puesto). La gobernadora hace acto de presencia en las mañaneras, porque no se atreve a recorrer los municipios más afectados de su estado; doña Abelina se prepara, en todo caso, para ser sacrificada como la principal responsable de lo ocurrido, mientras que Velázquez sigue en algún limbo burocrático.

La imagen del presidente López Obrador, varado en un jeep del ejército en el fango, ha sido el reflejo más nítido de la desinformación, impreparación e incapacidad suya y de quienes lo rodean. ¿Era para la foto? Desde luego que no. Ningún mandatario en el mundo querría ponerse en ridículo de esa forma, pero aquí ha sido posible porque para ese momento ni él ni su gabinete de seguridad, que no conocen por lo visto los teléfonos satelitales, tenían una idea clara de la magnitud del desastre; sólo así se explica que haya pretendido llegar por carretera a la zona del desastre.

Otra imagen es la de los saqueos, pero para nadie es un secreto que estos y la inseguridad de Acapulco comenzaron también antes del huracán. Para muestra un botón: apenas dos días antes de que este entrara al puerto, el secretario de Seguridad Pública del municipio de Coyuca de Benítez, Alfredo Alonso López, junto a Honorio Salinas, director de la policía de esa misma localidad y más de 10 policías fueron asesinados. Hace mucho que Guerrero le fue entregado al crimen organizado.

El gobierno de Guerrero es uno de los que menos gastan en Protección Civil, de acuerdo con una nota aparecida ayer en este mismo diario. Llegada la tragedia, el Gobierno Federal no dispone de recursos para hacerle frente de forma adecuada: por años, los recursos han ido a parar a los proyectos y obsesiones presidenciales y el resultado es que la ayuda anunciada es de apenas poco más de 60 mil millones de pesos, una cantidad totalmente insuficiente según todos los expertos.

Pero en cambio, para Tren Maya, Dos Bocas o Pemex sí que hay recursos; tan solo “entre enero y septiembre del año, las aportaciones de capital que tuvo que hacer el gobierno federal a la petrolera ascendieron a 102 mil 700 millones de pesos y en los mercados bursátiles ya se dio a conocer una aportación adicional que será registrada en el cuarto trimestre, por 55 mil 900 millones de pesos. Si ya no hubiera apoyos adicionales, el monto de este año sería de 158 mil 600 millones de pesos”. (Enrique Quintana, El financiero, 31-X-2023). Es decir, Pemex, un barril sin fondo, cuenta con muchos más recursos para subsanar sus pérdidas que los dispuestos para atender la tragedia de Acapulco.

Otis hizo lo suyo, como fuerza devastadora de la naturaleza; pero la mayor parte del desastre comenzó antes con la corrupción, complicidad, ineficacia, indolencia e irresponsabilidad del gobierno de Morena en todos sus niveles.

@ArielGonzlez

FB: Ariel González Jiménez

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