Algunas fechas deben recordarse como lo que fueron: orgullo, invención y progreso. Viajemos al pasado: es 1910 y los cimientos de la aeronáutica mexicana están a punto de ser edificados. El 8 de enero es una fecha que no debemos olvidar. Ese día un mexicano habrá de inmortalizarse. Se trata de Alberto Braniff, el hombre que en los llanos de Balbuena logró el primer vuelo en la historia de Latinoamérica. A partir de entonces se daría un paso al frente en el campo de la aviación. La dedicación e insistencia de Braniff hicieron posible que nuestro cielo fuera el primero en recibir una aeronave.

La semilla plantada germinaría. Un año y un mes más tarde se anunció con entusiasmo que se celebrarían vuelos de exhibición en el mismo sitio en el que el aristócrata realizó su hazaña.

Gracias a la empresa Moisant International Aviators, fundada por los hermanos Alfred y John Moisant, llegaron a México aeronautas de celebrada reputación. La nómina de este espectáculo de acrobacias incluía a gente como Charles K. Hamilton, “the crazy man of the air”, quien es recordado por sobrevivir a 60 accidentes, René Simon, “the flying fool”, quien protagonizaría un célebre rescate en el mar, René Barrier, hombre de letras, quien impuso el récord de duración de un viaje, y Edmond Audemars, el primero en cubrir la ruta de París a Berlín. Además, estaría presente el héroe Roland Garros, quien participó en la Primera Guerra Mundial. A todos ellos, se sumó Braniff, como representante de la aviación nacional.

Ángel Gilberto Adame
Ángel Gilberto Adame

Para organizar un evento de esta magnitud se necesitó de la cooperación de las autoridades, este rubro se cumplió con tal precisión que los dueños celebraron la organización y supervisión que se proporcionó. Por otro lado, la sociedad comercial Buen Tono S. A. colaboró activamente con refacciones y técnicos que se encargaron de que los tripulantes tuvieran aeronaves en óptimas condiciones. México demostró en ese momento ser un país que estaba listo para las glorias y los desafíos de la modernidad.

Según narra Rafael Hernández Ángeles, “el 23 de febrero arribaron a la estación Colonia del ferrocarril los aviadores y sus aparatos, al día siguiente hicieron algunos vuelos de prueba y el 25 de este mes inició la Semana de la Aviación. Se calcula que en los tres primeros días de exhibición asistieron alrededor de 50 mil personas, lo que fue todo un acontecimiento en la metrópoli. El domingo 26 de febrero asistió a la exhibición el presidente Díaz, quien quedó asombrado por el valor de los pilotos”.

Las crónicas destacaron el entusiasmo: “La satisfacción alegre con que las miradas de aquella multitud, supremamente atenta, seguía el vuelo airoso y seguro de las enormes libélulas, era serena, inefable, como de un goce tranquilo pero profundo, goce hecho de asombro, de un asombro infinito”.

Lamentablemente para Alfred Moisant, su viaje empresarial tendría dificultades legales, pues su empleado Hamilton lo denunció ante los tribunales por retenerle un aeroplano que era de su propiedad. Los detalles del litigio, publicados en "El Heraldo de México" el 4 de marzo, profundizaban en las tensiones que enfrentaba. Al tratarse de una acusación criminal, el abogado del actor solicitó una orden de arraigo para el biplano y el resto de los accesorios.

A pesar de esta situación, los Moisant no se desanimaron. Una vez aclarado el caso legal, regresarían en noviembre de ese mismo año para protagonizar un hito histórico para todas las naciones. Ahora los protagonistas serían distintos. Uno de ellos sería Francisco I. Madero.

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